Perdida la batalla por las parrillas felices, el presidente Alberto Fernández inventa una guerra escondido detrás de algunas pocas panaderías. A mediados de febrero, la portavoz Gabriela Cerruti admitió que estaba en estudio una iniciativa de Roberto Feletti para crear la Empresa Nacional de Alimentos, que compraría por ejemplo la producción de papas, para revenderlas a costos accesibles en el Mercado Central del conurbano bonaerense.
Una ecónoma o un nutricionista sobrarían para explicar que harinas y almidón, sin más, causan vientres hinchados. El síndrome de kwashiorkor debería ser una advertencia en el país con 55% de niños viviendo en la pobreza. Con 132% de inflación en alimentos en lo que va de su gestión, el presidente se recluye en la épica del subsidio a la bolsa de harina, cuyo costo es sólo 12,5% del precio del kilo del pan.
Exégeta de la economía planificada sin plan, el jefe de Estado acumula en su mandato 179% de inflación en vestimenta y calzados. El secretario de Comercio Interior acaba de anunciar Acción Moda, por la cual grandes marcas de ropa ponen algunos productos con aumentos interanuales que no superen el 30%. El bueno de Roberto Feletti convalidaría así incrementos de más de 200% "sólo en productos seleccionados", como bien suele resaltar el marketing.
El funcionario kirchnerista ha cerrado la importación textil; la industria nacional protegida y asistida con tasas de interés subsidiadas, es promotora de retrasos y encarecimientos al consumidor, y de rentas especulativas con financiamiento popular. No puede la Casa Rosada inventar un fideicomiso de zapatillas para la escuela, otro para subsidiar el precio de internet, uno más para colectivos gratis para ir a estudiar o trabajar. Hasta Del Caño sabe que, en el absurdo, no hay oligarquía que aguante (si es que hubiera oligarquía).
Combatir la inflación necesita de un gobierno que ejecute un plan consistente, con equipos idóneos y confianza social. Alberto Fernandez tiene en la propia tropa a los que -como sintetiza Dady Brieva- confiesa que "volvimos al pedo". Y a aliados como Emilio Pérsico que, a nombre de los pobres, se interesa menos en planes de nutrición proteica que en la intermediación financiera del pobrismo, para financiar -con aportes de la clase media- al gobierno popular. Uno sin urnas.
Crisitna va a resistir cada revisión trimestral del FMI a las cuentas estatales. Ya le hizo un boicot a Julián Domínguez; el ministro de Agricultura dejó trascender que pretendía aprovechar los precios internacionales de los commodities para mejorar el ingreso de divisas, mientras el kirchnerismo quería una suba generalizada de retenciones en una administración que ya se queda con 63% de la renta agrícola. Ganó la mediocridad; el incremento selectivo de dos puntos en derechos de exportación sobre embarques de harina y aceite de soja va a recaudar unos U$ S400 millones y a desalentar nuevas inversiones.
En pocas horas más sale Matías Kulfas a la cancha con nuevas versiones del fracaso; Paula Español se fue en octubre último de la secretaría de Comercio Interior por no poder cuidar precios. Roberto Feletti llegó entonces con el "congelamiento" que recalentó inflaciones interanuales siempre por encima del 50%.
El 4,7% de febrero (52,3% interanual) aún no registra los efectos de la invasión rusa a Ucrania, sobre la que Alberto se atreve a admitir víctimas "de la guerra" sin nombrar al victimario invasor. Kulfas no es Cristina ni Feletti, pero el Frente de Todos debe hacerse cargo: el crecimiento del PBI aún no existe, aunque haya habido una casi total recuperación del impacto de la pandemia en la economía.
El Producto Bruto cayó 9,9% en 2020 y se recuperó sobre esa base más baja un 10,1%. Bien hechas las cuentas, eso da un saldo negativo de -0,8%. Que lo diga Alfonso Prat Gay no invalida ni el mérito de los actores económicos por haberse repuesto tan rápido, ni la evidencia matemática de que lo que dice el gobierno no es cierto.