Parece que va a llover. Estoy desayunando y distingo como la claridad gradualmente va habitando el bosque. Ya repercuten las variaciones estacionales, la prolongación de la luz, y el desperezar de la savia en las ramas mustias de los árboles. El placer del mate y el silencio destilan sobre el ambiente complicidades y mansedumbres. Pienso en vos, que estas lejos. Es temprano para llamarte por teléfono. Seguramente aun estás en la cama. Intuyo que la noche se te hace eterna en esa conjugación de mantas y dolencias. Tratás de ubicar tu cuerpo, que apenas te responde, en alguna posición amable, sin lograrlo. Permanecés mirando el techo, mientras los minutos pasan tan lentamente, que la existencia te sabe interminable. Hablás con Dios. Le pedís que calme el tormento de los huesos y juntás coraje para levantarte.
Hacés un esfuerzo. Apoyás el brazo en el borde del colchón y te inclinás hacia adelante hasta quedar sentada. Bajás los pies. Acertar con las pantuflas es casi una odisea. Un mareo te perturba y la respiración se torna irregular. Te vestís despacio. El frío no te hace nada bien y procurás un abrigo que sosiegue los espasmos de la piel. Buscás el bastón que esta apoyado cerca del velador y te sostenés para poder pararte. Te arreglás el pelo con los dedos. Caminás hacia la cocina, doblada por el malestar. La columna se queja al ritmo de tus pisadas débiles. Prendés la radio para escuchar las noticias. Estás conciente de que no te van a gustar. Vas a protestar contra este gobierno, como protestaste contra el anterior. Probablemente la abuela ya puso la pava y esta preparando las tostadas. Está muy vieja, pero es fuerte y más saludable que vos.
El celular sobre la mesa capta tu atención. Escuchás el timbre repicar con insistencia. Contemplás mi número en la pantalla. En una fracción de segundo vienen a tu memoria los recuerdos y se mezclan con la vibración del aparato. En tu mirada se concentra la tormenta azotando los ventanales de la maternidad el día en que nací y los primeros sonidos guturales que solés relatar como si hubiera sido el único bebé del universo que alumbró ese cielo de octubre; o la ansiedad palideciendo la nostalgia al presentarte mi primer novio, el rotundo eslabón que transformaba aquella niña en mujer; o el abrazo que me diste y esa alegría estallando en tu sonrisa, cuando ya perdías la esperanza de verme nuevamente.
La distancia pesa porque te sentís sola y me extrañás. La soledad es una dimensión poblada de misterios, una amiga para hablarse sin rodeos, revisar los dilemas, saborear la propia intimidad. Pero la tuya es diferente. Tiene rincones oscuros con olor a miedo y a lágrimas y la esperanza traspapelada entre los remedios que no te ayudan a mejorar. Es el regreso a la semilla buscando el tiempo de la tierra para florecer en otro lado. Atendés la llamada. Charlamos sobre trivialidades: el clima y otro paro de colectivos, que realmente no tiene importancia para vos, porque ya casi no salís de tu casa. También hablamos de fútbol. Unión perdió 2 a 1 pero "jugamos bien", alegás ingenuamente. Imágenes de tribunas pintadas de rojo y blanco, tardes de cantos y gritos de gol resbalan por mis pensamientos.
Cambio de tema disimuladamente porque adivino que en el fondo te amarga. Comento las novedades familiares, las actividades escolares de la nena y mi marido que ya tiene achaques que inquietan. Notás la sombra de la pena en mis palabras. Preguntás si sucede algo en especial. No te digo que estoy triste por vos, que me preocupa cuánto estas sufriendo. Murmuro tonterías y me río, aunque tu voz del otro lado delata la opresión que te consume. Apuro el final de la conversación. Tengo mil cosas por hacer. Te encomiendo que no olvides tomar los calmantes y prometo llamarte mañana, aunque no hay garantías de que puedas contestar, de que la vida continué dando treguas al dolor.
No cortás y yo me quedo escuchando unos instantes más. Te quejás al menor movimiento. Me muerdo los labios. Ruego en silencio que te llegue una pizca de alivio y también mi amor. Dejo un beso sobre el teléfono. Un beso que no te enterás que queda ahí para vos, que duerme como un niño anhelando el cariño de su madre. La lluvia inaugura su tamborileo metálico y eso es una bendición. El invierno en la Comarca fue demasiado seco y la tierra necesita humedad para tener fecundidad y afrontar los riesgos de las épocas cálidas. Una brisa dulce estremece la fronda que reverdece. Quedamente, comienzo a llorar.
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