"La conciencia hace que nos descubramos, que nos denunciemos o nos acusemos a nosotros mismos, y a falta de testigos declara contra nosotros." Michel de Montaigne
"La conciencia hace que nos descubramos, que nos denunciemos o nos acusemos a nosotros mismos, y a falta de testigos declara contra nosotros." Michel de Montaigne
¡Pero qué lindo que es soñar cuando el calor ya no aprieta! La belleza y la simpleza del merecido descanso; dejarse llevar por esos universos paralelos y desconocidos con solo cerrar los ojos a la realidad, formateando el cuerpo y el espíritu; liberándonos del lastre del día que termina, rendirnos complacientes al arrullo del sonido del ventilador soplando bajito, las sábanas a la deriva y el cuerpo despanzurrado a lo ancho y a lo casi largo del colchón. ¡Esto es vida! diría Diógenes de Sinope -con cierto cinismo- abandonado al arbitrio de sus deseos de no hacer nada. Pero no tanto así.
¡Ta bien! Está bueno eso de ponerse en modo vacaciones, el cuerpo insiste en querer reposar; la cabeza insiste en seguir trabajando; y el celular insiste en no dejarte descansar. ¿Qué hacemos? ¿Alguien se acuerda de lo que era la vida sin celular? ¿Cómo hacíamos antes, allá en el lejano siglo pasado, cuando los teléfonos solo servían para hablar y estaban sujetos a un cable fijo?
Todas esas preguntas tienen respuestas, y estoy seguro de que la primera que contesta es la voz de la conciencia, esa que te recrimina sutilmente el que para qué dejás prendido el celular en vacaciones si sabés que automáticamente vas a chequear los mails, que vas a ver cómo están las cosas en el laburo; que te vas a preguntar y/o consultar si dejaste algo pendiente o si va a venir un mensajito vía Whatsapp, en formato de e-mail o en un llamado directo del jefe o compañero preguntando dónde quedaron los archivos, las carpetas, la contraseña de la PC o dónde está el paquete de yerba que guardabas en el cajón ese que nadie abre para que no te la tomen esos que nunca compran y que compraste en una vaquita con esos que siempre ponen.
No es fácil ser uno y su conciencia, porque entonces ya no soy solo uno, somos dos, y ese que habita en mí en forma de voz interior, casi siempre está en contra de mí, por no decir siempre. Pero todo es negociable, mucho más si se trata de mí y de mi charlatán otro yo interior.
Entonces ahí estoy, solo, expuesto y desarmado ante mi Némesis interno, tratando de componer este texto, muchas veces evitando que ese/a entrometido/a me dicte lo que tengo que hacer. La voz de la conciencia es dictatorial, ella dicta ¿acaso se olvidan de esa muletilla que nos decían los "mayores" cuando nosotros éramos menores?: "haz lo que te dicte la conciencia" y a nosotros, pobres párvulos, se nos representaba la conciencia como un dios todopoderoso y omnipresente, pero con ruleros y pañuelo de "toca" a modo de maestra primaria de los años 70´s (perdón a mis maestras, siempre tan bien peinadas y solemnes) con el dedito índice señalando acusador y que nos dictaba (instaba) los designios del buen comportamiento conforme a la moral circundante y que regía nuestros posibles oscuros pensamientos para transformarlos en prístinos e inocentes pensamientos en aquella niñez pre escolar y post prescolar.
Y sigo, pues ahí estoy, frente a un público invisible, parado solo frente al escenario de la vida como un "standapero", como un monologuista que relata los actos propios y ajenos, incongruentes y ridículos algunas veces, intentando dar sentido a las palabras y reordenarlas para expresar algo que les cause gracia. De nada.
En mi desordenada manera de ordenar los pensamientos, evitando los obstáculos de la conciencia, ignorando las llamadas y notificaciones del celular, intento poner formalidad a lo amorfo del concepto.
Todo el mundo habla consigo mismo, dialoga con la conciencia, ella siempre haciéndolo de cierta manera imperativa (sí, a vos conciencia te lo digo, y no me levantes la voz). Su voz se hace escuchar mucho antes de que nosotros emitamos una palabra bien dicha; esa vocecita que se asemeja a nuestra voz, es una entrometida y, hagamos lo que hagamos, ella siempre nos va a encontrar en falta, obviamente. Pues esa voz, tiene como característica principal, el derecho de reclamar para sí misma cada una de las cosas buenas que hacemos, como así también, es ese susurro aturdidoramente silencioso que prejuzga y/o acusa directamente las malas acciones, generalmente propias y claro ¡cómo no! Lo hace también con los demás, de pura entrometida que es.
En toda esa lucha moral y discursiva, siempre el ganador termina siendo el mismo, aun perdiendo. Y en este rincóooooon… La conciencia y yo. Con el yo exterior amoratado cual Stallone en Rocky II, voy cuidando las palabras para que la vocecita me deje hacer… y ser.
Pero es enero y la modorra del mes del "dolce far niente" me tienta. Sin penas ni gloria se va este mes que lo único que hizo es dejar atrás un año fatal. Y me dejo llevar, la brisa y el ronroneo del ventilador me llaman, me seducen, el sueño aparece despacio en esta fresquita siesta santafesina de viernes, después de haber sufrido un intenso y molesto calor de miércoles; busco un tiempito para mí en el reducido espacio que me habita para poder liberar mis sueños de toda hora, ahora, sin importar la cantidad de segundos que me tomaré en lo que creo es un merecido descanso, pues los segundos no atentan con la calidad de los primeros. Y ahí viene ella, con ese timbre y ese tono de voz tan propio de mí: ¿De verdad vas a dormir la siesta sabiendo que tenés que entregar el texto que todavía no terminaste?
Y sí, si vos, voz, lo decís… Nico 0 – Conciencia 1.
Dedos a la obra, al menos para acallar las voces; y para que ustedes, mis queridos lectores, estén leyendo estas palabras, tan mías y tan propias también de mí.
"Y oigo una voz que dice sin razón / Vos siempre cambiando ya no cambias más / Y yo estoy cada vez más igual / Ya no sé qué hacer conmigo" canta el grupo de rock uruguayo "Cuarteto de nos" en su tema "Ya no sé qué hacer conmigo".
Say no more, decretaría Charly García.
Hasta la próxima, dicta mi conciencia.