Era la noche del 20 de julio de 1969 en nuestro continente, cuando el astronauta Neil Armstrong descendió por la escalerilla en la superficie lunar, colocando una plaqueta que contenía el salmo número 8 del rey David. Fue entonces cuando el presidente Richard Nixon, en cadena de televisión en blanco y negro para casi todo el mundo, anunció que estábamos viviendo el momento más importante de toda la historia.
Casi inmediatamente, el predicador Billy Graham, conocido en todo el mundo por sus grandes campañas evangelísticas, incluso en la Argentina en el estadio de River, y fallecido recientemente con casi 100 años de edad, apareció en las pantallas replicándole al presidente Nixon que la historia había vivido un momento más importante cuando llegó Jesús al planeta, nacido de una virgen, tal como lo anunció el profeta Isaías; que vivió una vida impecable llena de poder y se dejó colgar en una cruz como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y no solo eso, sino que al tercer día resucitó, sin escafandra ni traje espacial ascendió a los cielos a la vista de todos sus discípulos. La venida de Jesucristo al mundo fraccionó la historia de la humanidad en dos grandes partes, antes de Cristo y después de Cristo.
Es curioso cómo sucedió todo, tal cual fue profetizado por Isaías y Miqueas, y tal como lo relatan los evangelios de San Mateo y San Lucas. La señalada y escogida por Dios fue María, una joven judía que vivía en Nazaret y que estaba de novia y comprometida para casarse con un carpintero llamado José. El relato bíblico declara que en su casa recibió la anunciación por parte del ángel Gabriel: "María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios, y ahora concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob, y su reino no tendrá fin". Entonces María dijo al ángel: "¿Cómo será esto?, porque no he tenido relación con ningún varón". Y respondiendo el ángel le dijo: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual el Santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios, porque ninguna cosa es imposible para Dios". Entonces María prestó su consentimiento: "He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra". Y el ángel se fue de su presencia. San Lucas 1:26 – 38.
Y así se inició la concepción inmaculada con el embarazo de una novia comprometida, una historia difícil de creer para sus padres y familiares, pero mucho más para José, su novio. Si esto hubiera sucedido hoy, tal vez las amigas le hubieran sugerido o algún médico, interrumpir el embarazo y practicar un aborto para evitar la vergüenza y la confusión. Pero María había dado su firme consentimiento; además la ley judía prohibía el aborto en Éxodo 21:22, penalizando no a la mujer sino a quienes lo practicaban.
En cumplimiento del edicto promulgado por Augusto César, emperador de Roma, José tuvo que viajar más 100 kilómetros al sur hasta Jerusalén, y de allí 11 más hasta Belén, llamada también la ciudad de David, para empadronarse allí. Con María, llegó al atardecer buscando alojamiento, pero no encontraron.
El dueño de un mesón les ofreció un lugar denominado pesebre para que pudieran descansar. A medianoche, María advirtió que llegaba el alumbramiento y José atendió el parto. Con su cuchillo cortó el cordón umbilical y envolvió al niño en pañales, recostándolo al lado de María. De pronto los cielos se iluminaron. A los pastores del lugar se les apareció un ángel gigantesco, que como un heraldo celestial les anunció: "Les doy una noticia que es de gran alegría para todo el pueblo: ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor". Entonces, fueron y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Los pastores contaron todo lo que habían visto y oído, y los que estaban en la posada se admiraban del relato.
Los tres años de poder y gloria
Cuando Jesús cumplió treinta años fue bautizado por Juan el Bautista. Inició su ministerio, de solamente tres años, y revolucionó toda la historia de la humanidad. No solo por los milagros sorprendentes que realizó, sino por los discursos y palabras que pronunció. Tal vez se podría reducir sencillamente lo que relatan los evangelios en las estrofas de una poesía que dice así:
Por el camino triste y solitario / un pobre ciego mendigaba pan / estaba aislado hundido en las tinieblas / llegó Jesús y al ciego vista dio. // Inmundo, inmundo clamaba el leproso / el sordomudo no se podía expresar / la fiebre alzó la víctima en sus garras. / Llegó Jesús y trajo sanidad // Descontrolado y con gritos degradantes / encadenado y en la oscuridad / su cuerpo era templo del demonio. / Llegó Jesús y trajo libertad.
A través de 20 siglos, el triunfo de su muerte en la cruz y su resurrección han sido proclamados en todo el mundo en diferentes razas e idiomas. El poder del Espíritu Santo se ha manifestado en la vivencia cristiana de millones de personas que creyeron en Él. Hoy sigue siendo el gran factor de cambio en la vida de la gente: cuando Jesús llega y le creen, se arrepienten de sus pecados, los confiesan y piden el perdón y experimentan seguridad y certeza de salvación.
Estos versos dicen lo siguiente:
La gente de hoy se encuentra confundida. / Desorientada y en incredulidad. / El corazón lo tienen oprimido. / Pero Jesús les quiere dar su paz. // Llegó Jesús y huyó el enemigo. / Llegó Jesús el llanto a enjugar. / Se irán las sombras y entrará su gloria / Si a Jesús decides aceptar.
Que Dios nos dé en esta Navidad un tiempo de reconocimiento personal y de fe para confiar en Él, en el camino de la vida y proyectarnos con seguridad hacia la eternidad.
(*) Pastor de la Iglesia Evangélica Brazos Abiertos.
Cuando cumplió treinta años fue bautizado por Juan el Bautista. Inició su ministerio y revolucionó toda la historia de la humanidad. No solo por los milagros sorprendentes que realizó, sino por los discursos y palabras que pronunció.
A través de 20 siglos, el triunfo de su muerte en la cruz y su resurrección han sido proclamados en todo el mundo en diferentes razas e idiomas. El poder del Espíritu Santo se ha manifestado en la vivencia cristiana de millones de personas.