En la localidad de Wheelwright, Joaquín Rossi pasa horas y días encerrado en su taller trabajando la madera y transformando cada veta en sonidos. Sin magia, pero con muchas técnicas milenarias, crea desde cero guitarras, bajos y también le devuelve la esencia a esos instrumentos que el destino quiso que tengan una segunda oportunidad.
Técnicamente es conocido como un luthier, aunque también se lo podría ver como a un obrero de la música, que repara y construye instrumentos de cuerdas. Un poco por curiosidad y otro tanto por herencia, es difusor de un oficio poco común y escasamente encontrado en el sur provincial.
Foto: El Litoral
Fue bendecido con ese don especial de los alquimistas, que miles de años atrás transmutaban un elemento a otro para crear uno nuevo. En este caso no es oro lo que obtiene, pero es algo que tiene un valor mucho más grande.
No es un fumador de pipas ni un tipo que pinta canas escondido en un sótano. Tampoco luce barba larga o pelo suelto sobre los hombros. Es un pibe de jean, remera, zapatillas de lona, lentes y pelo corto, eterno enamorado de Spinetta, los Redondos y Divididos.
Es muy joven para lo que significa su laburo. Tiene apenas 34 años.
Sumado a eso, tiene la habilidad de desprenderse de lo que engendra para que alguien más disfrute su trabajo y pueda hacer música. Su romance es con el desapego.
Un universo privado y particular
En esa búsqueda constante de saberes, materias primas, sonidos y herramientas, probó de todo post colegio secundario. Estudió para ser ingeniero mecánico, psicólogo, programación y hasta instaló aires acondicionados. Terminó trabajando en una imprenta y nunca se desconectó de la música, aunque no fue constante en su estudio. Lo suyo fue más autodidacta.
Work in progress. Los bajos y guitarras creados por Rossi esperando por sonar.
Foto: El Litoral
Arrancó un curso de luthería y de a poco fue metiendo mano a los instrumentos que tenía en su casa. El primer desafío fue con su guitarra Gibson negra que se había despintado. “La desarmé y la pinté entera en el taller de un amigo. Fue como experimentar con un mueble de casa. Era una guitarra muy buena y quedó mucho más linda”, cuenta a este medio.
Luego, siguió enviando instrumentos a un luthier de Rosario para personalizarlos a su gusto y por intermedio de un amigo llegó a un especialista en calibrar que también daba clases sobre restauración, Martín Facal. “Esa persona fabricaba y daba clases. Estuve con él durante un año y ahí fabriqué mi propia guitarra”, recuerda.
“Después empecé a calibrar instrumentos de amigos y no había tanta data como sí hay ahora, que está todo en internet. En simultáneo, me empezaron a traer guitarras y bajos de conocidos”. Así se fue armando la cadena y la rueda empezó a moverse.
Siguió con los cursos para fabricar guitarras y creó un modelo tipo Telecaster. Se capacitó con lo que había en la red y los comentarios buenos sobre su obra empezaron a hacerse más grandes.
Analizaba con un profesor los problemas que le iban surgiendo. Y al tiempo dejó la imprenta y se largó de lleno al taller.
Desde entonces pasaron ocho años. Armó su lugar de trabajo en un quincho familiar y afirma que es provisorio. El proyecto es mudarse a un espacio propio más amplio para dedicarse casi en exclusivo a la fabricación.
Manos que construyen sonidos
Rossi se enfoca en guitarras y bajos. Además de calibrarlos, también rectifica trastes, hace carpintería y pintura. Las maderas que usa las consigue en la zona. Asimismo, en el taller cuenta con la ayuda de otro músico, Santiago Matiasevich.
“Por ahí entran cosas como baterías, cajón peruano, pero ese no es mi fuerte. Fabrico como hobby instrumentos y mi idea es esa, hacerlo con más intensidad. De hecho ya hice un par de bajos y guitarras desde cero”, afirma.
“Trato de mejorar y lo que aprendo lo voy volcando a los instrumentos. Ya se como reaccionan los puentes, las clavijas, los micrófonos y las cuerdas. Se qué está bueno poner y que no. Eso es la experiencia, pero sigo aprendiendo todos los días”.
En Wheelwright los instrumentos encuentran una segunda oportunidad
Foto: El Litoral
Hasta el momento es único en el departamento General López por dedicarse exclusivamente a reparar instrumentos. En Christophersen existe otro luthier, Ignacio Lynch, pero más enfocado en la creación de herramientas que posteriormente son usadas para fabricar instrumentos.
Luego, hay que buscar en Bigand, a Claudio Ghisio, o en Rosario, donde ya hay muchos más casos de artesanos especializados en la materia: “Este es mi trabajo y mi oficio. En la familia tengo a mi abuelo carpintero y familiares músicos, pero todos de hobby. De a poco voy descubriendo cosas y la gente va relacionando sola”.
Joaquín es enfático al expresar que vive de esto y que recién ahora se va haciendo de un nombre: “En el pueblo me ayudó mucho el boca a boca para darme a conocer. Y siempre me muevo con las bandas, conozco muchos músicos que traen instrumentos de la zona y ellos mismos me hacen publicidad”.
En tal sentido, admite que hizo muchos trabajos “raros” con la música, que lo divierten y de los cuales aprende. “Tengo muchas herramientas y amigos a quienes consultar. Es a prueba y error, metiendo horas, invirtiendo en el trabajo. Ahora está dando sus frutos”.
El taller a donde llegan instrumentos de todo el sur santafesino y provincias vecinas, está montado sobre un quincho familiar
Foto: El Litoral
Y es que afirma que le gusta cuando le llegan guitarras destrozadas, de cualquier marca y tipo, que al final “cambian mucho”. “Tengo limitaciones y voy mejorando. A la fuerza, aprendiendo cosas en electrónica. Valoro que no sea un trabajo rutinario porque todos los días entra algo nuevo. Estoy disfrutando lo que estoy haciendo. Por eso quiero ampliar, fabricar en serio (para él, amigos o vender) y atender lo que se presente”, asevera.
El luthier de Wheelwright, explica que todo lo que hace, es a través de técnicas propias y que no copió un método: “Es a gusto mio. Me gusta lo que hago y últimamente elijo los trabajos”, destaca. Y añade: “Un trabajo especial de cero, me lleva tres meses o cuatro. Todos los clientes no son iguales y a mi me gusta la libertad en lo que hago, es mi forma de ser. No me ato tanto a mis ideas de fabricar a gusto y venderlo después”.
Por otra parte, sostiene que le gusta cuando el “músico se sorprende y agarra el instrumento” y que los momentos compartidos y las críticas, lo llevan a mejorar y que los clientes vuelvan. “Disfruto de la música. Y cada vez me encuentro con menos errores”, reflexiona.
Finalmente, adelanta: “Estoy queriendo compartir más fuerte en redes, para que alguien desde la casa o taller encuentre un tip que le destrabe algo. A mi me sirvió un montón, por eso quiero mostrar lo que hago para que sirva, cambiar un poco y no aburrirme”.
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