La noche del miércoles, en un rincón señorial de la ciudad —ese que respira a espaldas de la Laguna Setúbal—, un hecho ínfimo se volvió en dramático. Bastó que alguien, con la desidia propia de quien ya no tiene nada que perder, prendiera fuego a un montón de ropas viejas frente a una casa abandonada en Padre Genesio.
El chisporroteo, en apariencia inofensivo, pronto se transformó en un incendio que devoró una palmera entera. La estructura en llamas se desplomó como un gigante reseco, arrastrando los cables del alumbrado público. Y así, la penumbra eléctrica se extendió sobre media cuadra, como un presagio.
Crisis en el hogar
Pero la oscuridad no vino sola: el humo se metió en las ventanas del hogar de niños José Manuel Estrada, en la esquina deAlmirante Brown y Genesio. Allí, doce chicos y sus tutores empezaron a toser en medio de la neblina irrespirable. El viento, cómplice del desastre, soplaba desde la laguna y empujaba las nubes tóxicas hacia adentro, convirtiendo el refugio en una trampa.
Los primeros en llegar fueron los agentes del Comando Radioeléctrico, con la sirena que corta el aire como una amenaza. Después, los bomberos y las ambulancias: cuatro en total (dos del Sies 107 y otras tantas del Cobem) como si la ciudad hubiera despertado de golpe a un incendio de magnitud.
Bomberos trabajan sobre la palmera caída que desató el caos en el barrio.
Los médicos asistieron a los chicos ahí mismo, entre cables chamuscados y vecinos que maldecían la desgracia repetida. Nadie necesitó ser trasladado a un hospital, pero el susto quedó tatuado en los pulmones.
Imagen: captura de video.
Dos siniestros en un día
La EPE desplegó cuadrillas para devolverle la luz al barrio, aunque no a su tranquilidad. Porque no era la primera vez: esa misma mañana, en la misma casa abandonada, ya había habido un foco de fuego sofocado sin mayores consecuencias.
La oscuridad se extendió tras el derrumbe de cables del alumbrado público.
Los vecinos, curtidos en la paciencia, no ahorraron reproches: vandalismo, abandono, gente deambulando, trampas de humo y fuego en el mismo escenario.
Vecinos denuncian que la casa abandonada ya había ardido más temprano.
Lo ocurrido no es una casualidad, sino una secuencia de rutinas perversas. La casa vacía es un altar de la miseria urbana: primero trapos quemados, luego humo en los pulmones de los pibes. Y en el medio, el barrio entero como testigo obligado de que la ciudad también se incendia en silencio.
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