Quizás no llegue al nivel de los otros. Jugó mucho menos, pero logró lo que los otros no pudieron. El amor y la admiración al límite de la exaltación, el Pulga lo tuvo. En esa Copa de la Liga Profesional 2021, que fue brillante para él y para el equipo, se quedó sin el regalo del reconocimiento directo del hincha, el más genuino, el que sale desde las tribunas en el momento del estallido emocional por un gol o por un triunfo. Todo por culpa de la pandemia. El Pulga Rodríguez disfrutó de la miel más exquisita, como también antes debió purgarse de ese sabor amargo de algún insulto post final de Paraguay. Pero nadie podrá discutir que se trata de alguien que se metió de lleno en el corazón del hincha. Y mucho ayudó su origen humilde, plagado de necesidades, sufriendo una pobreza extrema en ese pueblito de Simoca que él adora y al que inevitablemente siempre vuelve. Esa Simoca en la que papá Pocholo, el mismo que se fue hace poco de este mundo y a quien el Pulga no pudo despedir de la manera que hubiese deseado, luchaba todos los días para llevar el pan a la casa de los Rodríguez. Y tanto era el esfuerzo, que el Pulguita alguna vez dejó de jugar para ayudarlo a Pocholo, que era albañil y pintor.
Muchos hinchas de Colón, al conocer la historia del Pulguita, se verán reflejados en él. En esa historia de postergaciones, de necesidades, de noches en las que había que repartir lo poco que había en la mesa para que nadie padeciera hambre. Por eso, pero sobre todo por ese potrero que lleva adentro, por ese desparpajo para tirarle caños a los árbitros antes de empezar un partido o para sorprender con algún lujo a tiempo y necesario, sumado a los golazos que lo condujeron a ser el mejor jugador de la Copa 2021, se ganó el amor del hincha y entró en esa difícil galería de elegidos.
A través del tiempo, la galería se fue poblando de figuras. Sólo en un abrir y cerrar de ojos, hay tres nombres que son indiscutibles para el hincha sabalero. El primero es el del Bichi Fuertes, goleador histórico, cuatro pasos por el club, el que más veces se puso la camiseta. Sus números son tan elocuentes como imbatibles. Dicen, con buena dosis de razón, que los récords están para ser superados. Pero, ¿quién podrá jugar 302 partidos y convertir 144 goles con una sola camiseta?, antes, eso podía pasar; hoy, resulta casi una quimera.
Más de Colón CampeónLa imaginaria mesa de los ídolos en el festejo de Colón campeónEn los '70, Colón tuvo dos grandes virtudes: buenos entrenadores y grandes equipos. Los nombres de Juan Eulogio Urriolabeitia y Miguel Antonio Juárez surgen rápidamente a la vista y son los responsables, aunque no hayan sido iguales en su forma de pensar y de actuar, de un proceso signado por un fútbol vistoso, creativo y ofensivo.
Los abanderados son indiscutibles. Por un lado, la Chiva Di Meola, un producto genuino de las inferiores de Colón, que debutó muy jovencito y enseguida se metió en el corazón de la gente. Diminuto, pero hábil y encarador, la Chiva fue el goleador histórico de Colón hasta que el Bichi lo destronó. De Colón se fue a River, pero cuando volvió y el Vasco lo puso de "10", demostró su calidad técnica, su capacidad para suministrar juego y jamás perdió su vocación goleadora. Por el otro, Cococho Alvarez, un zurdo talentoso que llegó de Estudiantes y formó parte de aquella exitosa generación que comandaba Zubeldía. A Cococho lo trajo el Vasco y lo preparó para que su fina calidad triunfe rápidamente. Era un "10" que muchas veces jugó de "5" y de "8". Con el Gitano, verlo a Colón con Cococho comandando un mediocampo que tenía al chaqueño Mazo, Carlos López y Hugo Villarruel de laderos, era una delicia para los ojos y un canto al fútbol. Cococho tenía todo: talento, personalidad, claridad, excelente pegada y gol. Luego se fue a jugar a Colombia y volvió cuando Colón ya estaba en la B, para terminar su carrera en el club que supo amar desde el primer día que pisó ese césped en el que desparramó un inacabable talento. Aquella tarde del '84 en cancha de Los Andes, cuando decidió ponerle punto final a su carrera, se fue caminando con su bolsito por las calles de Lomas de Zamora dejando atrás un tendal de ovaciones y palmadas de afecto de una hinchada que jamás lo olvidó y lo tendrá allá arriba siempre, aun aquellos que no lo vieron jugar pero es como si lo hubiesen conocido, por todo lo que le contaron sus antepasados.
Como el Bichi, Cococho y la Chiva, el Pulga se metió en la galería de los elegidos, en la de los admirados, en la lista grabada a fuego de aquellos que siempre vencerán por goleada al olvido y permanecerán vivos en el recuerdo, la memoria y el corazón de la hinchada