Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio. Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno.
Ese templo sagrado fue el Colegio del Calvario primero, la Universidad del Litoral después y finalmente, ese 15 de Abril testigo de tardes y noches inolvidables. De risas y llantos, de emociones, alegrías y tristezas. El 15 de Abril de la redonda hecha popular, de la techada que era techada y del famoso sector de los pinos que hoy es Cándido Pujato.
Allí, el hincha de Unión empezó a amar la calidad de los Ballesteros, Grecco, Pichón Vitale, el Loco Mendoza, Pomelo Ribeca, Victorio Cocco y Madelón. A estar seguros por las atajadas de Pumpido y el Loco Gatti o a gritar los goles del Turco Alí, de Luque o las salvadas del Chango Cárdenas o el Negro Sauco.
Estos, y cientos o miles más, fueron, son y serán esos ángeles vestidos de rojo y blanco que se batirán a duelo contra los demonios de turno. Y de allí surgirán esas historias de epopeyas, de partidos inolvidables, de goles que se seguirán gritando para siempre por más que el tiempo pase. Porque si algo no tiene final, es el poder del recuerdo, de la memoria. Eso no muere. Se transmite de generación en generación, como supieron hacerlo padres y abuelos sobre esos hijos y nietos que hoy ya son padres o abuelos y que seguirán adelante con una dinastía inquebrantable, la de reunir cada vez más fieles para sumar a esa religión sin ateos.
Unión se cayó pero se levantó mil veces. Y lo hará otras mil más. Honrará a aquellos dirigentes de estirpe que supieron interpretar el sentimiento genuino del tatengue. No mueren los Casabianca, Malvicino, Iparraguirre, Corral, Baldi, Neme, Veglia y Vega. No mueren los Mario Alberto, los Hernán Solari, los Roberto Telch, los Diego Barisone. No pueden morir aquellos que perduran en el sentimiento del hincha tatengue y anidan, gloriosos, en esos corazones que explotan cada fin de semana.
Tenés que leerUnión festejó su aniversario 113 a través de las redes socialesUnión cumple 113 años. Fue allí, en Catamarca al 2600, en la casa de los Baragiola y emulando, con sus colores, al glorioso Alumni que, por ese entonces daba glorias mil en un 1907 en el que un grupo de chicos jamás imaginaron que estaban sentando las bases y dando nacimiento a un sentimiento que no tiene edades, ni límites.
Un 15 de abril de 1907 nació Unión, dueño de una pasión que se fue extendiendo en el tiempo, multiplicándose en amor y transformándose en cuna y cajón, pintado de rojiblanco, para hacer realidad aquella frase que inmortalizó Eduardo Galeano: En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol. El que nació tatengue, crecerá, vivirá y morirá tatengue.