Cuando el mapa se vuelve carne: Pablo Imhoff y el viaje hasta el fin del norte
El motoviajero regresó tras casi 6 años en la ruta y visitó la redacción para conversar sobre sus aventuras. “Ir lento en una moto chica me permitió empaparme de las culturas e interactuar con la gente de una manera que un vehículo grande no permite”, dijo en su visita a El Litoral. Cómo sigue su historia.
“Creo que hemos llegado, gente… no lo puedo creer, llegamos… no lo puedo creer”. Gentileza.
El cartel aparece al costado de la ruta como una revelación. Blanco, sobrio, definitivo: Welcome to Alaska. Pablo Imhoff frena la moto, apoya el casco sobre el asiento y enciende la cámara con las manos temblorosas. No hay música ni épica impostada. Solo una voz quebrada que dice lo que el cuerpo todavía no logra procesar:
“Creo que hemos llegado, gente… no lo puedo creer, llegamos… no lo puedo creer”.
Detrás de esa frase hay más de cinco años de ruta, más de 50 mil kilómetros recorridos, 15 países atravesados, fronteras cerradas, tormentas, frío extremo y una pandemia que congeló el mundo —y también su viaje— cuando recién comenzaba. Pero, sobre todo, hay una decisión: vivir despacio en un continente acostumbrado a correr.
Ni la nieve paró a Pablito Viajero. Gentileza.
Pablo salió de Santo Tomé, Santa Fe, en enero de 2020, montado en una Honda C90 —una moto mínima para un sueño descomunal— con la idea de unir Ushuaia con Alaska. El plan original era de tres años y medio. La realidad, como suele ocurrir en la ruta, lo desarmó.
Antes de partir, un joven Pablito Viajero junto al puente Carretero de Santoto. Gentileza.
“Yo este viaje me lo planteé hacer en tres años y medio, pero el mismo viaje me obligó a tomar un ritmo un poco más desacelerado. Entonces, de los tres años y medio iniciales, uno va cambiando”.
Cambiar fue la regla. La pandemia lo obligó a detenerse casi un año en el sur argentino. Más adelante, el cansancio físico y emocional empezó a pesar. La vida nómada —romantizada desde afuera— tiene un reverso silencioso que Pablo no oculta.
“Después de casi once años viajando, viviendo de forma nómada, por momentos sí se siente el cansancio. Se extraña y se necesita también un lugar donde hacer base”.
La Econo, como bautizó a su moto, se convirtió en casa, refugio y testigo. Cada reparación improvisada al costado de la ruta, cada kilómetro de ripio o asfalto roto, marcó también el cuerpo del vehículo. Avanzar lento lo obligó a mirar más: pueblos pequeños, historias mínimas, manos que se extendieron sin pedir nada a cambio.
El motoviajero y su compañera de ruta, en "la nada misma". Gentileza.
Ese viaje, que comenzó como una travesía personal, se volvió colectivo. A través de YouTube, Pablo fue construyendo una comunidad que lo siguió día a día, video a video. Lo supo cuando llegó al destino final y lo dijo sin rodeos: “Esto no es solo mío. Siéntanse parte de este sueño, porque sin ustedes no lo lograba”.
En Alaska no hubo gritos ni festejos exagerados. Hubo silencio, lágrimas y una emoción difícil de nombrar. “Estoy muy emocionado y muy contento de estar acá. Es inevitable llegar a este lugar y no pensar en todas las cosas que pasamos. Estoy en la nebulosa, todavía no caigo en que llegamos”.
La llegada no fue un punto final, sino una pausa. Meses después, ya de regreso en Buenos Aires, Pablo grabó un video que suena a balance y a despedida parcial. Fue hace unos días. “Se termina el Proyecto Alaska”, anunció. No con tristeza, sino con la serenidad de quien sabe que los grandes viajes no siempre se repiten. “Este viaje está por encima de los anteriores respecto a lo épico que fue, pero no lo veo como un cierre. Por ahora, la idea es seguir viajando, pero nunca se sabe qué va a pasar”.
En El Litoral
Después de pasar por el Obelisco —donde insólitamente se encontró de casualidad con su hermano, además de con seguidores—, Pablo regresó a Santo Tomé para pasar la Navidad y planificar cómo continuará su vida. En ese marco, aprovechó para acercarse a la redacción de El Litoral y conversar sobre su aventura.
Pablo Imhoff en la redacción de El Litoral, tras culminar su viaje. Flavio Raina.
—Bienvenido a casa. ¿Quién sos después de haber recorrido tantos kilómetros?
—Soy motoviajero, YouTuber, influencer, creador de contenido y nómada digital. De todas esas etiquetas, con la que más me identifico es con la de YouTuber, porque es a lo que más ganas le pongo y creo que es lo que mejor me sale.
—¿Por qué decidiste realizar este viaje a Alaska solo y en una moto de apenas 90 cc?
—Elegir una moto pequeña hace que el viaje sea mucho más aventurero; es un verdadero desafío de bajas cilindradas que te obliga a adaptarte a contratiempos constantes. Alaska fue el objetivo porque representa el otro extremo de América desde Argentina. Sin embargo, el objetivo no era solo el destino, sino todo lo que pasa en el medio: los países, los paisajes y la riqueza cultural de su gente.
Instantes que quedan grabados para siempre. Gentileza.
—¿Qué se siente finalmente cumplir ese sueño y tocar el cartel que dice “Alaska”?
—Se siente haber cumplido un sueño de años. Para un motoviajero, llegar ahí es comparable a lo que siente un futbolista al ser campeón del mundo o un deportista al recibir una medalla olímpica. Fueron casi seis años recorriendo 15 países. Además, en lo profesional, logré crear contenido de calidad y alcanzar el millón de suscriptores —hoy ya somos más de un millón y medio—, lo que significa que la gente también disfrutó el viaje conmigo.
En ruta... Gentileza.
—¿Fue más importante llegar o el acto de viajar en sí?
—Van de la mano. El objetivo era llegar, pero ir lento en una moto chica me permitió empaparme de las culturas e interactuar con la gente de una manera que un vehículo grande no permite. La moto lenta te obliga a ser parte de la sociedad, permitiéndome convivir con todo tipo de personas y hasta con tribus aborígenes.
—Hablemos de estadísticas. ¿Cuántos países y kilómetros recorriste?
—Recorrí 15 países y más de 56.000 kilómetros. Un punto característico fue el cruce del Tapón del Darién a través del Caribe, de forma aventurera, tomando embarcaciones entre diez y quince veces.
A veces llanura y homigón, y a veces... Gentileza.
—¿Cómo se portó la moto? ¿Tuviste que hacerle muchas reparaciones?
—Le tuve que hacer el motor dos veces, en Perú y en Ecuador, principalmente por la exigencia de la altura en la Cordillera de los Andes. Fue un error mío por exigirla de más, pero lo bueno es que esta moto es la más vendida de la historia y es muy fácil conseguir repuestos y arreglarla en cualquier lado. Ahora la idea es dejarla descansar y guardarla como recuerdo o para alguna exposición.
Varias reparaciones necesitó la motito. Gentileza.
—De todos esos años, ¿con qué momentos te quedás?
—Es difícil elegir uno solo, pero en mi “top” estarían: acampar en el Salar de Uyuni el día de mi cumpleaños, encontrarme cara a cara con un jaguar en Tikal (Guatemala), el cruce del Darién compartiendo con migrantes, la llegada a Alaska y, finalmente, el regreso a Argentina por la cordillera, en Mendoza.
—Después de conocer tantos pueblos, ¿cómo definirías la identidad latinoamericana?
—Somos una misma cultura. Aunque cambien algunas costumbres, compartimos el idioma, la religión y hasta la esencia de las comidas, que son variaciones de lo mismo —tortillas, arepas, pan—. América es un conjunto de países que conforman una misma unidad cultural, lo que te permite interactuar y ser uno más en cualquier lugar.
Hasta donde termine mi camino... Gentileza.
—Te tocó vivir la pandemia en pleno viaje. ¿Dónde estabas?
—Me agarró en Ushuaia. A pesar de todo, fue uno de mis mejores años porque descubrí un lugar alucinante, aprendí a esquiar y generé un vínculo muy fuerte con la ciudad y su gente.
—¿Qué miedos o paradigmas tuviste que romper para dejar tu vida en Rosario y lanzarte a la ruta?
—Principalmente, el miedo a la inseguridad y a quedarte sin dinero. Al estar lejos de tu casa y tu familia, tenés que resolver los problemas solo, cortando amarras y sorteando obstáculos a medida que aparecen.
Lugares y más lugares, recorrió Pablito Viajero en su moto 90cc. Gentileza.
—¿Cómo hiciste para que el viaje fuera sustentable?
—Trabajo con las redes sociales desde hace tiempo. Mi principal sustento es YouTube, complementado con Instagram, algunos sponsors y una tienda online. Por suerte, pude costear todo el trayecto con esos ingresos.
A dormir donde caiga la noche... Gentileza.
—¿Qué fue lo mejor y lo peor de esta aventura?
—Lo peor fue la parte sentimental y emocional; estar lejos de los tuyos y bancarte las cosas solo es durísimo. Lo mejor fue la aventura, tener amigos en toda América y sentir la plenitud de haber cumplido un objetivo máximo. Lo más difícil es estar despidiéndose constantemente de la gente con la que generás vínculos, algo que resulta un poco antinatural para el ser humano.
—¿Hubo algún momento de peligro extremo en el que pensaste en rendirte?
—Nunca tuve ganas de rendirme, pero sí momentos difíciles en los que no sabía cómo seguir adelante por la carga mental. Una vez, acampando a 5.000 metros de altura en el Abra del Acay, sufrí mal de montaña en medio de una tormenta de nieve y pensé que no sobrevivía. Lo que más extrañé fue tener un lugar propio, una cama y un baño fijo.
Buen día... Gentileza.
—¿Existe una fórmula para cumplir un sueño así?
—No hay una fórmula única. Hay quienes salen sin planificar, pero yo soy más estructurado: cerré mi vida burocrática, vendí mis cosas y planifiqué cómo generar ingresos antes de salir. Cada uno debe adaptarlo a sus circunstancias.
—Tocaste el cartel de Alaska, volviste al Obelisco y ahora estás en Santo Tomé. ¿Qué sigue para Pablito Viajero?
—Por ahora no quiero ponerme metas largas. Estoy en una etapa de transición, disfrutando y procesando lo vivido. Seguramente viva un tiempo en Buenos Aires y siga relacionado con los viajes y las motos en las redes, pero sin objetivos inmediatos.
Destino Alaska, desde Santoto. Gentileza.
—Si pudieras hablar con el Pablo que salió a la ruta en 2014, ¿qué le dirías?
—Le diría que no se tome todo tan en serio. Soy muy perfeccionista y exigente, y aunque eso me ayudó a llegar, a veces me impedía disfrutar del momento por estar tan enfocado en generar contenido de calidad. Por suerte, todo quedó registrado en videos y fotos para revivirlo siempre. Realizar un viaje de esta magnitud es como armar un rompecabezas infinito: mientras estás en la ruta, vas recolectando piezas de culturas, paisajes y personas, y solo al regresar y mirar hacia atrás lográs ver la imagen completa de lo que realmente viviste.
Hola Santoto... El regreso de Pablito Viajero, sueño cumplido.En la foto junto a Oscarcito... Oscar Facta, el mecánico que lo ayudó un año a preparar la moto para salir a la ruta, lo esperó en su regreso.
Tal vez ahí esté la clave. No en Alaska, ni en Ushuaia, ni en la línea recta del mapa, sino en esa certeza frágil de que el camino transforma y deja marcas. Pablo Imhoff no volvió igual. Y quizás eso sea, al final, lo único verdaderamente importante del viaje.