"Ser creativo no es tanto el deseo de hacer algo como la escucha de lo que se quiere hacer y seguir el dictado de los materiales".
En la Bauhaus fue empujada al textil por ser mujer, pero terminó liderando una revolución estética que transformó el arte moderno. Falleció el 9 de mayo de 1994.
"Ser creativo no es tanto el deseo de hacer algo como la escucha de lo que se quiere hacer y seguir el dictado de los materiales".
Nacida en Berlín en 1899, bajo el nombre de Annieliese Fleischmann, Anni Albers se formó en el cruce de dos mundos: la tradición familiar ligada a la fabricación y la edición y la sensibilidad artística que encontró cauce, no sin resistencias, en las vanguardias del siglo XX.
Tras un breve paso por la Escuela de Artes Aplicadas, Albers ingresó en la Bauhaus, institución que intentó refundar los modos de enseñar y habitar el arte en la Alemania de entreguerras.
Su entrada no fue inmediata: fue admitida en un segundo intento, con ayuda de Josef Albers, con quien luego compartiría vida y obra. Y con la condición de integrarse al taller de tejido, el único espacio que, en los hechos, parecía disponible para las mujeres.
Anni aceptó, aunque sin mayor entusiasmo. Sin embargo, esa elección forzada abrió un camino inesperado. Bajo la mentoría de Gunta Stölzl, se volcó a explorar las posibilidades del telar como medio expresivo.
Pronto sus diseños comenzaron a aparecer en publicaciones especializadas y exposiciones, desdibujando los bordes entre arte, diseño y arquitectura.
"En la Bauhaus, su maestro fue Paul Klee, referente para Albers, la animó a seguir tejiendo sus 'pinturas textiles'", explicó Lisardo Martínez respecto a esta etapa.
"Su obra ha sido descrita como una fantasía infinita dentro del mundo de hilos, cuya presentación, construcción y conceptos transmiten fuerza, alegría y misterio", añadió.
El nazismo obligó al cierre de la Bauhaus en 1933. La pareja Albers emigró a Estados Unidos, donde encontró refugio en el Black Mountain College, institución con una visión pedagógica tan experimental como la escuela fundada por Gropius.
Allí, Anni fundó un taller textil que huía de la repetición de modelos: trabajaba con materiales cotidianos y buscaba que sus estudiantes no repitieran formas del pasado, sino que busquen las cualidades físicas de cada elemento.
Luciana García Belbey escribió sobre este período que Albers "utilizó el telar como una herramienta para conectarse con las tradiciones ancestrales, y al mismo tiempo innovar con sus diseños e introducir nuevas tecnologías, como separadores de ambientes a prueba de luz y sonido".
"Al mezclar fibras sintéticas y naturales, creó un nuevo vocabulario en sus textiles, por los que obtuvo gran reconocimiento dentro del mundo de las artes visuales. De este modo logró trascender las fronteras que dividen el arte de la artesanía", agregó.
Su método, centrado en el diálogo entre técnica y material, formó a una nueva generación de artistas visuales que descubrieron en el tejido una práctica abierta, maleable y conceptualmente fértil.
En 1949, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) le dedicó a Anni Albers una exposición individual. Fue la primera vez que una artista textil ocupó ese lugar.
La muestra reunía tapices, tejidos suspendidos, telas por metro y divisores de ambiente que Albers concebía como estructuras arquitectónicas. Su uso de fibras naturales y sintéticas revelaba un abordaje que iban más allá de lo decorativo.
La exhibición legitimó el textil como lenguaje artístico autónomo y consolidó a Albers como una figura del diseño moderno.
A partir de la década del '60, Albers comenzó a experimentar con el grabado. Invitada al Tamarind Lithography Workshop de Los Ángeles, encontró allí un medio nuevo donde volcar las estructuras visuales que había desarrollado en el tejido.
Aunque su último tejido data de 1968, nunca abandonó del todo la producción textil. Continuó diseñando para la industria, siempre desde una lógica que evitaba la repetición fácil o la subordinación a la moda.
"Despojada de jerarquías artísticas tradicionales o convenciones, la constante exploración de fibras por parte de Anni Albers combinó oficios ancestrales con los principios de la Bauhaus, reformulando el diseño industrial moderno, la arquitectura y el arte", indica la página web del MOMA.
Sus aportes teóricos se vinculan con el planteo de que los textiles deben ser pensados como parte integral del diseño arquitectónico, no como añadido al final.
Allí argumenta que los materiales flexibles poseen un potencial espacial que aún está lejos de haberse explorado por completo.
El trabajo de Anni Albers transformó la percepción del arte textil en el siglo XX. Por eso, sus diseños, su pedagogía y sus escritos continúan dialogando con artistas, arquitectos y diseñadores contemporáneos.
Cómo señaló ella misma: "las obras de arte nos enseñan lo que es el coraje. Necesitamos ir a donde nadie ha ido antes que nosotros".
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