Liliana Maresca nació en Avellaneda el 8 de mayo de 1951. Desde sus primeras apariciones públicas, en los años '80, dejó una certeza: no venía a ocupar un lugar cómodo en el arte.
El arte como acto político, poético y físico. Así vivió y creó esta artista fundamental que desafió los límites de los soportes y la mirada del mercado.
Liliana Maresca nació en Avellaneda el 8 de mayo de 1951. Desde sus primeras apariciones públicas, en los años '80, dejó una certeza: no venía a ocupar un lugar cómodo en el arte.
Con una formación en cerámica, dibujo, pintura y escultura, y con maestros como Emilio Renart y Miguel Ángel Bengochea, fue moldeando un lenguaje propio, atravesado por lo político, lo urbano y lo performático.
No eligió los museos convencionales para mostrar lo suyo. Optó, sobre todo, por espacios improbables: una calle peatonal, un lavadero automático, una facultad.
Obras como "Una bufanda para la ciudad de Buenos Aires" o "Lavarte" propusieron intervenciones directas en lo cotidiano, apuntando a romper con las lógicas del mercado y del circuito cerrado del arte.
Laura Haimovichi escribió, en Página 12, que Liliana "no formó parte de esa juventud que lo quiso transformar todo a través de la revolución, pero que olvidó el lugar central de los afectos y el cuerpo".
"Su camino -señaló Haimovichi- fue transmutar lo íntimo en lo comunitario, avanzar en el interés por el material y la forma, y desplazar lo evidente de ‘el tema’ para no caer en la bajada de línea de un dogma".
A lo largo de su carrera, Maresca investigó soportes diversos -desde instalaciones y objetos hasta fotoperformances- sin perder nunca de vista una mirada crítica y poética sobre la realidad.
En "Ecuación-El Dorado", por ejemplo, confrontó la violencia simbólica de la conquista de América con formas geométricas brillantes que evocan el oro saqueado la sangre derramada.
"Al tiempo que exploró de manera experimental el significado de la imagen, de la creación y del objeto artístico, se interesó por el discurso, la elocuencia y la situación de enunciación", explicó Victoria Noorthoorn en el libro dedicado a Maresca que editó el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
"Era tan importante la obra como la situación social y discursiva del artista comunicando un estado del mundo y una visión a futuro", subrayó.
Le puso, literalmente, el cuerpo a su labor artística. La colaboración entre Liliana Maresca y el fotógrafo Marcos López en los '80 dio lugar a una serie de fotos performances.
En estas obras, Maresca posaba desnuda junto a sus esculturas creadas con objetos reciclados, estableciendo un vínculo íntimo entre su cuerpo y su producción.
Diego Rojas, en Infobae, expresó que "en ciertas obras existe una separación entre el artista y la obra misma, como una ruptura de la subjetividad que llevó a que se concrete".
"La respuesta a esta disyuntiva -sigue Rojas- es que entre en juego el mismo cuerpo. Así es como Liliana Maresca ofrecía su cuerpo al público, su cuerpo era el artefacto puesto en juego".
También supo anticiparse a debates urgentes: en "Recolecta", transformó un carrito de cartonero en un dispositivo artístico que denunciaba la exclusión social. Fue años antes de la crisis de 2001.
Como sintetizó María Laura Gutiérrez, "sus obras exceden las modalidades disciplinares y se yuxtaponen en un recorrido que articula pintura, escultura, objetos, foto-performances, instalaciones, intervenciones espaciales, entre tantas otras operaciones que pueden destacarse en el frenesí de su hacer".
En sus últimos trabajos, como "Espacio disponible" o "Imagen pública - Altas esferas", el foco se desplazó a los medios de comunicación, al cruce entre visibilidad, cuerpo y poder.
Murió en 1994, por problemas vinculados con el virus HIV. Sin llegar a ver inaugurada su retrospectiva "Frenesí". Aún así, su obra sigue interpelando con la misma intensidad.
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