La pintura como acto de lucidez en tiempos de impostura
En el museo porteño está disponible la muestra “Retrato de un momento”, que celebra el centenario del artista fallecido en 2007. Y revisa su mirada crítica y aguda sobre el poder y la sociedad argentina.
"La muchacha entra en la ciudad" de 1990. Foto: Colección Museo Nacional de Bellas Artes
Hay artistas cuya obra parece moverse de acuerdo con el pulso, casi siempre acelerado y caótico, de la historia. El pintor Carlos Gorriarena (1925-2007) fue uno. Desde los 60, su trabajo fue una forma de testimonio, una especie de trinchera donde guarecerse ante la hipocresía del poder.
A cien años de su nacimiento, el Museo Nacional de Bellas Artes le dedica la exposición "Carlos Gorriarena. Retrato de un momento", abierta desde el 2 de octubre y disponible hasta enero. La muestra reúne cerca de treinta obras en las que el artista exhibe las tensiones entre la belleza y la brutalidad.
"Orejas, cojones, banderas" (1967). Foto: Colección Museo Nacional de Bellas Artes
La curadora Gabriela Naso dice que la muestra busca "iluminar algunos aspectos de su prolífica trayectoria, en la que un trazo del pincel, un gesto captado de forma fugaz o las sombras proyectadas sobre una pared son capaces de condensar el clima de una época con la más potente elocuencia".
Esa época fue la Argentina atravesada por las dictaduras de Juan Carlos Onganía y de Jorge Rafael Videla, cuyos climas políticos impregnan con agudeza la tensión de sus cuadros. Pero también, tras el retorno democrático, Gorriarena buscó, según Naso, "reinterpretar las claves de un presente que aún se percibía incierto".
La pintura como lenguaje político
Las obras de Gorriarena son como espejos deformantes de un país que se busca a sí mismo, siempre en los extremos. "Orejas, cojones, banderas" (1967), "El palco" (1980) o "Querida, nuestro siglo se acaba" (1990) son una radiografía de cómo el poder se encarna en cuerpos y gestos.
"Papeles" (1978). Foto: Colección particular
"El color se retroalimenta y así van naciendo las diferentes partes del cuadro, cada una como consecuencia de la otra", declaró alguna vez el propio Gorriarena en una entrevista publicada por Hoy en la noticia.
En esa afirmación, más que una técnica, se advierte una ética del mirar: el color como proceso, como organismo vivo que se multiplica hasta devorar la impostura de las apariencias. El director del Bellas Artes, Andrés Duprat, subraya que el pintor "apela a la hipérbole como principio organizador del discurso".
"Querida nuestro siglo se acaba" (1990). Foto: Colección particular
"Su mirada -sigue Duprat- ofrece retratos punzantes de personajes de la política nacional e internacional, pero también del espectáculo, donde la banalidad se vuelve caricatura a través de los colores saturados y las dimensiones deformadas del cuerpo humano".
La gestualidad y la historia
Formado conLucio Fontana, Antonio Berni y Demetrio Urruchúa, todos pintores comprometidos con su tiempo, Gorriarena absorbió una enseñanza central, que luego aplicaría: la pintura debía ser una forma de conciencia.
No había otro camino posible. La generación de la que Gorriarena formó parte vivió entre el vértigo del informalismo y la urgencia política de los años 60 y 70, en un país donde el arte no podía desentenderse del contexto.
Como escribió la crítica Laura Feinsilber, su obra fue "vital, intuitiva, de gesto violento". En los trabajos de Gorriarena se reconocen las huellas de la violencia social que se filtra en lo cotidiano. No hay lugar para complacencia; hay, en cambio, una voluntad de exponer las estructuras de dominación.
En los 80, con el regreso democrático y el auge de la "pintura-pintura", su mirada se vuelve más introspectiva sin perder el cariz político, que es su señal identitaria. Obras como "La muchacha entra en la ciudad" o "Torta alemana" (ya de los 90) traducen las transformaciones de una sociedad que gira entre el desencanto y la euforia.
"El palco" (1980). Foto: Colección Museo Nacional de Bellas Artes
Testigo de su tiempo
El recorrido de "Retrato de un momento" abarca cinco décadas de producción, desde los ensayos informalistas de los 60 hasta sus últimos acrílicos de comienzos del nuevo siglo. Pero lo que atraviesa toda su obra es la pregunta por el lugar del arte dentro del tejido social.
"Lo principal, a la hora de aprender, es no partir de esquemas académicos -decía el pintor-. Hay que trabajar, ver mucha pintura, leer todo lo que se escriba sobre el tema y acercarse a un buen maestro que lo guíe por este arduo camino". Esa vocación lo acompañó hasta su muerte en 2007.
En ese sentido, la exposición del Bellas Artes es una invitación a repensar el rol del arte en tiempos de incertidumbre. "Darle cara y cuerpo al poder fue el tema rector de su producción", afirma Naso.
Quizá por eso, al mirar hoy sus figuras distorsionadas, Gorriarena vuelve a interpelar, con la misma fuerza de entonces, sobre las ficciones del poder y la vigencia de su mirada en este presente convulso.