El artista que reinventó el grabado japonés en diálogo con el mundo
Nació hace 149 años, en septiembre de 1876. Su mirada sobre paisajes de India, Europa y Japón dejó estampas marcadas por un sello personal: la búsqueda incansable de la luz.
Fragmento de un paisaje de Yoshida. Foto: Egenolf Gallery
El 19 de septiembre de 1876 nació en Kurume, prefectura de Fukuoka, Hiroshi Yoshida. Fue uno de los pilares del shin hanga ("nuevas estampas"), movimiento que revitalizó la tradición del grabado japonés en madera en diálogo con la modernidad y la mirada occidental.
Mientras la modernidad arrasaba tradiciones, Yoshida conjugó lo antiguo y lo nuevo, lo local y lo universal. Su obra se convirtió en un puente entre culturas, al tiempo que reafirmó la vigencia del ukiyo-e (género de grabados en madera del siglo XVII) en una era que parecía condenarlo al olvido.
Egenolf Gallery
La formación de un maestro
Yoshida arrancó la formación artística con su padre adoptivo. Muy joven, se dio cuenta de que tenía que expandir horizontes: a los veinte años viajó a Kioto para estudiar con Soritsu Tamura y luego a Tokio, donde estudió con Shotaro Koyama.
Allí se vinculó con la pintura de estilo occidental, en un Japón que atravesaba su apertura hacia el mundo. Con acuarelas y óleos, Yoshida obtuvo premios en las exposiciones oficiales y se convirtió en una figura respetada.
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Viajes y descubrimientos
La consagración internacional llegó con sus viajes a Estados Unidos y Europa. Allí vendió óleos y acuarelas, deslumbrando con su capacidad para plasmar atmósferas y paisajes. Pero el gran giro se dio al descubrir la fascinación de Occidente por el ukiyo-e, el grabado japonés en madera.
Respaldado por el editor Watanabe Shozaburo, publicó sus primeras siete xilografías. El destino, sin embargo, fue cruel: el Gran Terremoto de Kantō de 1923 destruyó la tienda de Watanabe y con ella las planchas originales de Yoshida.
Lejos de rendirse, emprendió una gira por Estados Unidos y Europa. Al regresar a Japón, en 1925, fundó su propio taller, en el cual controlaba personalmente cada una de las etapas del proceso de impresión.
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La luz como obsesión
Su sello jizuri ("autoimpreso") y la firma a lápiz "Hiroshi Yoshida" eran garantías de autenticidad y perfección. Fascinado por la luz, especialmente la que encontró en India, representaba un mismo motivo en distintas horas del día o de la noche.
Durante la Segunda Guerra Mundial se desempeñó como corresponsal, lo que interrumpió su producción. Sin embargo, tras la contienda continuó trabajando hasta 1946, cuando diseñó su última estampa. Falleció en 1950.
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Miradas
Justine Héliez apuntó que Yoshida "no se limitó a diseñar sus estampados. Estuvo personalmente involucrado en cada paso del proceso de producción, desde el boceto inicial hasta la impresión final".
"Esto le permitió -sigue Héliez- controlar cada detalle y asegurar una perfecta coherencia en sus creaciones. Hoy en día, su obra se exhibe en museos de todo el mundo y su influencia continúa inspirando a nuevas generaciones de artistas".
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Por su parte, John Fiorillo escribió que "el estilo de Yoshida era pintoresco y ampliamente popular. Su elección de temas podía resultar algo nostálgica, incluso anacrónica en ocasiones, pero sus estándares eran muy elevados y la calidad general de su obra era impresionante".
El Moa Museum of Art afirmó, según consta en su página web, que Yoshida "estaba convencido de que la belleza debía descubrirse en el ámbito natural y, al expresarla a través de sus obras, se esforzaba por transmitirla al ser humano, cuya percepción a menudo no alcanzaba a apreciarla".
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