Cada 11 de junio se conmemora el nacimiento del pintor español Mariano Fortuny (1838-1874), cuya obra permite entender el vínculo artístico entre Europa y el mundo árabe en el siglo XIX, en particular con Marruecos.
El artista español descubrió en el norte de África una nueva forma de ver y pintar. Su paso por Marruecos dejó huellas en su obra y en la historia del arte orientalista.
Cada 11 de junio se conmemora el nacimiento del pintor español Mariano Fortuny (1838-1874), cuya obra permite entender el vínculo artístico entre Europa y el mundo árabe en el siglo XIX, en particular con Marruecos.
Pese a que su primera estancia en ese país de África septentrional no fue muy extensa (se extendió entre 1859 y 1861), significó un cambio mayúsculo en la proyección artística de Fortuny.
Lo describe bien Sandra Alfonso Tabares: "cautivado en su primer viaje por la luz africana decide volver para completar su experiencia, un primer contacto no había sido suficiente para abordar una cuestión tan complicada".
En 1862, el pintor regresaría a territorio marroquí, motivado por esa fascinación inicial. La Diputación de Barcelona lo apoyó económicamente para esta segunda aventura.
Fortuny parecía tener una misión y así fue: los frutos de esa experiencia conformaron una parte central de su obra orientalista, movimiento que cautivó a otros grandes pintores como Delacroix, a quien se aludió varias veces en esta sección.
Fortuny descubrió en Marruecos una nueva manera de ver y retratar el mundo. En sus obras, la luz del norte de África es, obviamente, un recurso pictórico. Pero es sobre todo una "presencia" viva, que aparece en cada trazo.
Lo que conmovió a Fortuny fue la luz de Marruecos. Y eso es precisamente lo que trató de reflejar en su pincelada, con un estilo detallista que anticipa rasgos del impresionismo.
Al igual que Delacroix, Fortuny quedó atrapado por las escenas costumbristas de su gente. Este interés antropológico lo llevó incluso a aprender árabe y a vestirse con ropajes tradicionales.
Recolectó objetos de la cultura local (alfombras, armas, cerámicas, tejidos) para ambientar sus composiciones. Esto lo diferencia de sus contemporáneos: no quería una imagen romántica de ese "otro" que para los europeos era el marroquí. Sino una inmersión en esa cultura.
Según la especialista Silvia Díaz, "la obra de Fortuny es la visión de un artista enamorado del cromatismo, las tonalidades y los contrastes lumínicos del Magreb, que llevó a su máximo exponente en sus pinturas".
Se trata de una subregión del norte de África que es una parte occidental del mundo árabe y es, predominantemente, musulmana. Al respecto, el Museo de Orsay de París destaca la riqueza de los cuadernos de viaje de Fortuny, que contienen tesoros de recuerdos de Oriente.
"Pinceladas de elementos arquitectónicos o del cincelado de un arma, acuarelas, dibujos con mina de grafito o tinta, cercanos al grabado, e incluso fotografías de andaluces".
Durante toda esta etapa de descubrimiento que se produjo en Marruecos, Mariano Fortuny gozó de una libertad que no tendría luego.
"Quizás fue una de las experiencias más importantes de su vida, el éxito no lo atenazaba como lo haría posteriormente y gozaba de una libertad de artista que seguramente echaría en falta en su última etapa", sostiene Alfonso Tabares.
La entrada al mercado internacional y la presión de los marchantes lo alejaron poco a poco de aquella libertad creativa que encontró bajo el sol africano.
Pero las huellas de Marruecos, de su luz, sus colores y su gente, quedaron plasmadas en su obra. Que, en definitiva, dialoga con temas universales como el encuentro entre culturas y la observación del otro.
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