Según el Museo del Prado de Madrid, Anton Raphael Mengs alcanzó el estatus de "el más grande pintor del siglo XVIII". Fue, en rigor, un intelectual atravesado por las ideas de la Ilustración.
Considerado “pintor-filósofo”, intentó elevar el arte más allá del placer visual. Trabajó sobre la idea de que pudiera ser un vehículo de conocimiento y progreso social.
Según el Museo del Prado de Madrid, Anton Raphael Mengs alcanzó el estatus de "el más grande pintor del siglo XVIII". Fue, en rigor, un intelectual atravesado por las ideas de la Ilustración.
Su formación, algunas veces simplificada en las biografías como una "imitación" de los maestros clásicos, fue más bien un proceso de análisis sistemático y crítica constructiva.
Junto a Johann Joachim Winckelmann, redefinió el canon artístico. Buscó en la Antigüedad un conjunto de principios subyacentes para ser aplicados a un nuevo contexto.
"Reflexiones sobre la belleza y el gusto en la pintura", su tratado teórico, es una meditación filosófica sobre la belleza y su relación con la razón, la moral y el progreso social.
Mengs, nacido el 12 de marzo de 1728 y considerado por estudiosos como Francisco García Jurado como el "pintor filósofo", creía que el arte era un instrumento para la educación y el mejoramiento del hombre.
Eduardo Montagut sostiene que Mengs definía la belleza "como la expresión perfecta de una idea, de la expresión que las cosas dejaban en nuestros sentidos. Pero la perfección no aparecía en la naturaleza".
Por lo tanto, sigue Montagut, "la misión asignada al arte tenía que ver con superar a la naturaleza para plasmar la belleza".
"El pintor debía seleccionar las bellezas naturales y depurar sus imperfecciones. Por eso era más importante la razón que los sentidos, en este caso el de la vista", explica.
"El Parnaso", de 1761, es uno de sus mejores trabajos. Una alegoría de la armonía universal, donde Apolo preside un concilio de musas y poetas, que simbolizan la búsqueda de la perfección a través del intelecto y la inspiración.
La página web del Museo del Prado, señala que como defensor del concepto de ‘belleza ideal’, Mengs tomó por modelos la Antigüedad clásica y las obras de Rafael, entre otras, algo ostensible en este caso.
Aunque la composición también indica que hay una búsqueda que va más allá de imitar al genio renacentista. Hay una premisa de reelaboración consciente de sus principios, adaptados a las exigencias de la estética neoclásica.
La claridad de las líneas, la sobriedad del color, la precisión anatómica y la contención emocional son expresiones de una idea de orden, equilibrio y racionalidad. La obra busca elevar el espíritu a través de la contemplación de la belleza ideal.
La influencia de Mengs se extendió mucho más allá de los círculos cortesanos. Sus ideas, difundidas a través de sus escritos y sus obras, llegaron a las academias y las escuelas de arte en toda Europa y América.
Su paso por España, donde fue nombrado Primer Pintor de Cámara, fue crucial para la difusión de la estética neoclásica en el mundo hispánico.
La figura de Mengs merece ser reevaluada a la luz de su contribución al pensamiento estético y la formación de la cultura visual en el mundo occidental.
Su obra, particularmente "El Parnaso", sigue siendo un testimonio de la capacidad del arte para expresar ideales vinculados con la armonía, razón y belleza.
Como señala Noemí Cinelli: "el artista tiene que decidir como llegar al corazón de una espectador, si hablando a su intelecto o seduciendo sus ojos. Mengs eligió la primera opción".
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