La muestra que abrió la puerta a otra idea de arte
"Objetos útiles e inútiles" instaló en el museo una tensión vital entre lo estético, lo funcional y lo político. La forma, el juego y la función se dieron cita para interpelar el presente.
Una tarde, a fines de junio de 1971, el Museo Provincial de Artes Visuales Rosa Galisteo de Rodríguez cobró una fisonomía muy particular. Las salas, acostumbradas a la calma de los óleos y las esculturas, fueron tomadas por un conjunto inclasificable.
Puertas que no daban a ninguna parte, estructuras hechas de acrílico que desafiaban la función y la forma, piezas que jugaban con la idea de utilidad, diseño, arte y desecho.
Museo Moderno
Aquella muestra -que llevó el nombre "Objetos útiles e inútiles con acrilicopaolini", en alusión al auspicio de la firma Paolini- fue una especie de experimento. Una interrupción del sentido y un llamado a repensar la relación entre la creación estética y el mundo material.
Los objetos, en su mayoría hechos con acrílico, provenían de un cruce no muy habitual en aquel entonces: artistas, diseñadores industriales y fabricantes compartiendo un territorio que hasta entonces había sido exclusivo de la obra única, del genio individual, del “cuadro”.
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La exposición, coordinada por el crítico y curador Osvaldo Svanascini y auspiciada por la empresa Paolini, fue exhibida previamente en Resistencia y Buenos Aires.
Su llegada a Santa Fe, el 25 de junio de 1971, marcó un punto de inflexión: la certeza de que el arte no podía estar al margen del mundo técnico, de la producción en serie, del ritmo de la sociedad de consumo.
Archivo El Litoral
Entre la puerta y el juego
"No todos son cuadros ni esculturas, en el sentido tradicional del término", dijo en la apertura la directora del museo, Rosa María Ravera. Y agregó: “La intención de los objetos es muy diversa; en algunos casos eminentemente lúdica, en otros informacional. Hay objetos funcionales -los útiles, la puerta, por ejemplo- en los que se aúna forma y función, base de la estética industrial.”
Aquella muestra estaba atravesada por una doble pulsión: la búsqueda de integración entre arte y vida cotidiana. Y el deseo de que el museo ya no fuera solo contenedor de obras sino motor de preguntas.
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"Hoy el artista propone un nuevo modo de sentir, de pensar y, especialmente, de percibir. No está dicho que lo logre; por el momento lo propone y al hacerlo se expone", añadió Ravera.
La forma como lenguaje vital
Si Ravera aportó el encuadre institucional, fue Osvaldo Svanascini quien ofreció el concepto de la muestra. En el catálogo oficial —preservado hoy en los archivos del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires— el crítico tejió una lectura rigurosa sobre el sentido de la exposición.
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A través de una cita del manifiesto de la Bauhaus de 1919, firmado por Walter Gropius, Svanascini colocó la muestra en un linaje más amplio, donde la distinción entre artista y artesano se disuelve.
"Formemos, pues, un nuevo gremio de artesanos sin la arrogancia clasista que pretendía levantar un presuntuoso muro entre artistas y artesanos", recordaba Gropius. Esta idea se volvía actual frente al desafío de los nuevos materiales, de la cultura de masas y de la producción en serie.
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Svanascini escribió: "La buena forma, el diseño que conforma o integra, se transforma en la aplicación de un principio que unifica aquello que alguien definió como el arte de equilibrar los elementos estéticos, acentuando la vitalidad de su tiempo".
"Los artistas comienzan a frecuentar fábricas, se estudian los materiales con el propósito de descubrir su aplicación y su desarrollo... aumenta el número de diseñadores y artesanos. Tiende a eliminarse el principio caduco de la competencia entre el industrial y el artista o el creador de formas", agregó.
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Lo que estaba en juego no era el acrílico como material, sino una forma de estar en el mundo. Una forma, incluso, de habitar la crisis del arte.
"En mitad de este desconcierto del arte, de este aparente naufragio, de las retahílas sobre la falta de salida -paradójicamente nunca se estuvo más cerca de la vida-, la aplicación de las formas vivas al tránsito cotidiano [...] constituye un hecho de positiva integración", sentenció.
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Una estética del umbral
Pocas muestras en la historia del arte santafesino lograron expresar con tanta claridad esa tensión entre lo útil y lo inútil, entre el gesto singular y la producción repetida, entre el arte como contemplación y como acto político.
"A esta muestra han sido invitados artistas, diseñadores y casas especializadas. Resultados aparte, interesa este primer confrontamiento, de manera orgánica, para un mismo material, con el fin de ahondar mucho más en sus múltiples posibilidades", escribió Svanascini.
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