Ludovico Paganini nació en 1883 en Italia, pero Santa Fe fue su lugar en el mundo, donde eligió vivir y ejercer su arte. Es que llegó a la Argentina en 1890, con apenas siete años.

En 1944, una muestra retrospectiva en Santa Fe sirvió para consagrar su talento. Como se dijo entonces: su pintura no copia: interpreta, respira, transmite el alma del paisaje.

Ludovico Paganini nació en 1883 en Italia, pero Santa Fe fue su lugar en el mundo, donde eligió vivir y ejercer su arte. Es que llegó a la Argentina en 1890, con apenas siete años.
Su nacionalidad era italiana, pero su identidad estética, afectiva y espiritual se moldeó junto al río, al calor de los suburbios y bajo el sol de las siestas del litoral.
"Santafesino por su amor al paisaje de nuestro litoral, Ludovico Paganini es tal vez el más entusiasta de los pintores locales", escribió El Litoral el 25 de mayo de 1944.

La pintura de Paganini desborda sensibilidad y, como bien señaló El Litoral, va más allá de la mera representación visual: "Paganini pinta lo que ve, pero ve el paisaje con ojos de poeta".
Trabajaba con una técnica reconocible: espátula firme pero serena, pincelada sobria, sin artificio. Pintaba "la esquina de un cruce de pueblito, la sombra de un ceibo, un retazo de playa, el campanario de una antigua iglesia del sur".
Y lo hacía con una limpieza admirable en su paleta: "mezcla poco el color, y maneja con mucha limpieza los tonos grises".

En 1922, instaló la primera fábrica de espejos de Santa Fe. Pero en 1928, cuando viajó a Europa, entró en contacto con los grandes maestros.
Aquella experiencia despertó un "incontenible fervor por expresarse plásticamente", según reseñó El Orden el 23 de julio de 1944, al inaugurarse su retrospectiva en el Museo Municipal de Bellas Artes.
En su tierra natal realizó apuntes, muchos de ellos presentes en esa muestra. "Se evidencia un equilibrio dibujístico muy elocuente, y esas pequeñas piezas constituyen un punto de referencia para la estimación integral de la transformación operada en su quehacer plástico", se subrayó entonces.

Paganini dominó la espátula con agilidad. Con ella logró empastes ricos, a veces opulentos, otras aligerados, con los que alcanzaba "un luminismo cromático que recrea con energía y vibrante emoción lo accidental del panorama".
Pero si hay un elemento que define su producción es el agua. Los riachos, arroyos, puentes, playas y diques fueron sus motivos predilectos. "Más de treinta piezas tienen unidad con dicho elemento natural", destacó El Orden.
"Es el agua, sin embargo, la que siempre se transparenta, jugosa, fresca, luminosa, o envuelta en las brumas de la tarde", reafirmó El Litoral.

En Paganini conviven la mirada del paisajista con la emoción del poeta. Sus cuadros no buscan el virtuosismo técnico, sino la síntesis expresiva.
El Orden lo explicó con precisión: "descubre con la limpidez de su retina lo expresivo y vital del ambiente. Sensibilizando lo vivo y emocional del paisaje, aprehendido en una impresión sin graves recursos lineales, sino con un vasto espatular equilibrado".
Y en ese equilibrio se encuentra una de sus mayores virtudes: la sinceridad artística. "Paganini posee la lealtad de ser sincero con el panorama circundante", remarcó El Orden. Esa sinceridad es la que hace que sus obras sigan hablando.

Las calles, las iglesias, las casas viejas, los árboles nativos y los rincones del norte santafesino constituyen el universo iconográfico de Paganini.
Entre sus temas destacan el Puente Colgante, los barcos, las tierras bajas inundadas, los arroyos y la arquitectura popular. Todo unido por una sensibilidad que no imitaba a las vanguardias, creaba desde lo local.
"No se evade ni trae de los 'ismos' el acento de una lejanía geográfica foránea, sino que es concreto y leal en su expresión, identificada con el panorama que le rodea con permanente gravitación telúrica", explicó El Orden.

Paganini falleció en Santa Fe el 20 de mayo de 1957. Hoy, a 68 años de su muerte, su pintura sigue siendo un reflejo del paisaje santafesino, de las orillas del río.
En sus cuadros no sólo se ve el litoral, se siente. Porque "lo fotográfico, lo meramente visual no tiene importancia para él", como subrayó El Litoral; lo importante es la luz, el color, la atmósfera, la poesía.

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