En 2018, las cuentas comitentes apenas superaban las 380 mil en todo el país. Invertir en bonos, acciones o instrumentos bursátiles era una práctica reservada a sectores específicos, con conocimientos técnicos, intermediarios presenciales y barreras de acceso que dejaban afuera a la enorme mayoría de la población.
En nuestra región, el “BolsaFeGate”, es recordado como una de las estafas más grandes de carácter bursátil en la Argentina y, más allá de la causa judicial – aun abierta desde hace 13 años, ocurrió por la necesaria intermediación de los agentes para el acceso de los ciudadanos al mercado de valores. Ese escenario cambió de manera abrupta —y estructural— en el transcurso de pocos años.
La pandemia como punto de quiebre
La irrupción del COVID-19 no solo alteró la vida social y económica, sino que aceleró procesos que ya estaban en gestación. El aislamiento obligatorio empujó a millones de personas a digitalizar su vida cotidiana: trabajar, estudiar, comprar, pagar y también ahorrar desde un teléfono móvil.
En ese contexto, el sistema financiero vivió una transformación silenciosa pero profunda. Las plataformas de inversión digital, los procesos de validación remota de identidad (KYC), la reducción de costos operativos y la simplificación del lenguaje financiero habilitaron un acceso inédito al mercado. Abrir una cuenta comitente dejó de ser un trámite complejo para convertirse en una acción de pocos minutos.
Al mismo tiempo, la pandemia profundizó la incertidumbre económica, la inflación persistente y la pérdida del poder adquisitivo. Para muchos, invertir dejó de ser una aspiración y pasó a ser una estrategia de supervivencia.
Esta generación no concibe el ahorro como inmovilización, sino como gestión dinámica del riesgo.
De miles a millones
El resultado fue un crecimiento exponencial. Entre 2020 y 2024, la cantidad de cuentas comitentes se multiplicó varias veces, alcanzando decenas de millones de registros según datos del sistema de custodia y del propio mercado. Aunque no todas esas cuentas tienen actividad constante, el salto cuantitativo marca un cambio cultural: el público minorista ingresó de lleno al ecosistema financiero.
Este proceso no fue homogéneo. Gran parte de las nuevas cuentas pertenecen a jóvenes, trabajadores informales, monotributistas y sectores históricamente excluidos del sistema financiero tradicional. Las nuevas generaciones ya no distinguen con claridad entre una billetera virtual, una cuenta bancaria o una cuenta comitente: todo convive en una misma interfaz digital. Sin meternos en el análisis del “berenjenal” del mundo cypto que trajo una opción a la moneda “fiat” emitida por los Estados.
Nuevas generaciones, nueva lógica
Para quienes crecieron en entornos digitales, la relación con el dinero es distinta. No hay sucursal, no hay ventanilla, no hay asesor presencial. Hay algoritmos, gráficos en tiempo real y decisiones tomadas desde un celular. La inversión se volvió cotidiana, fragmentada y muchas veces experimental.
Esta generación no concibe el ahorro como inmovilización, sino como gestión dinámica del riesgo. CEDEARs, fondos comunes, criptomonedas y dólares financieros forman parte del mismo ecosistema mental, aun cuando sus lógicas sean distintas.
Inteligencia Artificial y el futuro del trabajo
En paralelo, la Inteligencia Artificial comienza a redefinir el mundo del trabajo. Automatización, plataformas, freelancing y economía por demanda generan trayectorias laborales más inestables, pero también más flexibles. En ese escenario, el ingreso ya no es lineal ni previsible, y la necesidad de administrar ahorros o “canutos” —por mínimos que sean— se vuelve central.
La IA también empieza a permear el propio mercado financiero: recomendaciones automatizadas, análisis predictivos, riesgo y atención al cliente mediante asistentes inteligentes. El inversor minorista convive cada vez más con sistemas que toman decisiones o sugieren caminos.
Esto abre oportunidades, pero también riesgos: asimetrías de información, dependencia tecnológica y una posible ilusión de control en contextos altamente volátiles, como el actual con mercados globales siempre coqueteando con máximos históricos y manipulaciones “informativas”.
¿Democratización o ilusión de acceso?
La masivización de las cuentas comitentes es, sin dudas, un dato positivo en términos de inclusión financiera. Pero el desafío no es solo cuántos ingresan al sistema, sino cómo y con qué herramientas. Sin educación financiera, regulación efectiva y políticas públicas que acompañen, la democratización puede transformarse en una nueva forma de vulnerabilidad.
El mercado de capitales dejó de ser un club cerrado. Hoy es un espacio atravesado por tensiones sociales, tecnológicas y generacionales. Entender ese proceso no es solo una cuestión económica: es una clave para leer el presente y anticipar el futuro del trabajo, del ahorro y de la ciudadanía financiera en la Argentina.