"Yo quiero alguien diferente, alguien de quién pueda sentirme orgullosa. Quiero poder salir a la calle, quiero gritar su nombre, y decir 'este es mi marido'". Susú Pecoraro como Camila, en la película de María Luisa Bemberg de 1984.

La autora revisita uno de los episodios trágicos de la historia argentina del siglo XIX y lo pone a dialogar con los dilemas actuales sobre el cuerpo, la libertad y la moral.

"Yo quiero alguien diferente, alguien de quién pueda sentirme orgullosa. Quiero poder salir a la calle, quiero gritar su nombre, y decir 'este es mi marido'". Susú Pecoraro como Camila, en la película de María Luisa Bemberg de 1984.
La historia de Camila O'Gorman, la joven porteña que se enamoró de un cura en tiempos de Juan Manuel de Rosas, es uno de esos episodios que los argentinos nunca dejaron de observar (hay que decirlo) con algo de morbo. En "Pecadora", Florencia Canale retoma ese mito desde la literatura.
La autora abre el relato en 1828, en una Buenos Aires marcada por la guerra con Brasil que había arrancado un par de años antes y la inestabilidad política que siguió al fusilamiento de Manuel Dorrego, punto bisagra de la historia argentina, en cuyas tensiones se adivinan las del presente.

Entre esas "grietas" del poder (el término no es caprichoso, en Argentina siempre las hubo, pese a que algunos las ubican sobre todo en los últimos años) nace Camila.
Se trata de una hija de la aristocracia porteña, nieta de Madame Périchon (protagonista de "La libertina", otra novela de Canale), la misma mujer que escandalizó al Virreinato por su turbulento romance con Liniers.
El linaje del escándalo, esa estirpe de mujeres que no se conforman, pareciera ser uno de los hilos conductores de la novela. Y también es lo que une a Camila con las demás heroínas de Canale, que siempre se caracterizan por romper esquemas.

Es que en una época donde la mujer estaba completamente confinada al ámbito doméstico, Camila quería otra cosa. Poseía una rebeldía, una sed de vivir emociones que parecía impropia si se toman como referencia las pautas del siglo XIX.
Como decíamos, no es la primera vez que Canale pone el cuerpo de la mujer en el centro de la Historia (con mayúscula). Lo hizo con Remedios de Escalada, sacándola del pedestal de "esposa de San Martín". Con Encarnación Ezcurra, que acompañó a Rosas con una voluntad de acero y con otras.
En "Pecadora", vuelve a apoyar a esas damas que amaron en tiempos donde amar era, también, una forma de insurgencia. Basta recordar, por caso, a la Emma Bovary de Gustave Flaubert. Si eso no bastara, la prosa de Canale es envolvente y visual, en muchos aspectos cercana al cine.

Su escritura, además, devuelve a la historia los aromas, los murmullos y los temblores que las crónicas oficiales y la historiografía tienden a obviar para mirar más los procesos.
Es imposible leer "Pecadora" sin recordar "Camila" (1984), la película de María Luisa Bemberg que, en plena recuperación democrática, devolvió a la figura de O’Gorman una luz, si se quiere, contemporánea.
Con Susú Pecoraro (que nunca estuvo tan bella) e Imanol Arias (en pleno ascenso, tras filmar con Pedro Almodóvar y Mario Camus), aquel film fue un manifiesto sobre el derecho al deseo y la autonomía femenina, en tiempos donde los argentinos recobraban de a poco libertades perdidas.

La Camila de Bemberg y la de Canale hablan a través del tiempo. Si la primera representó la necesidad de libertad tras la dictadura, la segunda, la literaria, revisita esa rebeldía a la luz del tiempo transcurrido desde entonces.
Ambas comparten, sin embargo, una certeza: el castigo a la mujer que decide amar libremente sigue siendo uno de los reflejos más persistentes del poder omnímodo, prepotente.
El final de Camila, fusilada junto a Ladislao Gutiérrez, ya pertenece al imaginario colectivo argentino. Pero Canale lo resignifica al recordar que la historia argentina se escribió muchas veces sobre cuerpos silenciados.
En los tiempos de Rosas, ser mujer era una forma de obediencia. Camila eligió lo contrario. "Pecadora" toma su iniciativa y la espeja con el presente.
Así, Canale entrega una novela que reescribe el mito y lo encarna. Y en esa encarnación cabe, todavía, la pregunta que incomoda a los poderes en cualquier tiempo: ¿qué hacemos con las mujeres que no piden permiso?