Clint Eastwood une dos tradiciones: la del héroe endurecido, moldeado por la violencia y el individualismo y la del observador que, con el paso del tiempo, vuelve sobre sus propias construcciones para desarmarlas.

La revisión de su filmografía evidencia un tránsito desde la violencia y la masculinidad exacerbada hacia la introspección y una relectura crítica de los arquetipos que lo hicieron famoso. Un documental en Film & Arts permite repensar su figura.

Clint Eastwood une dos tradiciones: la del héroe endurecido, moldeado por la violencia y el individualismo y la del observador que, con el paso del tiempo, vuelve sobre sus propias construcciones para desarmarlas.
Pocos actores y directores lograron, como él, una mutación tan ostensible: del emblema de la dureza masculina (propia de un momento histórico) a un autor que habla de la fragilidad, la moral y la dignidad de los personajes.
El estreno del nuevo capítulo de "Iconos del cine" (Film & Arts) ofrece el marco perfecto para volver a leer su obra como una especie de "movimiento interno" que recorre más de seis décadas del cine estadounidense.

Michael Henry Wilson creó el documental que se podrá ver el jueves 27 a las 20 a partir de una premisa simple: permitir que el actor y director dialogue con su propio archivo.
La estructura propone un recorrido que contrasta escenas domésticas (el rancho en Carmel, los recuerdos personales) con su filmografía. Así aparece un hombre que siempre mantuvo una distancia crítica respecto a su propio mito.
En los 60 y 70, Eastwood definió un tipo de personaje que era perfecto para entender el clima cultural. Eran momentos de crisis de autoridad en Estados Unidos, tensiones sociales, auge del vigilantismo y relectura de los géneros clásicos.

Como el "hombre sin nombre" de Sergio Leone, Eastwood sintetizó los cambios en el western: un mundo donde la moral y la ley habían dejado de coincidir.
Armó un personaje sin pasado y de pocas palabras. No es un héroe, no está movido por causas nobles, no es bueno. Es la destilación de un impulso, una "máquina" de sobrevivencia.
Algo similar ocurre con Harry Callahan en "Harry el sucio". Allí la violencia es una respuesta a un sistema judicial en crisis. El personaje refleja un malestar social, la necesidad de ordenar el caos a través de la fuerza.

Eastwood se volvió el rostro de una iconografía que la crítica de izquierda calificó como fascista y que la crítica liberal leyó como síntoma de una cultura en descomposición.
"Sé lo que estás pensando. Si disparé las seis balas o solo cinco", dice Harry para torturar a un criminal. Y en esa inclinación a ser polémico aparecen sus contradicciones. Pero lo esencial no es su ideología, sino su potencia simbólica.
El giro de los 90 marca el movimiento interno más notable de su obra. "Los imperdonables" es la bisagra. Allí, Eastwood interpreta a William Munny, un antiguo pistolero perseguido por el recuerdo de su propia brutalidad.

La película desmonta la épica del western. No hay redención sin costo, no hay violencia sin consecuencias. Las muertes son torpes, dolorosas, moralmente ambiguas. "Es una barbaridad matar a un hombre. Le quitas todo lo que tiene y todo lo que podrá tener", dice Munny.
Eastwood, el viejo mito del western, convierte a su personaje en una refutación de sí mismo. Pero no pretende romper el género, sino más bien exponer su endeble estructura ética.
"Gran Torino", posterior, va en similar sentido. Walt Kowalski es un vestigio del siglo XX: un hombre formado en una matriz cultural de rigidez, prejuicios y silencios.

"¿Quieres saber qué se siente al matar un hombre? Pues algo horrible, maldita sea. Lo único peor es que te den una medalla al valor por matar a un pobre crío que lo único que quería era rendirse", dice Walt al revisar su vida.
Lo que produce el film es una lectura ética de la masculinidad estadounidense: un retrato donde la dureza aparece como defensa, y esa defensa como soledad.
Si el actor Eastwood construyó un ícono, el director Eastwood elaboró un método. El estilo de Eastwood es el despojamiento: una gramática visual armada sobre la sobriedad.

En "Million Dollar Baby", la cámara acompaña sin interferir. En "Río Místico" la violencia que abarca a un grupo de amigos es el eco de una herida que proviene de la infancia.
En "Cry Macho", de 2021 el mito vuelve a ponerse en escena para preguntarse por su propio agotamiento. "Eso de ser un macho está sobrevalorado", señala el personaje de Eastwood. Algo que a Harry Callahan no se le hubiera ocurrido.
Lo que une estas películas es la mirada, que se expresa en la contención y en la atención a los personajes. Hay una fidelidad a los detalles que definen una vida. Por ejemplo: la dedicación por las flores del personaje de "La mula".

El nuevo episodio de "Iconos del cine" funciona como una síntesis: Eastwood recorriendo su propia obra, consciente de la distancia entre el mito público y la persona privada.
Lo que emerge es un artista que no tiene miedo de revisar su legado, que rehúye la solemnidad y que entiende el cine como un lugar donde los símbolos pueden ser cuestionados.