"El cazador no odiaba al lobo, el lobo no odiaba a las ovejas, pero la violencia parecía inevitable entre ellos. Tal vez así es como funciona el mundo. Van a cazarte y a matarte solo por ser quien eres".

La versión recientemente estrenada en Netflix es un drama moral donde el abandono, la soledad y la irresponsabilidad son los detonantes de la caída de la criatura. Un film que vuelve al clásico de Shelley para dialogar con el presente.

"El cazador no odiaba al lobo, el lobo no odiaba a las ovejas, pero la violencia parecía inevitable entre ellos. Tal vez así es como funciona el mundo. Van a cazarte y a matarte solo por ser quien eres".
En "Frankenstein", Guillermo del Toro retoma, desde su particular lenguaje visual, las premisas del mito creado en el siglo XIX por Mary Shelley. Y subraya la fragilidad que se esconde detrás de lo que llamamos "monstruo".

Su película se inscribe en la tradición del gótico tardío que caracteriza una buena parte de la obra del director, donde lo "extraño", lo "distinto", lo "otro" no es una amenaza, sino más bien un espejo.
Del Toro se había metido ya en esa complejidad en "La forma del agua", el "monstruo" como portador de verdades que el mundo no quiere escuchar. En su "Frankenstein", eso está subrayado: el horror no es la criatura, es el que la mira y la rechaza.
El diseño de la criatura es uno de los aciertos del film. Del Toro evita el ícono popularizado por Universal en 1931 (la cara cuadrada y la rigidez expresiva de Karloff) y retoma la idea de Mary Shelley del ser “ensamblado”, inestable y vulnerable.
A su vez, Del Toro se hace (¿nos hace?) una pregunta ¿quién es, realmente, el monstruo de la historia? Victor Frankenstein ambicioso, desbordado, deshonesto en algunos aspectos, es incapaz de asumir la responsabilidad de su experimento.

Es él (podríamos decir, en su faceta más "humana", en el peor de los sentidos) el que encarna la verdadera monstruosidad cuando decide abandonar su creación. Y llega al punto de culparla de crímenes que no cometió.
La película sigue una idea que ya enarbolaba Jean-Jacques Rousseau. La criatura no es violenta o malvada por naturaleza. Es un ser nuevo, una conciencia recién formada que aprende del mundo a partir de lo que observa, sufre y comprende.
Su búsqueda es el afecto antes que la revancha. Cuando la criatura intenta en vano integrarse y es rechazada, cada golpe lo endurece. La violencia que sigue es el fracaso del mundo.
Las adaptaciones anteriores recorrieron distintos caminos. James Whale, en 1931, definió un canon, pero simplificó la dimensión filosófica. La Hammer optó por un horror más físico. Y aunque Kenneth Branagh intentó volver a Shelley, cayó en el melodrama.

Del Toro, en cambio, elige la responsabilidad ética. Su película no es terror sino un drama moral: un lamento por la criatura abandonada y por la arrogancia humana que la engendró. Victor Frankenstein logra vencer a la muerte, pero fracasa en lo indispensable: entender que la vida exige responsabilidad.