Iben Nagel Rasmussen: una disciplina para la libertad
La actriz y maestra, que cumplió 80 años en mayo, pasó por Buenos Aires, Rosario, Paraná y Santa Fe dictando un seminario y presentando dos unipersonales, de la mano del Centro de Antropología Teatral en Argentina. En diálogo con El Litoral, repasó sus viajes de juventud, su colaboración con Eugenio Barba entre 1966 y 2022, y su legado artístico con El Puente de los Vientos.
Con la capa y la peluca (en el piso) de Medea, personaje de “Mythos”, retomado en “Corales de la memoria”. Foto: Gentileza Francesco Galli
Nacida en 1945 (el pasado 14 de mayo cumplió 80 años), Iben Nagel Rasmussen se crió en el seno de una familia marcada por las letras. Su padre, Halfdan Wedel Rasmussen, es todavía uno de los poetas más populares de Dinamarca, especialmente por sus rimas infantiles, aunque también se dedicó a la literatura para adultos (“Escribo poemas divertidos. / También escribo poemas tristes. / Los primeros los leen otras personas. / Los segundos los leo yo mismo.”).
Su madre, Ester Merete Nagel, escribió relatos cortos, novelas, obras de teatro, artículos y crónicas, y participó activamente en la Asociación Danesa de Mujeres. Y su hermano Tom, un año menor, ha sido cantante, compositor y guitarrista.
Pero en la década del 60 Iben fue parte de una generación que quiso cambiar el mundo y la vida misma, una entre tantos “jóvenes con el rostro limpio que evaden la lúgubre fiebre de la serenidad a cualquier precio que en Dinamarca llaman hygge”, como escribiría Eugenio Barba años después. El amor y esa creencia la unió al mítico poeta beat y cantante de rock Eik Skaløe, quien la convirtió en musa de celebradas canciones del grupo Steppeulvene como “Itsi Bitsi” o “Til Nashet”.
Juntos salieron a experimentar al mundo en sus aristas más afiladas, buscando convertir la libertad artística en vital. Pero ese camino de vuelo alto ofrece también caídas mortales; por lo que no extraña que Iben diese el salto hacia la disciplina de hierro que proponía Barba al frente del por entonces nuevo Odin Teatret, mudado de Noruega a Dinamarca. Sólo quien ha puesto el cuerpo a la extrema libertad podía entregarlo al extenuante training que la convertiría en aceitado instrumento de la exploración que se llamaría luego antropología teatral.
Después, la otra vida: 56 años recorriendo el mundo junto al Odin; un camino propio de la mano de los grupos Farfa y El Puente de los Vientos (Vindenes Bro); la International School of Theatre Anthropology, y muchas experiencias más.
Recientemente visitó la Argentina para dictar el seminario “La autonomía del actor/actriz” junto a Sandra Pasini y Antonella Diana (Teatret OM, Dinamarca), en el marco de la propuesta de residencia anual de CATA (Centro de Antropología Teatral en Argentina, sede itinerante de la Fondazione Barba Varley). También presentó su espectáculo más reciente “Corales de la memoria”, y la demostración de trabajo “Blanca como el jazmín” en diferentes ciudades.
En ese marco, El Litoral aprovechó para conversar con todas las Iben: la venerada maestra, la performer de la potente presencia escénica, y la jovencita viajera que todavía asoma en su mirada.
El fantasma de Edipo desarrollado para “Tebas en tiempos de la fiebre amarilla”: en la naturaleza, en una experiencia montada junto a Antonella Diana, y en el espectáculo “Corales de la memoria”. Fotos: Gentileza Francesco Galli
Edipo y sus aliados
-En “Corales de la memoria” se cruzan personajes de distintos espectáculos de la historia del Odin, desde el Trickster (el Ángel de la historia”) de “Talabot”, de 1988 (aunque siempre se las ingenió para volver y ser emblema del Odin con su máscara), hasta el fantasma de Edipo de “Tebas en tiempos de la fiebre amarilla”.
-Es el último.
-¿Hubo una operación de ir a buscar estos personajes a la memoria de la mente y el cuerpo o, como se juega en el espectáculo, ellos conviven con vos y están a flor de piel pidiendo salir?
-Empezó con la ruptura del Odin Teatret, cuando vi ese final muy feo: tuvimos problemas y ahora estamos todos bien de nuevo, pero en esa época era muy difícil. Digo en el espectáculo que entré muy tarde, no había pensado de tomar parte en “Tebas en tiempos de la fiebre amarilla”.
-¿Por alguna razón en especial?
-Estaba cansada, por muchas razones que no tengo que explicar, muy complicadas: teníamos la pandemia, y entonces los ensayos se cortaron y saltaron dos años; y había una actriz que no quería continuar después una cierta fecha. Entonces del espectáculo fue muy breve, más breve que la de cualquier otro espectáculo: lo hicimos en Dinamarca, en Polonia, en Francia y en Italia, y basta: era muy raro.
Yo no quería empezar un nuevo espectáculo de grupo, pero Edipo estaba ya pronto, listo, y no había tenido su vida; entonces, yo quería hacer algo con él. Hice junto a Antonella (Diana) del grupo Teatret OM una cosa en la naturaleza, donde Edipo aparece entre los árboles y hace cosas junto a otros personajes; una cosa que ella ha montado.
Y después pensé: “Voy a hacer un espectáculo mío de nuevo (risas): el último espectáculo”. Y después esas figuras aparecieron. Al principio pensaba en algo más espectáculo y menos hablado, menos contado; pero al final pensé: “No, quiero contar este último pedazo de mi vida en el teatro. Quiero contarlo con estas figuras”. Porque antes había otra demostración de trabajo donde aparecen todas las figuras hasta la de “Cenizas de Brecht”; no recuerdo el año, pero era con Katrin como la última figura.
No quería hacer de nuevo eso, utilizar estas figuras, sino las nuevas, que estaban listas para ayudarme.
Y así fue: el Odin Teatret ya no tenía más casa; pero en mi casa tengo una pequeña sala, y allá he preparado todo sola. Fue muy difícil, pero estoy contenta de haberlo hecho.
-En el espectáculo se dice que otros personajes estaban “cansados”.
-Hay muchísima gente que me pregunta, los espectadores de siempre me decían: “¿Dónde está Katrin? ¿Por qué no está Katrin? Tiene que estar”, ha sido una figura muy amada. Y yo: “No, porque ya lo hice, ya Katrin está en otra demostración, no quería repetirme”.
Krinolina, uno de los personajes de “El sueño de Andersen”; otra de sus figuras, Pazzarella, es retomada como objeto/títere. Foto: Gentileza Francesco Galli
Ciclos vitales
-¿Cómo se vive el cambio en la dinámica del cuerpo de la actriz? Alguna vez le planteamos a Eugenio Barba: “El kraft (energía) y el sats (disposición) no se alinean igual a los 20 que a los 70”. Respondió: “Trabajas de acuerdo con las circunstancias que tienes”. ¿Cuál es tu mirada?
-Siempre he pensado que si tú de joven, como se ve en el filme que hemos mostrado (“El Puente de los Vientos”), donde es bam, bam, todo fuerte, si tienes eso de joven puedes reducir. Si en tu juventud no vas al límite y más allá, no tienes cosas para reducir. La energía está contenida en mi cuerpo, toda la conciencia de todo lo que he hecho antes está vivo dentro de mí. Claro que no puedo hacer saltos mortales (risas), pero pienso que la fuerza está todavía, ya en otra manera. Espero (risas).
-En un momento del espectáculo decís “vimos la luz”, y después: “No puedo dejar de vomitar oscuridad”. Sos parte de una generación que quería cambiar el mundo, y que sintió que podía arañar el cielo. ¿Cómo se sigue creando desde un presente tan lejano de aquello, y cómo se transmite aquella magia a generaciones de discípulos que no han vivido más que en este mundo actual?
-Es muy difícil. Toda mi transmisión está en mi grupo, El Puente de los Vientos, que es un grupo que tiene más de 35 años trabajando juntos. Son ellos los que enseñan: aquí me trajeron y me dijeron “tienes que hacer el seminario” (risas); pero no hago seminarios breves. Trabajo con ese grupo y es una manera muy bella; es como una estrella: voy a un lugar en Cuba, en una isla, en un pueblo lejano, y veo las personas que bailan la Danza del Viento, que es la danza que usan en El Puente de los Vientos.
Entonces sé que algunos de mis alumnos, en un cierto momento se fueron a Cuba, estaban por allá. Así que para mí ese grupo es fundamental. Son ellos, con el entrenamiento y también los espectáculos que hacen, quienes continúan el legado.
No puedo, no quiero enseñar, porque en todos los seminarios tienes siempre que comenzar con el ABC; y yo quiero hacer el ABCDEFG (risas). Ellos son capaces de encargarse del entrenamiento y cómo se monta un espectáculo: todo eso está en las manos de ellos.
Lo que puedo hacer es continuar con mis espectáculos, y decir algo a través de ellos. Este año cumplí 80 años, siento mis límites. El espectáculo sí, quiero todavía hacerlo, pero quiero también escribir más, tal vez.
Con el tambor, recordando los tiempos de trueques y espectáculos callejeros, en la demostración de trabajo “Blanca como el jazmín”. Foto: Gentileza Diego Pratto
-El Odin además de ser una técnica, ser una investigación, fue esa visión de los 60.
-Hemos tenido fortuna de encontrarnos: con Eugenio, por ejemplo, juntos hemos desarrollado muchísimas cosas que antes no teníamos en el teatro. El grupo era fuerte: tenía un director muy fuerte, muy fantástico, con todas las cosas que ha hecho; pero también el grupo, las personas del grupo fueron importantes para lo que era el Odin Teatret.
Los jóvenes hoy me preguntan muchísimas veces: “¿Cómo hacemos nosotros?”. Agradezco muchísimo haber vivido estos tiempos: de haber vivido con el grupo; los años anteriores fueron muy difíciles con la droga, horrible: casi morí. Pero no quería otra vida: viajar a través de todo el norte de África sin teléfono, sin nada.
Pobres mis padres, pobrecitos (risas); pero para nosotros era experimentar una cosa que no era un país rico. Con Eik Skaløe solamente íbamos con la guitarra y recogiendo plata, desde España hasta Grecia y de vuelta. Como la vida en Dinamarca era bastante fácil, en los viajes podíamos experimentar una cosa donde tú con tu cuerpo, todo tu ser iba adelante: nosotros dos con la guitarra y el sombrero podíamos sobrevivir.
Cuando vi al Odin Teatret con su primer espectáculo, “Ornitofilene”, cuando llegaron a Dinamarca, vi que eran presentes: que no eran palabras, ideas, filosofías; sino hacer cosas, realizar cosas, crear cosas juntos sin muchas palabras alrededor.
Los comienzos: junto a Eugenio Barba, en un momento íntimo durante una sesión de entrenamiento, en 1967. Fotos: Roald Pay
El encuentro
-Eugenio Barba ha reflexionado sobre su propia extranjería, y sobre cómo irse de su tierra lo convirtió en quien es y definió su obra. En tu caso, fuiste de la primera tanda de daneses, junto con Tage Larsen y Jens Christensen, que se sumaron cuando el Odin llegó a tu país.
-Fui la primera: los otros daneses, Tage y Jens, entraron para “La casa de mi padre” (“Min Fars Hus”); en “Kaspariana” y “Ferai” no estuvieron.
-Venías con un bagaje en la cultura danesa: eras la hija de Halfdan Rasmussen y Ester Nagel, y la musa de Eik Skaløe. ¿Pesó en algún momento eso, viviendo y trabajando en Dinamarca?
-Cuando entré en el Odin Teatret no había ninguno que supiera quién era mi papá; porque vinieron de Noruega, Eugenio de Italia. No conocían a mi papá, y para mí eso era una fortuna, porque sabía que lo que hacía era porque era yo, no por el nombre de mi padre o porque era famoso: era otra vida, viajar por el mundo; nadie en Argentina, solamente tú conoces a mi papá (risas). Y eso para mí fue fundamental, muy bueno.
-Alguna de las mejores cosas que se deben haber dicho de Eik las escribió Eugenio en la carta a Jerzy Grotowski por “Itsi Bitsi”: “Emerge la alegría burlona de un niño enmascarado, más viejo que nosotros que estamos aprendiendo a envejecer”. ¿Qué vio esa joven Iben, que llegó a Holstebro un poco huyendo de sí misma, en este grupo? Un italiano loco con unos noruegos rechazados de la Escuela de Teatro, que venían buscando algo. ¿Cómo fue dar el salto de fe, sumarse a crecer juntos y hacer crecer una disciplina?
-Cuando vi al Odin Teatret estaba en la højskole en Dinamarca, una escuela donde tú vas por un año, medio año, todo el mundo puede ir. Era una escuela de arte y todos me decían: “Tú tienes que escribir, porque escribes muy bien”; “No, tú tienes que pintar”; “No, tú tienes que...” y nada: escribir no sabía, mi padre y mi madre sí: imposible.
Pero cuando vi el espectáculo “Ornitofilene”, Torgeir Wethal le había dicho a la directora de la escuela que se trasladaron a Holstebro, en Dinamarca, y estaban buscando alumnos. Yo estaba con mi hermano: yo dije sí y mi hermano “no, no es para mí”. Y yo sabía que, si lograba entrar en ese teatro que había visto, que me había golpeado así, bum, tan fuerte, que me quedé sentada después del espectáculo mirando a los actores; “Sí eso fuera posible, voy a poner mi vida”.
-¿Dónde viste “Ornitofilene”?
-En esta højskole.
-Hicieron una función ahí en la escuela.
-Sí.
-Fue el primer espectáculo.
-Sí, soy muy afortunada, porque vi un espectáculo y después entré, y estuve en todos los otros espectáculos excepto uno.
-Ahí estaban Else Marie Laukvik, Torgeir...
-Había otra chica que también vino de Noruega, Anne Trine Grimnes. Ella estuvo en “Kaspariana” y “Ferai” y después volvió a Noruega.
En una demostración, durante una de las primeras sesiones de la ISTA (International School of Theatre Anthropology) en los 80. Foto: Turben Huss
Camino propio
Escribió Eugenio a Grotowski: “Iben era una joven sin palabras. La he visto crecer, caer y volar, siete veces por el suelo, ocho veces de pie. Me seguía. Nos seguía. Luego hemos visto que otros la seguían”. En un momento te convertiste en su actriz modélica, un poco como Ryszard Cieślak para Grotowski. Hacías las demostraciones en la primera época de la ISTA.
-Sí.
-Al mismo tiempo, fuiste la primera a la que Barba impulsó a hacer sus propias experiencias como maestra, en lo que después fue el grupo Farfa.
-Exacto: primero llegó la demostración de trabajo “Luna y oscuridad”, luego los primera alumnos: Toni Cots y Silvia Ricciardelli. Con ellos armamos el grupo Hugin, por el pájaro que vuela delante del caballo de Odín (hay un cuervo delante y uno atrás: Hugin y Munin). Ellos fueron integrados en el grupo del Odin, en “Cenizas de Brecht” y “El millón” fue el grupo más grande que hemos tenido: 11 actores. Pero ellos también se fueron después.
Después con el grupo Farfa eran ocho; eso terminó mal, porque yo tenía el grupo y no soy capaz de eso (risa), no soy organizadora, nada. Era un desastre, fue el único periodo que yo no formé parte del espectáculo del Odin Teatret, “El evangelio de Oxyrhyncus”, porque estamos viajando con este grupo, con espectáculos que hemos hecho juntos; y terminó un poco mal. Pero la experiencia fue muy importante: allá hemos desarrollado los ejercicios de fuera equilibrio sin caer en el piso, y muchas cosas.
Después de la ruptura del grupo pensé: “No voy nunca más a hacer un nuevo grupo”. Pero sí con El Puente de los Vientos (Vindenes Bro), porque tiene una estructura muy distinta: nos reunimos solamente una vez por año. Y eso significa, como dije, que encuentro en todo el mundo el entrenamiento de El Puente de los Vientos. Esto para mí ha sido porque se une solamente una vez por año; no tiene esos conflictos en el grupo; y es un grupo con personas lindísimas, los amo.
Pienso que no existe en el mundo un grupo que se una por 35 años, cada año, para estar juntos y hacer espectáculos, conciertos. Es muy importante para mí.
Trabajando en los denominados “ejercicios suizos”, en 1971. Foto: Torgeir Wethal
-En Farfa estuvo César Brie.
-Sí, estuve casada con César.
-Diez años.
-Sí, estuvo en Dinamarca, habla danés, lo veo algunas veces.
-Es la única persona que pone en su currículum que no es discípulo de alguien: “Escriben que Barba fue mi maestro, pero yo fui a trabajar con Iben Nagel Rasmussen. Ella fue mi maestra (y también mi esposa). Barba es el maestro de Iben”. Aunque él estuvo en el Odin.
-Sí, estuvo. Hicimos dos espectáculos juntos: “Matrimonio con Dios”, y “El país de Nod”, después de la dictadura: era de su pasado como refugiado. Vinimos enseguida después de la caída de la dictadura con este espectáculo... no, primero con “Matrimonio con Dios”.
Era un periodo fantástico que hemos vivido; por eso es tan trágico ahora, con la política tan fea. Porque he visto Argentina sin la dictadura, con esta explosión de cultura por todos lados, increíble. Y también la caída de Franco en España: allá también había un viento de alegría, de esperanza. Ahora ya no.
Celebrando su 80° cumpleaños junto a El Puente de los Vientos, con máscara blanca con lágrimas rojas con homenaje; abajo, de anteojos y sin máscara, su viejo compañero en el Odin, Kai Bredholt. Foto: Gentileza Francesco Galli
Legado
-Hablábamos de El Puente de los Vientos: están Sandra Pasini (Teatret OM), Elena Floris, Sofía Monsalve Fiori (quienes integraron el Odin)...
-Son gente fantástica, soy muy afortunada. Sofía tenía 17 años, una cosa así, cuando llegó a Dinamarca; muy joven. Desde que murió su padre (Juan Monsalve, pionero de la antropología teatral en Colombia), quedó a cargo de su sala (Teatro de la Memoria).
-Elena venía de la música.
-Sí, es fantástica, sí. Pero ahora tiene una nena, el otro día cumplió tres años necesitaba cuidar a su niña y ahora ya le insisto para que vuelva a la música. “Yo te mato si no continúas tocando”, le digo; porque ella tiene una presencia tan fuerte con el violín y el cuerpo. Es muy raro: normalmente son más rígidos, pero ella es fantástica.
-Cuando se armó El Puente de los Vientos fue con gente que venía del teatro, de la danza o la música, gente formada que estaba buscando algo más.
-Cuando comenzó (que no era la idea continuar el grupo, era un seminario que hice en Holstebro) dije como con Farfa: “Quiero algunos que no empiecen de cero, que tengan una experiencia”. Y siempre vienen algunos que no tiene mucha experiencia (risas). Pero fui muy afortunada, porque ya en el primer seminario había un peruano que ahora vive en Dinamarca, pero salió del grupo: no sé por qué en realidad.
También otra danesa que todavía está con nosotros y es fundamental: Tippe (Molsted). Cuando me encuentro con gente y le digo: “He sentido que tú tienes una voz fantástica”, esa persona siempre va a decir, “No, tengo que calentar mi voz”. Fui a verla a Tippe, que estaba trabajando en música folclórica en un sitio cerca de Holstebro; fui a su casa que estaba muy cerca de mi casa en esos tiempos. Le dije, “He sentido que estás trabajando con música, escuchando tu voz”. Y ella “aahhh”, con la voz súper fuerte, sin ningún problema. Pensé: “La quiero a ella”. Y hubo algunas personas en el primer seminario que han marcado el grupo, la manera de estar juntos, de compartir: son personas muy generosas en ese grupo.
Y, sí, hemos en ese primer encuentro juntos encontrado cosas: la Danza del Viento, por ejemplo, nació ya en el primer año, en 1989. Con Farfa yo había trabajado la danza, pero cada uno tenía que inventar su danza: era muy difícil. Quería encontrar en mi entrenamiento el flow, que no es gimnasia: es un flow tipo danza, pero con acciones.
Eugenio siempre decía: “Es increíble, porque ustedes están tan cansados después del entrenamiento y los espectáculos del Odin Teatret; después van a la discoteca y están bailando por horas, ¿cómo puede ser?”. Y yo pensaba: “En la danza tienes algo que te lleva, que te soporta”. Cuando encontramos la Danza del Viento, donde todos están juntos, el mismo paso con la respiración compartida, era el huevo de Colón: era muy interesante para mí y para el desarrollo del grupo.
Todo el mundo lo hace ahora. Hemos encontrado resultados buenos y pequeños espectáculos; ahora más grandes, porque El Puente de los Vientos ha crecido.
Trabajando en un ejercicio con los alumnos del seminario dictado en Santa Fe, los días 28, 29 y 30 de noviembre. Foto: Gentileza Diego Pratto
Viajar y quedarse
-Más allá de viajar un montón intensamente, el Odin fue un espacio para permanecer: compartieron un grupo por más de medio siglo; permanecieron junto a los personajes y junto a los espectáculos que continuaban; y fundamentalmente también permanecieron con su cosmovisión: pudieron vivir de lo que soñaron cuando arrancaron. Hay gente que pasó y se fue, ustedes se quedaron.
-El grupo logró estar junto por tantos años porque Eugenio es muy inteligente. En un cierto momento hay una... yo la llamo “grupofobia”: tú estás con la misma gente todo el tiempo en gira, van a comer juntos, están juntos en el restaurante, en el hotel; están junto todo el tiempo haciendo espectáculos.
En un cierto momento Eugenio nos dijo, “OK, está bien, ustedes pueden tener dos meses por año (la primera vez fueron tres) para hacer sus proyectos aparte”. Ahí estaba trabajando con Farfa y El Puente de los Vientos: pienso que fue la causa por la cual el grupo logró sobrevivir, y no como otros grupos que en un cierto momento dicen: “OK, ¿quieres hacer otras cosas, entonces vete”.
Él quería quedarse con el grupo: no es que no ha tenido propuestas de trabajar con otros grupos, con cosas tal vez más grandes; pero el grupo para él y para nosotros ha sido importante.
-Y lo supieron cuidar como grupo humano, siendo que eran muy distintos.
-Sí, en El Puente de los Vientos somos 12 nacionalidades, algo así; en el Odin Teatret también. Los primeros espectáculos fueron sólo con gente de Escandinavia, pero después de “¡Ven! Y el día será nuestro”, cuando nos fuimos al sur de Italia, entró Roberta (Carreri): fue en 1974.
-¿Y cómo se ven, mirando para atrás, esos 56 años?
-No se puede contar: voy a escribir, sobre todo, pero son tantos... también porque no es solamente el grupo con el Odin: era cómo hemos practicado el trueque, cómo se han desarrollado los espectáculos al aire libre, “El libro de las danzas”. Todas estas cosas de estar en contacto con la población en los lugares donde viajamos, de hacer no solamente las cosas en los teatros “normales”.
Esa cosa del trueque ha sido importantísima; hubo un periodo donde no se hizo más, y después Kai Bredholt cuando entró había desarrollado muchísimas cosas grandes, trueques de un pueblo entero.
Han sido muy importante esos contactos; porque viajando con Eik haciendo dedo, recogiendo plata, siempre eres turista para ellos: siempre eres un blanco que va a ver. Pero en el momento en que tú estás frente a una persona, que tienes que intercambiar danzas o cantos...
-Estás en igualdad.
-Sí, viajando así dices: “Quiero ser humilde, voy a viajar con la carpa, soy una que va de aventura...”. Pero voy a encontrar a esa gente donde están, sin buscar transformarlos, sino a encontrarlos con lo que tienen.
Después Eugenio claramente también tenía sus proyectos como la ISTA (International School of Theatre Anthropology); muchas cosas distintas que hizo el Odin Teatret con grupos; los grandes seminarios cada año por la Odin Week con 40, algunas veces 50 personas. Los que hice yo, Julia (Varley) tiene el Magdalena, el Transit.
-¿Hay algo que te hubiera gustado que pase y no pasó?
-No, no queda nada (risas). Queda dejar la herencia en una manera decente que son mis alumnos, y espero poder escribir también, pero eso no sé. Está en mis espectáculos. No tengo grandes deseos, quiero leer más. Hemos realizado todos los sueños.
Transmisión: conversando con Sandra Pasini de Teatret OM, una de sus discípulas en El Puente de los Vientos. Foto: Gentileza Diego Pratto
Reencuentros
-Si bien hay procesos históricos y biológicos determinantes, la pandemia de Covid-19 fue un catalizador de la separación del Odin Teatret con respecto al Nordisk Teaterlaboratorium, y la puesta de “Tebas en tiempos de la fiebre amarilla”. ¿Cómo vivieron esos procesos, y qué sensaciones aparecían en este último trabajo del Odin como ensamble?
-Es una historia muy larga y muy dolorosa para mí, es difícil describirlo: ha habido mucho dolor, porque el nuevo director (del NTL, Per Kap Bech Jensen) logró dividir el grupo. No todos podían seguir a Eugenio, había actores que tenían hijos, que necesitaban más que yo (como Kai, que tiene dos hijas que no son tan grandes) no viajar tanto. Y con el ensamble necesitábamos viajar muchísimo, sobre todo ahora donde no tenemos más las salas que teníamos.
Es muy difícil hablar de esa división, porque hubo un periodo donde Eugenio no quería vernos.
-A los cuatro que quedaron (vos, Roberta, Kai y Donald Kitt).
-Era terrible. Pero nos fuimos los cuatro a ver su último espectáculo: él no nos quería ver a nosotros, pero no era posible que no podamos entrar, era en la sala de Teatret OM. Después del espectáculo estaba mal, estaba de espaldas en el camarín de Sandra. Entré y dije: “Si no me quieres ver, cierra los ojos; porque ahora voy a entrar”. Y allí nos reencontramos, después sí, todo bien: estamos muy bien juntos ahora.
-Ya a esta altura...
-Sí, por eso: somos viejos, Eugenio más viejo que yo: si nos vamos a separar de esa manera, es feo.
-Si alguien preguntara cuál es el legado o quiénes son los herederos de Iben Nagel Rasmussen, ¿cuál sería la respuesta?
-Como dije, son los de El Puente de los Vientos.
-Y algunas cosas que hay que escribir todavía.
-(Risas). Hemos formado un pequeño grupo con Kai Bredholt y su mujer (Érika Sánchez): se llama Sleipnir, que es el caballo de Odín, con ocho patas. Con Kai hemos trabajado juntos muchos años, y ahora va a hacer también un espectáculo sobre Eugenio; se llamará “El hombre que quemaba su casa”.