"Hay una luz en la casa de Frankenstein".

Lo que empezó como un fracaso terminó fundando un culto del exceso. El film de 1975 regresa ahora a las salas argentinas con la misma insolencia que lo convirtió en un mito.

"Hay una luz en la casa de Frankenstein".
Hay películas que se quedaron en la coyuntura y no pudieron trascenderla. Ejemplos sobran, pero pongamos por caso la tendencia neo-noir de los 80 y 90, con su obsesión con la ciberseguridad o incluso la realidad virtual.
Así, films como "Johnny Mnemonic" (1995) o "Strange Days" del mismo año desarrollaron una mirada sobre la tecnología y una estética "futurista" que en su momento parecía vanguardista y ahora parecen parodia involuntarias.
Hay otros casos en los cuales las obras "mutan", dada la posibilidad de volverlas a mirar desde otros ojos, en otros tiempos. "The Rocky Horror Picture Show", ese delirio musical que en 1975 desafiaba la moral, integra esa lista.
El 13 de noviembre, estará disponible otra vez en los cines argentinos y esto supone revisar conceptos como "libertad", "cuerpo", "disfraz" y "deseo". Que cambian rotundamente de acuerdo al contexto en el cual son mirados.
Medio siglo después, la obra dirigida por Jim Sharman y Richard O’Brien no parece una pieza de museo, sino más bien todo lo contrario. Sus personajes parecen hablar (mejor dicho gritar) al presente.

Cuando "The Rocky Horror Picture Show" se estrenó en 1975, generó desconcierto. La crítica la despreció, el público no entendió su tono (entre el musical y la parodia) y su paso por las salas fue un fracaso.
Sin embargo, algo distinto sucedió después en las funciones de medianoche: jóvenes que no se reconocían en los códigos de la cultura dominante comenzaron a apropiarse del film, repitiendo bailes y frases.
Esa comunidad noctámbula, que hacía de la diferencia un acto de identidad, fundó el mito. Lo que el sistema terminó descartando por excesivo o por demasiado rupturista, esas minorías lo convirtieron en un emblema propio.

Así aconteció lo inesperado: dejó de ser una película y se volvió una experiencia compartida. El cine pasó a ser ritual, el espectador un participante. En este sentido, la película anticipó fenómenos sociales que se observarían en los años venideros.
Lo notable es que el film apareció antes de que las palabras "diversidad" o "identidad de género" formaran parte del discurso social. En un mundo limitado a binarismos, planteó que el placer no necesita justificación y que la identidad puede ser mutable.
No es que no hubiera otras películas de la época en esas mismas búsquedas. Por ejemplo, dentro del blaxploitation, hay experimentos como "Coffy" o "Foxy Brown" donde el cuerpo femenino es un instrumento de justicia fuera del sistema. Es que Sharman lo llevó hasta un límite adelantado a su época.

En el presente, cuando los debates sobre género y representación atraviesan la agenda, su vigencia es evidente. La figura de Frank-N-Furter, con su maquillaje, su corsé y su insolencia, muestra un modo de estar en el mundo que rompe jerarquías.
En los años posteriores al estreno del film, hubo varias películas que se vieron influidas por su temática de liberación sexual y ambigüedad de género, por su estética y por el culto.
Por ejemplo "Victor/Victoria" (1982) comparte el tema central del travestismo y "Las aventuras de "Priscilla, reina del desierto" (1994) se espeja con la obra de Sharman por su celebración de la identidad queer y el transformismo.

A su vez, la validación de las proyecciones de medianoche con participación del público que produjo el film de 1975 derivó en la legitimación posterior de títulos tan excéntricos como "Eraserhead" (1977) o "Showgirls" (1995).
El culto a "The Rocky Horror Picture Show" tiene parte de su explicación en la estética camp y la ironía kitsch. Pero, sobre todo, podríamos decir que persiste en la memoria por su capacidad de "armar" comunidad a partir de la diferencia.
El fenómeno sobrevive porque ofrece algo que el cine contemporáneo rara vez brinda: la posibilidad de participar, de romper la distancia entre la pantalla y la vida.