Luego de unos Juegos Olímpicos en los que recuperó para Rusia el oro por equipos que no llegaba desde la despedida soviética, la gimnasta rusa de 20 años devolvió a su país el oro mundialista en la competencia all-around, por primera vez desde Aliyá Mustáfina en 2010.
La imagen recorrió el mundo: el llanto de Angelina Romanovna Melníkova, consolada por Aliyá Mustáfina, la tártara de los ojos melancólicos que se consolidó como la última leyenda de la gimnasia artística rusa. Melníkova se había sumado como la más joven del equipo olímpico de Río 2016 que capitaneaba Mustáfina, y que completaban la simpatiquísima Daria Spiridónova (hoy Nagórnaia, tras casarse con el también gimnasta Nikita Nagornyy), la indestructible Maria Paseka y la pequeña armenia Seda Tutjalián.
“Gelya”, como le dicen, se había lesionado un isquiotibial durante el entrenamiento de podio de la clasificación, que la dejó afuera de los eventos individuales, y que la tuvo en bajo rendimiento durante la competencia por equipos, incluyendo una caída de la viga. El equipo eslavo se quedó en la plata, y ella cargó con ese peso hasta el podio de premiación: fue la única de gesto adusto, medalla en mano. Ni siquiera le sirvió de consuelo que sólo fueron superadas por las poderosísimas Final Five (las Cinco Definitivas, pero también las Últimas Cinco: el último equipo estadounidense de ese número, y el último de la era del matrimonio Karolyi): bajo la capitanía de la aguerrida Aly Raisman allí estuvieron la mejor Simone Biles y la todavía vigente Gabby Douglas, escoltadas por Madison Kocian y Laurie Hernández.
Archivo El Litoral
Foto: Archivo El Litoral
Nuevo ciclo
Pero Valentina Alexandrovna Rodionenko, el cerebro detrás de la gimnasia rusa, apostó a la juvenil Angelina como heredera de la capitanía: era empezar a probarse el traje de Mustáfina, la doble campeona olímpica all-around individual. Allí empezó un ciclo de tres años de resultados dispares en campeonatos nacionales, europeos y mundiales, pero fue la única única que estuvo en los tres del ciclo (17, 18 y 19). Allí unió fuerzas con compañeras como Lilia Ajaímova, Anastasia Ilyankova y la todavía júnior Vladislava Urazova, la promesa surgida de Rostov del Don; y enfrentó rivales como la japonesa Mai Murakami o la brasileña Rebeca Andrade.
Y ahí entró la historia: la pandemia de Covid-19 postergó un año los Juegos de Tokio 2020, con los encierros, las incertidumbres y, más adelante, los largos aislamientos en burbuja en las instalaciones de Ozero Krugloye (Lago Redondo, la vieja base de la gimnasia soviética), lejos de familiares y amigos. Con el cambio de año el equipo olímpico pudo admitir a atletas que no hubieran dado la edad en 2020, y Melníkova tuvo que ser la cara de un equipo que sumó a debutantes senior con veteranas competidoras: Urazova, Ajaímova y Victoria Listúnova completaron el equipo oficial (con Ilyankova y Elena Gerasímova sumándose para las competencias individuales).
Encender una chispa requiere de la colisión de dos factores: al afinado equipo ruso se le sumó la baja de Simone Biles en el estadounidense luego de su primera rotación, lo que dejó a la escuadra americana sin su estrella y debiendo luchar con un equipo desigual: fuera de Sunisa Lee, todavía muchos se preguntan por qué Jordan Chiles y Grace McCallum estuvieron allí, siendo que las “especialistas” (Jade Carey y MyKayla Skinner) demostraron un nivel superior.
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Como sea, el equipo del Lago Redondo se impuso en un final vibrante, con Angelina pasando última en el último aparato (ejercicio de suelo), con todas las miradas en su espalda. Así, las chicas entraron en la leyenda grande de su país.
No era para menos: hay que remontarse a Barcelona 92 para encontrar un oro por equipos que represente a Rusia. En aquel entonces era tiempo de transiciones: el equipo soviético que había vencido en el Mundial de Indianápolis 91 se había quedado sin país, por la disolución de la URSS. El Comité Olímpico Internacional zanjó la situación para todos los deportes: así nació el Equipo Unificado, en la práctica la última delegación soviética, que compitió bajo bandera e himno olímpicos (el himno de cada república independizada en las competencias individuales).
Pero este triunfo incluso valdría doble, porque aquel equipo del 92 tenía “una rusa y media” (la poco gravitante Yelena Grudnieva y Rozaliya Galiyeva, uzbeka nacionalizada rusa tras la división); pero las figuras eran una bielorrusa (Svetlana Boginskaya), dos ucranianas (Tatiana Gutsu y Tatiana Lysenko) y otra uzbeka (Oksana Chusovitina, que compitió hasta Tokio, y ahora dice que quiere seguir).
Poco importó la inexplicable sanción al “dóping de Estado” que las privó de bandera e himno (debieron competir como “Comité Olímpico Ruso): a su regreso fueron colmadas de himnos, canciones, afiches gigantes, banderas y ceremonias, incluyendo la realizada en el Kremlin por Vladímir Putin, donde todos los atletas fueron recibidos por un BMW blanco con su nombre en la chapa patente.
La expectativa
El cambio de año también trajo un problema: de tener un año entre Juego Olímpico y Mundial, la distancia se redujo a meses. Cuando la mayoría de las gimnastas de la primera línea eligieron sumarse a la gira del espectáculo de Biles (Gold Over America Tour), a firmar con las universidades en las que competirán, o literalmente a descansar. Solo un puñado apostó a redoblar esfuerzos para ir a Kitakyushu, nuevamente en Japón. Andrade (oro en salto y plata en all-around en los Juegos, haciendo historia para su país), Murakami, la portuguesa Filipa Martins y las italianas Asia y Alice D’amato fueron de la partida.
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En medio de los festejos, Melníkova supo que si podía “apretar la maquinaria” podría ser su año mundialista; a pesar de que la habían mandado a la playa, el staff de Rodionenko apoyó la iniciativa y la preparó para el nuevo desafío: capitana indiscutida, fue secundada por Urazova y las jovencitas Iana Vorona y Mariya Minaieva.
Pero este reto implicaba romper otra maldición. La última campeona rusa en el all-around mundial fue Mustáfina en Rotterdam 2010, 11 años atrás. A partir de la victoria de Jordyn Wieber en 2011 vendría una seguidilla de victorias de Biles en 2013, 2014, 2015, 2018 y 2019, interrumpida por la coronación de Morgan Hurd en 2017. En definitiva, más de una década en la que la bandera de las barras y las estrellas había batido a la tricolor eurasiática.
La presión de llegar como favorita, y la mayor presión de la expectativa nacional en conseguir esa victoria, fue el último tramo de este lustro que comenzó con lesiones y lágrimas, e incluyó desilusiones, encierros, soledades, angustias e incertidumbre. Pero el jueves 21 de octubre llegó, y la sonrisa de Gelya se fue ampliando luego de cada rutina, para afirmarse antes del anuncio de los guarismos definitivos.
Ya habrá tiempo de evaluar sus resultados en las finales por aparatos, para dimensionar las tapas de revistas en su país, la reacción en redes sociales, y pensar en como será la recepción triunfal en la patria. La sonrisa, entre tímida y segura, reemplazó a aquellas lágrimas: finalmente el traje de Mustáfina, aquella tártara de mirada melancólica que la abrazó en el calor de Río de Janeiro para darle fuerzas, le quedaba perfecto.