Aquella misa, esa charla y el libro de El Litoral que le recordó su paso por Santa Fe
Cuando Argentina-Italia jugaron en Roma el partido en su homenaje, el Papa Francisco recibió al enviado de El Litoral y por unos minutos volvió a ser el maestrillo Jorge, del Colegio Inmaculada de Santa Fe.
Francisco recordó su paso por Santa Fe y sus años en el Colegio Inmaculada.
Amanecía en ese lunes de agosto de 2013 en una Roma que se desperezaba aún “remolona” pero ya caliente. Era el preaviso de un día otra vez infernal, típico del verano profundo de estas ciudades de la Europa cálida. En marzo de ese mismo año, Argentina se sacudía con aquella noticia impactante y jubilosa: “Jorge Bergoglio era elegido Papa de la humanidad”.
El mismo Padre Jorge que había sido maestrillo del Colegio de la Inmaculada cuando apenas tenía 26 o 27 años y el destino de su carrera sacerdotal lo trajo a Santa Fe a mediados de la década del 60.
Dos días después de aquel lunes de agosto, la selección argentina se enfrentaba con la de Italia en honor al Papa Francisco, en el Olímpico de Roma. Eran motivos suficientes para estar presente. Aunque el viaje me deparaba una emoción que guardo como uno de los grandes tesoros que me deja esta incomparable profesión de periodista.
“Ya que vas a estar en Roma, escribile un mail al Padre Fabián Pedacchio y llevale un libro de los 95 años de El Litoral. Hay dos o tres notas que reflejan la estadía del Papa en Santa Fe. Yo fui su alumno en el Colegio de la Inmaculada. Y luego, seguí viéndolo a menudo en Buenos Aires. Tengo ese contacto, es la mano derecha del Papa”, fue el pedido de Gustavo Víttori, por entonces integrante del Consejo de Dirección del Diario.
Recuerdo que fue lo último que hice en Santa Fe antes de iniciar el viaje a Roma. Era jueves a la noche y la llegada a la capital Italiana se producía el sábado al mediodía.
“Enrique, te esperamos en la capilla de Santa Marta, en el Vaticano, el lunes a las 6.35. Su santidad no otorga entrevistas”, fue la respuesta al mail por parte del Padre Fabián, leído con nervios, sorpresa y emoción, ese mismo sábado ya en Roma. Confieso que aquel domingo se consumió en caminatas y ansiedades que, por ejemplo, me impidieron conciliar el sueño.
Del hotel a la Plaza San Pedro eran cuadras que caminé ligeramente para llegar puntualmente a la hora indicada. Los guardias suizos tenían la orden de dejarme pasar y siguiendo las instrucciones llegué a la pequeña capilla. Un par de minutos antes de las 7, aparecieron seis o siete monjas y un muchacho vestido con pantalón azul y camisa blanca. Nadie más.
Y a las 7 en punto, hizo su ingreso el Papa Francisco para dar una misa que duró muy poco porque salteó la homilía y había muy poca gente para comulgar. Como máximo, 25 minutos y todos se fueron. La primera pregunta fue: y ahora, ¿qué hago? De acá no me saca nadie, pensé. Hasta que, de pronto, entró una persona que se sentó a mi lado y me preguntó: “¿Vos sos Enrique?”. Ahí me volvió el alma al cuerpo y, tras responder afirmativamente, me dijo que esperara tranquilo, presentándose como el Padre Fabián.
Messi, presente en un encuentro histórico en el Vaticano.
El silencio otra vez ganó la escena hasta que volvió a aparecer el Papa en la pequeña capillita, esta vez para rezar delante del altar y en soledad. Fue un momento, este último, muy particular. Tenía ante mí a una de las personas (o la persona) más importante del mundo y era testigo de su momento de reflexión y oración.
Duró un rato. No sé cuánto tiempo habrá sido, pero para mí resultaron eternos porque no sabía qué iba a pasar luego de ese instante de comunicación con Dios. ¿Iba a poder saludarlo?, ¿le iba a poder entregar el libro?,¿iba a tener la chance de sacarme una foto con él?, ¿de preguntarle algo?
Habrá sido tan evidente esa carga emotiva que tenía, que el Padre Fabián volvió a decirme: “Tranquilo”. Y él también continuó con su oración, hasta que el Papa se levantó y encaró por el pasillo lateral de la pequeña capilla hacia una puerta. Cuando lo ví pasar, miré al Padre Fabián y no olvidaré aquel momento. Golpeándome suavemente la pierna, me dijo: “Vamos, este es tu momento”.
Atravesamos esa puerta por la que había entrado el Papa, segundos antes, a lo que era una especie de lobby de la residencia Santa Marta. “Su Santidad, este es el periodista de Santa Fe del Diario El Litoral del que le hablé”, le dijo el Padre Fabián. El Papa me miró, abrió sus brazos y se dirigió caminando hacia mí con un tono paternal que jamás se me borrará de mis recuerdos.
Me dio un abrazo y confieso que me temblaron las piernas. “Su Santidad, le traigo el libro de los 95 años de El Litoral”, le dije. “Es el diario que yo leía cuando estaba en Santa Fe. Iba bastante a las dos canchas a ver los partidos de Colón y Unión porque me encanta el fútbol”, me decía. El estuvo en Santa Fe en un tiempo inolvidable para los dos clubes, porque lograron los ascensos a Primera.
“Recuerdo que el colegio quedaba enfrente de una plaza que yo caminaba para llegar a la Catedral. ¿Sigue todo igual?”, me preguntó, a lo cual le dije inmediatamente que sí y esto hizo que se le iluminaran los ojos, seguramente guardando muy buenos recuerdos de aquel paso por Santa Fe, ciudad que debió abandonar porque la alta humedad le traía algunos problemas de salud que prefirió evitar.
Bergoglio pasó por el Colegio de la Inmaculada de Santa Fe. Crédito: Fernando Nicola.
“A todos mis alumnos del Colegio Inmaculada y a toda Santa Fe les envío mis saludos y mi bendición… Solo les pido que recen por mí”, fue el video que grabó en exclusiva para El Litoral, además de la foto que atesoro como uno de los momentos inolvidables que me ha dado la profesión, con el Papa y el libro de El Litoral en sus manos.
Volví al hotel, era muy temprano todavía en Roma y de madrugada en Santa Fe. Escribí la historia, envié la foto y tuve que esperar hasta una hora medianamente prudente para que mi amigo Marcelo Alvarez, del Departamento Técnico del diario, me ayude a encontrar el video (que fue grabado con una filmadora) porque no sé si de los nervios o por haber metido el dedo en cualquier botón, lo terminé grabando en privado y no me aparecía por ningún lado.
Solucionado el “problemita” que me mantuvo en vilo hasta que Marcelo, metiéndose en mi computadora, logró encontrarlo, el material estuvo a disposición de la web.
Ese día siguió con la ida al hotel en el que estaba la selección. Y cuando (algunas horas después), prendí la computadora, llovían los mails y mensajes de quienes se emocionaban (muchos de ellos, los ex alumnos de aquel jovencito Padre Jorge de entonces) con la bendición que les llegaba por El Litoral.
Con la humildad y la grandeza de aquel hombre que ocupaba el centro de la escena universal en ese momento, pero que se emocionaba con el recuerdo de esa Santa Fe húmeda y ese mundo chiquito de sus alumnos con el que convivió durante dos años de su existencia.
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