El tango no es solo un género musical. Es una historia compartida, una huella cultural, un puente entre pasado y presente. Representa un modo de ser argentino, una identidad fuerte que trasciende generaciones, fronteras y modas.

Al conmemorar el Día Nacional del Tango, no solo recordamos a Gardel, a De Caro, a sus orquestas o sus milongas —celebramos un legado vivo. Una melodía que sigue latiendo en calles, salones, cafés, teatros y en los corazones de millones de personas que sienten, bailan, escuchan y sueñan con el tango.

El tango no es solo un género musical. Es una historia compartida, una huella cultural, un puente entre pasado y presente. Representa un modo de ser argentino, una identidad fuerte que trasciende generaciones, fronteras y modas.

En tiempos en que la globalización tiende a homogeneizar, cada 11 de diciembre nos recuerda que hay formas de resistir: siendo fieles a lo propio, celebrando lo nuestro, mostrándolo al mundo. En esta jornada, Argentina celebra el Día Nacional del Tango, una efeméride cargada de historia, emoción y orgullo.
La fecha conmemora el nacimiento de dos gigantes del género: Carlos Gardel (1890) y Julio de Caro (1899), y constituye una oportunidad para reafirmar el valor del tango como sello inconfundible de la identidad nacional.
La idea surgió en 1965 de la mano de Ben Molar —autor, compositor y productor musical— cuando se dirigía a la casa de Julio de Caro para celebrar su cumpleaños. Al advertir la coincidencia con el natalicio de Gardel, propuso dedicar el 11 de diciembre al tango.

Con el respaldo de numerosas instituciones artísticas y culturales de la época, la propuesta fue oficializada por Decreto Municipal en la Ciudad de Buenos Aires (29 de noviembre de 1977) y luego por Decreto Nacional (19 de diciembre de 1977).
Desde entonces, cada 11 de diciembre recuerda a “la voz” (Gardel) y “la música” (De Caro), las dos almas del tango.
El tango nació —hacia fines del siglo XIX— en los márgenes del Río de la Plata, en un contexto de intensas migraciones y mezcla cultural. Fue una manifestación artística surgida de la búsqueda de identidad, melancolía, nostalgia, deseo y comunidad.
Su expansión internacional comenzó temprano: a partir de alrededor de 1910, el tango triunfó en París, lo que marcó el inicio de su proyección global.
El período comprendido entre 1940 y 1955 se conoce como la “época de oro” del tango: orquestas, cantores, milongas y un público masivo consolidaron al género como símbolo de la cultura argentina.
Tras años de declive, en parte por cambios sociales y culturales, el regreso de la democracia reavivó el interés por lo propio: en las últimas dos décadas se ha registrado una explosión de producciones culturales, milongas, orquestas y eventos, expandiendo la vigencia del tango en el interior del país y en nuevas generaciones.
El tango —con su mezcla de melancolía, historia, sensualidad y nostalgia— es una de las expresiones artísticas de Argentina más reconocidas internacionalmente. Gracias a figuras como Gardel y De Caro, el género traspasó fronteras, llevando el nombre del país por el mundo. Su éxito en París, su expansión en Europa y América, y su respeto como forma artística hicieron del tango un símbolo global.
Hoy, milongas, clases, festivales, shows en vivo y recorridos históricos por barrios emblemáticos (con cafés, salones, recovecos porteños) atraen tanto a turistas extranjeros como a compatriotas. Esa fascinación por lo “auténticamente porteño/argentino” convierte al tango en un imán cultural: una experiencia que mezcla música, danza, nostalgia y pertenencia.
En 2009, el UNESCO declaró al tango como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, un reconocimiento global que reafirma su valor histórico, social y simbólico.
Este reconocimiento no solo destaca su pasado, sino que compromete a las políticas culturales nacionales a fomentar su difusión, preservación y renovación para las futuras generaciones.
Más allá de una fecha en el calendario, el 11 de diciembre es una jornada de reafirmación:
Un homenaje: a los grandes de siempre —Gardel, De Caro— pero también a las nuevas generaciones de músicos, bailarines y gestores.
Una celebración: milongas, conciertos, clases, exposiciones, ciclos culturales —espacios donde el tango sigue vivo, cambia y crece.
Identidad y pertenencia: para muchos, el tango no es solo música o danza: es historia familiar, barrio, memoria colectiva, forma de expresarse, sentirse “argentino” en el país y en el mundo.
A pesar de su arraigo porteño/rioplatense, el origen exacto del natalicio de Gardel sigue siendo objeto de debate: aunque tradicionalmente se lo ubica en 1890, hay versiones que lo sitúan en 1887 y con nacimiento en Tacuarembó, Uruguay; otros lo ponen en Toulouse, Francia. Lo que sí es certero: vivió en Buenos Aires desde niño y se nacionalizó argentino en 1923.
Mientras Gardel representaba “la voz” del tango canción, Julio de Caro representaba “la música”: su orquesta —fundada en 1924— inauguró lo que se conoció como la “escuela decareana”, un estilo más refinado e instrumental, distinto de la vertiente gardeliana. Ambas juntas conforman dos pilares esenciales del tango clásico.
Ese 11 de diciembre —justo al volver de la casa de De Caro— que Ben Molar decidió que el tango merecía su día. Pero recién 12 años después la propuesta se convirtió en ley. Una prueba de que la cultura muchas veces necesita de paciencia, convicción y consenso para ser reconocida.