La Argentina debe gestionar su propia "cura per verbum"
Los dólares de Bessent son necesarios, pero no alcanzan. Nada bueno sucederá si los portadores de la palabra -como los custodios de la moneda- no le dan dimensión moral a su propósito.
Bessent pasó hace meses por la Rosada prometiendo ayuda extra. MIlei aporta poco a su propio interés.
Cuando Scott Bessent prometió por redes sociales hacer todo lo posible por la Argentina, incluso involucrando al G7, ensayó una “cura de palabra”. En la medicina antigua, la “cura per verbum” era práctica habitual en los templos de Asclepio, donde el rito y la persuasión podían procurar un alivio terapéutico. El país necesita mucho más que eso.
Asclepio sabía de la cura de la palabra. También de la diferencia entre remedio y veneno, según la dosis.
En cualquier lugar del mundo, no pasa desapercibido el secretario del Tesoro de los Estados Unidos. Sin embargo, la estentórea irrupción de su báculo sobre el desquiciado escenario argentino, no contuvo la desconfianza de los mercados financieros.
"Show me the money" fue la respuesta -menos tarde que temprano-, de los tenedores de bonos soberanos, cuyos valores volvieron a desplomarse mientras el dólar financiero estiró la brecha con la cotización de la divisa en el Banco Nación. Aquella expresión se hizo popular en la película Jerry Maguire, de 1996.
"Show me the money." La frase de Rod Tidwell (Cuba Gooding Jr.) que se convirtió en cliché.
La frase es pronunciada por el personaje Rod Tidwell, un jugador de fútbol americano interpretado por Cuba Gooding Jr., a su representante, Jerry Maguire, interpretado por Tom Cruise, que mucho le promete ofreciendo nada.
Se convirtió en un cliché de la cultura popular y del mundo de los negocios, que sólo cierra tratos si se paga la cuenta con “crocantes”, con billetes en efectivo, allí donde las promesas no alcanzan.
¿Sirve la ayuda?
El ministro de Economía Luis Caputo, el presidente del BCRA Santiago Bausili, el viceministro José Luis Daza y el secretario de Finanzas, Pablo Quirno, pueden traer de Washington un paliativo efectivo que despeje las dudas de los acreedores de bonos argentinos en el corto plazo.
Luis Caputo fue a Washington a traer dólares que despejen dudas financieras. El problema son las incertidumbres políticas.
El país tiene que cancelar unos US$9 mil millones a bonistas y organismos en 2026; no los tiene y carece de la capacidad de “rolear” la deuda en los mercados voluntarios, que miden su desconfianza en el alto Riesgo País.
La ayuda norteamericana servirá para evitar que un nuevo default hunda a todos con crueldad indiscriminada, pero tiene por condición lo que pase en las elecciones. O mejor dicho, lo que hagan los actores de la política después de las elecciones, sea cual fuese el resultado.
Puede ser un Swap, un plan del Tesoro norteamericano de compra de bonos soberanos argentinos, un nuevo préstamo. Algo que incluso pueda ser verificado antes de la apertura de mercados de este mismo lunes -difícil- para evitar la sangría de los dólares que vende el Tesoro argentino para contener ansiedades tan infinitas como la desconfianza.
Pero si la naturaleza de la desconfianza surge de la sensación de que alguien no es fiable, sincero o consistente, puede darse por hecho que incluso con la ayuda del Capitán América, Eris (diosa de la discordia) y Ápate (del engaño) volverán a imperar en el país.
Ni que lluevan los dólares…
Ya sucedió después de los stand-by de los ‘80; el Plan Brady del ‘82; el blindaje financiero del 2000; el stand-by de 2018 a la gestión Macri; el Acuerdo de Facilidades Extendidas a Alberto Fernández o el último acuerdo del FMI con Milei.
Desde el fin del patrón oro en 1971, la moneda carece de un respaldo tangible. Su valor está implícito en el acuerdo social, en la confianza entre los ciudadanos y de éstos con la autoridad que la emite y respalda.
Inspirados menos en la capacidad que en la popularidad, menos en el bienestar general que en la codicia de poder, menos en el mérito republicano que en la impericia, los actores preponderantes de la política argentina han sabido disolver a casi nada a las poderosas utopías democráticas del ‘83.
Raúl Alfonsín tuvo el impulso de promover la estabilización. Pero sucumbió a las presiones de su partido. Archivo
Y, con la falta a la palabra, pulverizaron el valor de la moneda en pulsiones populistas. Es el fracaso del Plan Austral de Alfonsín tratando de sostener la candidatura de Angeloz; el hundimiento de la convertibilidad mientras Duhalde y Menem disputaban el poder; la desaparición de los superávit gemelos de Néstor Kirchner, sepultados por la codicia y la corrupción.
Javier Milei propuso la polémica dolarización disruptiva; pero falseó incluso esa meta; llega a los comicios sin aclarar el caso Libra o las supuestas coimas en la Administración Nacional de Discapacidad. Sostiene -se hunde- a un candidato bonaerense, José Luis Espert, que recibió US$200 mil dólares y viajes en avión de un oscuro personaje investigado por lavado al narcotráfico.
Los dólares de un supuesto lavado narco para Espert, tienen la carga suficiente para poner en riesgo la sostenibilidad de Milei.
Archivo
Después de las elecciones
Los promotores de la justicia social tienen a su líder, Cristina Fernández, condenada por corrupción probada; los libertarios proponen “kirchnerismo nunca más” desde un músculo político no sólo débil, sino genéticamente atrofiado y moralmente comprometido. Tanto que la propia gestión está en riesgo de subsistencia.
Cristina está condenada; Kicillof ganó sus elecciones. El peronismo busca equilibrio entre su pasado y sus perspectivas.
¿Quién expresa una palabra que genere confianza, que sea capaz de devolverle a la moneda el valor de cohesión del contrato social? Perdón… la pregunta correcta no es quién, sino quiénes.
José Ignacio Latorre, un físico cuántico español, dice que su utopía “es una sociedad donde el libre pensamiento impera”. Pero aclara que “eso es anacrónico, porque todo el mundo quiere defender ideologías de organización. Y en esto acabas en el descontento y el descontento y la frustración acaba nihilismo. La forma moderna del nihilismo es no votar”.
El gran interrogante de la Argentina no es quién gana las elecciones, sino qué se dispondrán a hacer los actores que en Casa Rosada y en el Congreso Nacional (también en la justicia) afronten los serios problemas de estancamiento económico y pobreza creciente. Los indicadores sociales basados en estadísticas por ingresos, con inflación a la baja, son una buena señal. Pero no una realidad consistente.
Pullaro y Llaryora, parecidos pero diferentes. Son actores decisivos de la Argentina inmediata. Archivo.
Las reformas laboral, tributaria, previsional están en la agenda de Martín Lousteau o de Scott Bessent; de Maximiliano Pullaro o de Javier Milei; de los empresarios de Idea o del peronismo no kirchnerista; del FMI o de gobernadores de provincias mineras y petroleras. El todavía poderoso kirchnerismo y la izquierda procuran -explícitos- el perverso camino del default patriótico.
La oposición está a punto de sacarle el poder de gobernar con DNU a Milei. Es un ejercicio parlamentario legítimo y necesario; sin embargo, el uso de la palabra en el parlamento debe distinguir objetivos destituyentes que carezcan de otro propósito que no sea el mero asalto al poder por conveniencias también inmorales y -por añadidura- socioeconómicamente inconducentes.
La moneda y la palabra
Jürgen Habermas podría interpretarse diciendo que la moneda, al igual que el lenguaje, es un medio de integración social que estructura expectativas y coordina acciones sin necesidad de coacción. Pero no hay moneda sin palabra.
En la tradición cristiana, el poder terapéutico de la fe transmitida verbalmente concilia a los pueblos. Y en la psicoterapia moderna, desde Freud, el “talking cure” -hablar, narrar y poner en palabras los conflictos inconscientes- puede tener un efecto terapéutico, liberando síntomas y produciendo comprensión.
Detener la inflación es, a las instituciones, un procedimiento prequirúrgico. La palabra es la herramienta de la política; las razones que se disputan la razón despojadas de la violencia y bajo reglamento común, el consenso posible en orden a la acción, es la manera de dirimir las diferencias.
El Congreso de la Nación vuelve a ser la caja de resonancia de las tensiones políticas, económicas e institucionales. Fernando Nicola
Esa es la cura de palabra que se ejerce desde el individuo en la propiedad privada y en la calle de manera pública, en interacción social. Una cura que se culmina en la República. El pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes… es eso o una nueva y frustrante ideología de organización.
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