La capital mundial del crimen devenida en ciudad resiliente
Urbanismo y transformación. Medellín dejó atrás los años de violencia criminal organizada para convertirse en un popular y atractivo destino turístico.
Medellín, la ciudad de la eterna primavera, lleva cicatrices de un pasado que pocos pueden imaginar hoy al caminar por sus calles. En las décadas de 1980 y 1990, era conocida como la "capital mundial del crimen", un lugar donde el miedo reinaba y la vida parecía valer nada.
En 1991, la ciudad tocó fondo con una tasa de homicidios de 381 por cada 100 mil habitantes, convirtiéndola en la más violenta de América Latina. Pero Medellín no se rindió ante la violencia.
En 2024, de acuerdo con datos brindados por la Alcaldía de Medellín, la tasa de homicidios fue de 11.8, la más baja registrada en cuarenta años.
Hoy la ciudad es un símbolo de resiliencia, un caso de estudio que refleja cómo el esfuerzo colectivo, las políticas públicas y el sentido de pertenencia de sus vecinos han cambiado su destino. Esta es la historia de cómo Medellín pasó de ser un sinónimo de muerte a un faro de esperanza.
En los 80 y 90, Medellín era un campo de batalla. El Cartel de Medellín, liderado por Pablo Escobar Gaviria (**), convirtió esta localidad en el epicentro del narcotráfico. Entre 1990 y 2000, más de 48 mil personas fueron asesinadas.
Pablo Emilio Escobar Gaviria, "Don Pablo", fundador del Cartel de Medellín. Archivo El Litoral
La pobreza y la falta de oportunidades alimentaban la violencia, creando un círculo vicioso muy difícil de romper.
Para muchos, salir a la calle era un acto de valentía. La temprana muerte de Escobar en 1993 -a los 44 años- y la desmovilización de grupos armados en los 2000 fueron puntos de inflexión, pero lo que realmente marcó la diferencia fue la apuesta de la ciudad por sus comunidades.
Medellín optó por sanar a través de la inclusión. Las políticas públicas se centraron en devolverle la dignidad a los barrios más golpeados. Se construyeron escuelas, bibliotecas y centros culturales en lugares donde antes solo había miedo y balas.
Las bibliotecas públicas no son solo edificios, sino refugios donde los niños encuentran libros y acunan sueños. Programas como "Ciudad Escuela" pusieron a los más pequeños en el centro, dándoles comida, educación y un lugar seguro donde crecer.
El urbanismo social fue clave en esta transformación. El Metrocable, que conecta las comunas empinadas con el resto de la ciudad, no solo facilitó el transporte, sino que abrió puertas a trabajo, educación y esperanza.
En la Comuna 13, las escaleras eléctricas reemplazaron los interminables escalones, trayendo turistas y exponiendo la historia de un barrio que se rehúsa a ser definido por su pasado. Parques, plazas y las Unidades de Vida Articulada (UVA) se convirtieron en puntos de encuentro de los vecinos.
Estas iniciativas le llevaron la certeza a la sociedad de que el Estado no abandonaría a sus barrios y que los priorizaría. Cada proyecto, desde una biblioteca hasta un parque, era una forma de decir: "ustedes importan".
Las estadísticas cuentan una historia fuerte. En 2000, la tasa de homicidios era de 184 por cada 100 mil habitantes. En 2016, había bajado a 20, y en 2024 alcanzó un histórico 11.8. Esto no solo significa menos muertes, sino que revela una ciudad que ha aprendido a resolver sus conflictos de otra manera.
Pareciera que la paz en Medellín no solo vino de desarmar a los violentos, sino de darle a la gente razones para vivir. Este pensamiento es clave al hablar de la transformación de Medellín, donde la verdadera revolución no solo se ha dado en la seguridad, la infraestructura, el urbanismo y el tejido social, sino en la manera en que la gente ha aprendido a ver y vivir su ciudad de nuevo.
El sociólogo Amartya Sen plantea que la inequidad es un factor fundamental que contribuye a la violencia. La lucha contra la inequidad ha sido un componente esencial para garantizar la seguridad en Medellín, no solo en términos de reducir la violencia, sino también en la construcción de una sociedad más justa.
Pesquisas de organismos internacionales como el Banco Mundial, demuestran que la violencia se agudiza en municipios que presentan fuertes desigualdades.
Medellín no es un cuento de hadas. En barrios como Belén Altavista, las disputas entre bandas aún siembran miedo, y el narcomenudeo sigue siendo una sombra.
Es evidente que el desarrollo de algunas zonas ha traído progreso, pero también ha dejado a algunos sintiéndose fuera de lugar en su propia ciudad. Y aunque los números históricos exhiben avances y son alentadores, la sensación de inseguridad persiste para muchos. Todos son conscientes de que la paz es un legado que hay que cuidar.
La transformación de Medellín es una lección para el mundo: las ciudades no están condenadas a la violencia.
Con educación, infraestructura, un paradigma de seguridad que enfatiza la prevención y la toma decisiones basadas en evidencias, y acciones que promuevan la equidad, se pueden reemplazar horror por concordia y respeto. Pasar de 381 homicidios por cada 100 mil habitantes a 12.9 es más que un logro estadístico. Pero este camino no termina.
Medellín debe seguir invirtiendo en sus barrios, escuchando a sus comunidades y enfrentando las nuevas caras de la violencia.
Esta ciudad aborrece ser señalada por su pasado manchado con sangre; prefiere ser reconocida por su resiliencia y por su capacidad para construir un lugar más justo. "La esperanza es un derecho de todos", expresó Gabriel García Márquez. En Medellín, esa esperanza se ha convertido en el motor de su transformación.
(*) Analista internacional especializado en seguridad en Estados Unidos, magíster en Smart Cities, docente universitario.
(**) Aunque cumplía con ciertas características del benefactor social y su figura intentó ser romantizada mediáticamente en los últimos tiempos, fue uno de los personajes más violentos, sanguinarios y crueles del narcotráfico.
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