Que la bandera de la ciudad la lleve en la escuela el mejor compañero. Es una propuesta formal que se presentó hace unos días en el Concejo Municipal. La idea me parece errada, y huele a naftalina, porque insiste en el error de lo individual, lo separado, el "yo primero", cuando el remedio no está en lo individual sino en la poderosa fuerza de la unión, en el equipo.
La bandera no es un premio para nadie, sino una madre que en su seno cobija a todos por igual. Según un decreto de hace más de medio siglo (*), se supone que en una ceremonia escolar solemne debe haber un abanderado que porte la bandera argentina. Hay otro que lleva la bandera provincial, y un tercero llevaría la bandera de la ciudad.
Los dos primeros abanderados se deben elegir según criterios de tener las mejores notas, de buen comportamiento, de corrección, etc. Los escoltas se eligen según criterios similares. El tercer abanderado, en cambio, debería ser, según la propuesta antedicha, elegido entre todos como el mejor compañero del curso. En otras palabras, llevar la bandera en un acto escolar es una cuestión de méritos.
Es un error, porque la meritocracia es un concepto de adultos y para los adultos, y no es aplicable a la infancia, menos en Santa Fe. Y la bandera como símbolo, insisto, no es un manto para abrigar a los más meritorios, que ya suelen estar abrigados, ni un honor para unos pocos, sino una madre que en su seno recibe a todos por igual. Como madre que es, tiene debilidad por los hijos más débiles.
Salvo las excepciones que confirmen la regla, en una escuela primaria los mejores alumnos no lo son por mérito propio. En efecto, ser bueno, o muy bueno, o el mejor en "estudio, comportamiento, corrección, compañerismo" (en palabras de aquel decreto), hoy no depende tanto del alumno como del entorno socio-familiar donde nació, donde vive y donde se desarrolla.
Si un alumno cenó bien la noche anterior, si pudo dormir y descansar, si desayunó por la mañana como debe, si tiene ropa adecuada para ponerse, si lo ayudan todos los días con las cosas de la escuela, si tiene tiempo de ocio y de ocio creador, y si lo quieren y se lo dicen, este alumno tiene más probabilidades de ser mejor que otros en notas, en comportamiento y en corrección, y tal vez en compañerismo.
Por lo tanto, el mérito que se le atribuye no es todo suyo, sino que depende en gran medida, aunque no exclusivamente, del entorno socio-familiar donde esté. Sin querer restarle nada a nadie, e insisto con que hay excepciones, el esfuerzo como mérito no es innato en un niño sino que es una consecuencia de su entorno, que le enseña el valor del esfuerzo, y que lo ayuda.
En cambio, el niño que procede de una familia insuficiente, si vive en un hogar insuficiente y si no recibe suficientes atenciones en casa, lo más probable es que en la escuela no sea el mejor en nada. Si vive en un entorno violento, es probable que sea un alumno violento, pero no tendrá la culpa de serlo.
Si vive en un entorno académico, es probable que sea buen estudiante, pero el mérito no será todo suyo. La meritocracia, entonces, no es propia de la infancia ni es adecuada para la infancia santafesina. Y harían mal las escuelas si insistieran en premiar el mérito individual en vez de promover el mérito conjunto, el de la unión, el del equipo.
No se trata de educar en el concepto egoísta de ser el mejor, o de estar entre los mejores, sino de enseñar cómo conseguir lugar en el equipo, y cómo mantenerse como miembro constructivo del equipo.
Lo individual, ya lo sabemos bien los argentinos, con tristeza lo hemos visto, se parece a lo egocéntrico, al narcisismo, al "yo primero", al "qué me importa". Por lo tanto, no puede ser tema escolar ni motivo de premio
No saldremos de ésta por mérito propio o a fuerza de individualismos, sino en virtud de un trabajo conjunto, en equipo, porque, sin duda alguna, en la unión está la fuerza, y esta materia debe ser materia escolar, y ejemplo a dar en las escuelas. Ahora, ¿quiénes deben ser entonces los abanderados y los escoltas en las escuelas?
Antes de responder a esta pregunta se impone una reflexión: al parecer, según proponen quienes pretenden abanderar el país, el presupuesto nacional para 2026 prevé una reducción sustancial para Educación, y esto sin duda compromete la función de la escuela y afectaría a docentes y alumnos. Es decir, reducir la inversión en educación compromete el futuro de Santa Fe y del país.
Huelga insistir en la gravedad de esta perspectiva, al lado de la cual la propuesta de designar tercer abanderado al mejor compañero parece un juego de niños. Una vez más se hace necesario detenerse a pensar qué es y dónde está lo importante, y qué es secundario, accesorio y prescindible.
Quiénes deben ser abanderados y escoltas
Lo mejor sería prescindir de abanderados y escoltas, y que las banderas presidan el acto desde la cabecera de la sala, cada una en su pedestal. Pero si abanderados y escoltas fueran obligatorios, pueden ser elegidos por sorteo.
Solo así el orgullo de llevar o escoltar la bandera, madre de todos por igual, será la consecuencia de un proceso desarrollado en igualdad de oportunidades, tal como debe ser la escuela. Y si por sorteo la responsabilidad cayera en quien no tiene buenas notas ni es bueno en casi nada, mejor, bienvenido sea.
El orgullo de portar o escoltar la bandera cambiará la vida de ese alumno, y con un poco de suerte cambiarán también en casa. Se trata, precisamente, de no darle más brillo a quien ya lo tiene gracias a su entorno, sino de ofrecer las mismas oportunidades para todos. O para ninguno.
Hay que recordar que nadie elige la cuna donde nace ni elige las mantas con que lo abrigan, y que tenemos que abrigar, no al que ya está abrigado, sino al que tiene frío.
La foto con que ilustro esta nota documenta un partido de fútbol entre adolescentes amputados (o con una pierna ya sin movimiento). Son miembros de una asociación deportiva de jóvenes amputados creada poco después del final de la guerra. El país es Sierra Leona, rico en diamantes, en África Occidental, colonia británica hasta 1961.
Durante la larga y sangrienta guerra civil que asoló el país entre 1991 y 2002, brutales atrocidades se cometieron contra la población civil, en especial contra los niños. La guerra fue financiada por el comercio de diamantes: los rebeldes entregaban diamantes y a cambio les daban armas.
La costumbre de amputar un brazo o una pierna a un niño, en vez de matarlo, busca comprometer tanto la vida futura de la víctima, si es que logra sobrevivir a la hemorragia, como a su familia, que debe entonces hacerse cargo del ahora discapacitado. Arruinar la infancia implica arruinar el futuro.
Similar es el caso de Gaza, donde la muerte de niños palestinos a manos israelíes apunta a eliminar el futuro. Si no hay infancia palestina, no hay futuro palestino. La foto la publicó el diario inglés The Guardian, el pasado sábado 8 de noviembre. Inversamente, cuidar y proteger a la infancia, e invertir en ellos, es asegurar un futuro para todos.
(*) Reglamento General de Escuelas Primarias (Decreto provincial 4720/61), del 16 mayo de 1961, artículo 74.