El adultismo es una forma de discriminación según la cual los adultos, creyendo tener razón, toman decisiones que afectan a la infancia y a la adolescencia sin tener previamente en cuenta el punto de vista infanto-juvenil.

La Declaración de los Derechos del Niño resalta la necesidad de incluir la perspectiva juvenil en decisiones que impactan su entorno y bienestar futuro.

El adultismo es una forma de discriminación según la cual los adultos, creyendo tener razón, toman decisiones que afectan a la infancia y a la adolescencia sin tener previamente en cuenta el punto de vista infanto-juvenil.
Cuando los consultaron, las respuestas fueron sorprendentes, y válidas. Y de aquí resulta que conviene conocer la opinión, los deseos, las expectativas del público infantil y juvenil, así como también sus dolores y sus decepciones.
Chicos y adolescentes representan un tercio de la humanidad, y son ellos quienes disfrutarán, o sufrirán el mundo, el país, la ciudad, el barrio que les dejemos. Entonces es lógico, puesto que son herederos de lo bueno y de lo malo, que su opinión sea tenida en cuenta.
Esto de tener en cuenta la opinión infanto-juvenil es un derecho ya establecido desde la Declaración Universal de los Derechos del Niño. Argentina y casi todos los otros países del mundo aceptaron estos derechos. Estados Unidos, en cambio, no.
Junto a este derecho, de ser tenidos en cuenta, está el derecho de poder expresarse con libertad a través de un medio adecuado. Recordemos que allá donde hay un derecho hay también una obligación.
Cuando la autoridad municipal, de barrio, de escuela, buscó la opinión de los adolescentes y de los chicos puberales y prepuberales, y lo hizo a través de un método serio de encuesta seria, descubrieron que el pensamiento infanto-juvenil puede aportar valiosos argumentos, y sinceros, al debate que siempre debe preceder a la toma de una decisión.
En cambio, el debate de los adultos, que deberían debatir en serio antes de tomar decisiones que se pretendan serias, con cierta frecuencia huele a naftalina, tiene telarañas y luce la triste pátina de ser más o menos lo mismo de siempre, a cargo de más o menos los mismos de siempre.
Un ejemplo simple para ver cuánto ayuda preguntarles qué quieren, y qué no quieren, es la cuestión de abrir las escuelas durante los meses de verano. La escuela hace una encuesta para saber si los alumnos quieren que el patio de la escuela permanezca abierto durante las mañanas y las tardes del verano, y sobre qué actividades se podrían hacer.
Si con una participación adecuada los alumnos dicen por mayoría que quieren ir al patio de la escuela en verano, entonces la escuela tiene que organizar el patio de verano y facilitar el personal necesario, tal vez con la participación de voluntarios: padres y abuelos, hermanos mayores, adolescentes de secundaria que quieran atender a los chicos de primaria, etc.
El patio de verano implica juegos, espacios para conversar sin celular, clases de repaso, un tiempo para el debate, etc., todo en un entorno seguro, saludable y controlado. Incluso puede haber comedor.
La excusa del presupuesto para decir que no ya no es creíble, porque la provincia se dispone a gastar mucho dinero en los Juegos Suramericanos del año que viene, aún sabiendo que este tipo de eventos, según lo demuestra la experiencia internacional, ni son un buen negocio para la provincia (sí lo son para unos pocos bolsillos) ni contribuyen a mejorar la situación de quienes más ayuda necesitan.
Estos juegos tal vez obliguen a fortalecer los hospitales, pero dudo que fortalezcan las escuelas, que es donde Santa Fe forja su futuro. El patio de verano es un ejemplo básico y elemental, pero hay otros. En los recursos bibliográficos está la experiencia de instituciones que han consultado la opinión del público infanto-juvenil antes de tomar una decisión que les afecte.
Los resultados son notables y para tenerlos en cuenta. Nadie se refiere a las grandes cuestiones nacionales, que requieren la opinión de expertos, sino a las muchas cuestiones municipales, de barrio, de escuela, de club. La encuesta debe ser seria para que sus resultados sean válidos, y debe haber un compromiso previo para hacer en seguida aquello razonable y necesario que pida una mayoría.
Hay que darles el turno de palabra, y luego cumplir, porque la palabra que no se cumple, y de esto hay vasta experiencia, provoca una desconfianza que destruye. Y lo que necesitamos es construir. La encuesta, cuando está bien hecha, es un método útil y fiable, incluso cuando quienes responden son niños y adolescentes.
Llevada a otro nivel, una encuesta es lo mismo que un proceso electoral donde se busca saber qué quieren y qué no quieren los ciudadanos mediante la elección o, mejor, la selección de las personas que prometen, que se comprometen a hacer ésto o aquéllo. Elegimos así a quienes queremos que nos representen, aunque éstos mencionan poco o nada a la infancia y la adolescencia.
Enseñar a votar
Argentina convoca a los adolescentes de 16 y 17 años y les propone la opción de votar y contribuir así a elegir a quienes los representen. El voto juvenil de 16 y 17 años no es nuevo en el mundo (consta en Sudáfrica en 1890) ni hoy es novedad puesto que lo permiten, aunque solo para ciertas elecciones, en Alemania, Grecia, Bélgica, Austria, etc. Otros países están valorando esta opción.
Recordemos que hasta no hace mucho el voto quedaba restringido para los mayores de 21 años, y que las mujeres tuvieron que reclamar mucho, y recibir represión y menosprecio para tener un derecho a voto que hoy nos parece incuestionable. Es decir, lo que hoy no se ve, mañana se verá bien.
Los adolescentes de Santa Fe con opción a voto fueron niños hace poco, y seguramente muchos conservarán parte de la niñez en un cuerpo y en un pensamiento adolescente. Habrá quienes están aún en la escuela secundaria, algunos habrán abandonado los estudios.
No tienen la experiencia democrática de haber participado en una encuesta para decidir entre todos, por ejemplo, si abrimos o cerramos el patio de la escuela en verano. Hay que enseñar a votar, y practicar el voto y entender el valor del resultado, para así aprender a votar. Hay que valorar el voto en libertad, cosa que no todos los países tienen.
Los adolescentes con derecho a voto, todos, se preguntan cosas y se hacen ilusiones. El voto juvenil tiene defensores y detractores. Hay muchas opiniones, y nadie tiene la verdad. Ellos tienen más futuro por delante que nosotros, y entonces parece lógico que puedan contribuir a diseñar y a construir el futuro.
No sé si el voto juvenil argentino responde a la voluntad seria de querer saber qué quieren y qué no, y de darles en consecuencia un espacio en las urnas en igualdad de condiciones. O si responde más bien a oscuros cálculos de especulación política.
Sea como sea, es hoy una realidad, y ellos deberían aprovecharla sabiendo que son una fuerza que podría inclinar la balanza hacia un lado o hacia el otro. Por esto entonces hay que pensar más, y con mirada más larga, en la educación y en la formación, aprendizaje y experiencia, como instrumentos decisivos para diseñar el futuro.
A su vez, nosotros los adultos tenemos que reflexionar sobre hasta qué punto lo que pasa en las aulas, y las experiencias que hayamos sido capaces de ofrecerles, buenas y malas, son la clave que decide cómo será nuestro futuro, el de todos, el que empieza al día siguiente.
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