Por Ricardo Roccaro y Francisco Javier Funes
Por Ricardo Roccaro y Francisco Javier Funes
La economía, aunque tiene un importante componente matemático, es una ciencia social, pues en ella impactan las decisiones humanas en sus interacciones con el contexto. Observar a la economía solamente desde lo numérico, en principio es una mirada incompleta, pues los agentes económicos actúan también en función de las expectativas y creencias que surgen de un contexto, que además es dinámico e indeterminado.
Si detenemos nuestra observación en Argentina, para no llegar a un momento demasiado lejano, y tomamos como punto de partida el retorno a la democracia, nuestra sociedad y economía se han caracterizado por ser altamente pendular. Tal comportamiento ha impedido fortalecer políticas de Estado para el mediano o largo plazo, pues siempre ha tenido prevalencia lo coyuntural y siempre se fueron resolviendo las situaciones de acuerdo al perfil del presidente de turno.
Como lo expresado en el primer párrafo, las decisiones humanas, operan o impactan y se interrelacionan con el contexto, recibiendo y enviando señales al mercado de manera permanente. Para adentrarnos en dichas decisiones, necesitamos citar un órgano que tenemos en el cerebro, que puede tener una incidencia importante en lo que respecta a nuestras decisiones. Dicho órgano es la amígdala del cerebro, que es una estructura ubicada en el lóbulo temporal del cerebro, y una de sus principales funciones es el procesamiento de emociones, de manera especial, el miedo, la ira y la ansiedad.
Quienes probablemente puedan influir en lograr ese procesamiento en las personas, son los medios de comunicación, y en este tiempo, también, fuertemente las redes sociales, que de una forma u otra van generando agenda en la sociedad, e impactan en las personas. Si nos remontamos a un pasado, la fuerza que tuvo el concepto "miente, miente, que algo quedará", es el insumo base para este tipo de análisis.
Una vez que la agenda toma un determinado tema, en cada persona, pueden darse dos escenarios: "estoy de acuerdo con lo que plantea la agenda" o "no lo estoy". Suponiendo que impacta más en la sociedad la primera de las alternativas, a los que se oponían a dicha agenda, pueden reaccionar de dos maneras: o siguen sosteniendo sus criterios contra la mayoría con fuerza o ingresan a un mecanismo que se denomina "el espiral del silencio".
El espiral del silencio es una teoría desarrollada por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, que determina que los humanos (en general) tenemos miedo al aislamiento social, y por lo tanto evitamos dar nuestras opiniones cuando están en contra de las mayorías. A medida que los medios de comunicación y las redes sociales transmiten y amplían la opinión sobre un tema, estos la hacen percibir cada vez más como mayoritaria, provocando que quienes no adhieren a la opinión que hacen aparecer como global, tiendan abstenerse a dar su opinión en público, pues la mayoría trata de adaptar sus pensamientos a lo que la mayoría considera "políticamente correcto" o "es lo que piensa la gente".
¿Se puede romper en algún momento "el espiral del silencio? La respuesta es sí, siempre y cuando quienes sigan sosteniendo su criterio minoritario se arriesguen a sostener y debatir sus ideas en público -aunque esto último pueda generar el lógico rechazo- uniéndose y luchando hasta lograr el fracaso de las ideas que han sido mayoritarias. Pero, de más está decir, el proceso no resulta fácil.
Cuando la opinión que prevalece sobre ciertos temas, que en un momento determinado puede considerarse opinión dominante, muestra grietas, y muchos que apoyaban esa postura comienzan a darse cuenta que era errónea, puede producirse otro fenómeno que frena su cambio de opinión: muchas personas tienden a no admitir una equivocación. Entonces nos queda la siguiente pregunta: ¿Por qué tendemos a no admitir una equivocación?
Aquí podemos definir las razones más comunes:
Si repasamos la historia de nuestro país, podríamos observar que este proceso se ha repetido en nuestra comunidad. Y de algún modo explica el nivel de pendularidad que tiene la sociedad argentina en particular, y el mundo occidental en general, que nos ubica en períodos relativamente pequeños de tiempo en extremos diametralmente opuestos.
En estos últimos años, quizás los insumos de este proceso se han visto impulsados por la juventud. Ojalá que los ángulos que genera el movimiento pendular sean cada vez menores, y de esa forma nos permita que tengamos más políticas sustanciales de Estado y menos políticas eventuales de gobierno.
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