Por Susana Merke (*)


Por Susana Merke (*)
"Para leer sentimientos humanos en lenguaje humano hay que ser capaz de leer humanamente, con toda el alma"
Harold Bloom
Tomar entre nuestras manos la primera novela histórica de José Ignacio Serralunga, "La ciudad enterrada" (Ediciones Flor de Loto, 2025), nos obliga a leerla "humanamente", para caminar un escenario misterioso con un exquisito lenguaje entre la serenidad y las tormentas de los orígenes de nuestra Cayastá. Con una mirada contemporánea nos invita y atrapa para ingresar al siglo XVI y conocer el lugar de los que no tuvieron la oportunidad de narrar la verdad de los hechos.
Él se atreve a través de una profunda investigación de aquellos tiempos, donde todo quedó sepultado, guardado en la oscuridad del tiempo de los tiempos, y no duda en ingresar al mundo mágico de leyendas y mitos que reavivan las aguas del Padre Paraná y su costa litoraleña. Los personajes peregrinan por tierras arenosas, islas, costas embravecidas, cuando la naturaleza como protagonista cobra venganza frente al hombre que no respeta los códigos del lugar.
La convivencia pacífica se torna agresiva y el blanco soberbio cree que con la cruz y la espada la puede doblegar. Profecías, sueños y premoniciones constituyen el eje de la novela en Santa Fe la Vieja, "la de Garay", la de los nativos, la de los atrevidos a usurpar tierras, aguas, soles y vegetación a los originarios. Las visiones enlazadas con una narrativa humanamente poética que juega con palabras transformadas en colores, aromas y angustia, preanuncia el cumplimiento de lo largamente anunciado, y que nadie intenta repetir en voz alta.
No se debe convocar lo oculto, lo silenciado por siglos, aunque el temor es una constante y son las mujeres protagonistas las que guardan los secretos. Las miradas, los silencios, los sueños que se repiten y acosan cobran vida a medida que la acción avanza. El lector, atrapado por el texto, necesita respuestas, progresa en la lectura navegando entre imágenes que desbordan las páginas que transita. Historia y literatura se unen, se enfrentan, se disputan la verdad de los hechos ocurridos en ese paraíso terrenal que nos brinda el litoral santafesino.
Recuperando una historia real, olvidada o desconocida, el autor nos abre la puerta para integrar ese mundo asombroso e íntimo del sitio de Cayastá con la presencia de los condes de Tessieres-Boisbertrand. Hombres de valor que llegan con arrojo y decisión a hacer grande a esta América y a nuestra Santa Fe. La geografía como protagonista recorre cuatro siglos con sus vaivenes, luces y sombras, que nos envuelven para peregrinar una realidad fuerte y contundente donde la poesía se apodera del relato.
Como leitmotiv se reitera la expresión "la muerte era un olor a barro podrido y a jazmines" generando una musicalidad constante que resuena en los oídos del lector para despertar en el final, cuando el narrador reconoce que ahora "la muerte solo olía a jazmines". Gracias José Ignacio por traernos al presente un tiempo lejano que debemos visibilizar para que recobre vida.
(*) Profesora en Letras UNL.
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