En el siglo XXI, donde el acceso al conocimiento y las herramientas para transformar la realidad nunca han sido tan amplias, la educación sigue siendo la clave para abordar los desafíos que enfrenta nuestra sociedad.
En el siglo XXI, donde el acceso al conocimiento y las herramientas para transformar la realidad nunca han sido tan amplias, la educación sigue siendo la clave para abordar los desafíos que enfrenta nuestra sociedad.
Ya no basta con formar individuos capaces de asumir un oficio o una profesión; el verdadero objetivo de la educación debe ser empoderar a las personas para que sean agentes activos de su comunidad, críticos con el entorno que los rodea y comprometidos con la construcción de una sociedad más justa y equitativa.
Esto aplica de manera especial a la educación universitaria, en donde se forman los profesionales del futuro, pero también se modelan los ciudadanos del mañana.
En este contexto, surge una reflexión fundamental: ¿por qué es tan crucial educarnos los docentes, y educar a los estudiantes? Estos dos aspectos, aunque a menudo vistos como procesos separados, están profundamente entrelazados en el proceso educativo.
Educarse, implica que los docentes estén continuamente formándose, aprendiendo, adaptándose a las nuevas necesidades pedagógicas y respondiendo a los desafíos de la sociedad actual.
No se trata solo de transmitir un conjunto de conocimientos o habilidades técnicas, sino de formar personas comprometidas con su labor, éticas en su práctica y abiertas al constante cuestionamiento. Educar a los estudiantes, por su parte, requiere de un entorno donde se fomente la curiosidad intelectual, la capacidad de cuestionar lo establecido y la voluntad de generar conocimiento.
Las universidades públicas, en particular, desempeñan un papel esencial en este proceso. Son el espacio por excelencia donde se encuentran los futuros profesionales con las herramientas necesarias para afrontar los retos sociales y económicos del presente y el futuro.
Pero las universidades, en su forma ideal, no solo son lugares de transmisión de conocimiento, sino también de creación de pensamiento crítico, de debate y de reflexión.
Sin embargo, el valor y la importancia de estas instituciones a veces se subestiman, especialmente en contextos donde las políticas gubernamentales no priorizan la educación pública. En un momento donde muchas veces se pone en duda el valor de las universidades públicas, es necesario reivindicar su rol, no sólo como centros de formación técnica, sino como núcleos de desarrollo social y político.
La reflexión de este ensayo busca analizar esta dicotomía entre educarnos y educarlos: de cómo, a través de una preparación continua y una disposición crítica, tanto docentes como estudiantes deben comprometerse en un proceso de aprendizaje que no sea tanto técnico como transformador.
Esta reflexión tiene una base fundamental en la pedagogía crítica de pensadores como Paulo Freire y Henry Giroux, quienes subrayan la importancia de una educación que no solo prepare a los individuos para el mercado laboral, sino que los forme como ciudadanos conscientes y comprometidos con la justicia social.
Al final, el propósito de la educación no es solo adquirir conocimiento, sino también tener la capacidad de poner ese conocimiento al servicio de los demás, para mejorar la sociedad en su conjunto.
Paulo Freire, en su obra más influyente “Pedagogía del oprimido”, plantea que la educación debe ser entendida como un proceso de liberación. Para Freire, los docentes no son meros transmisores de conocimiento, sino facilitadores del proceso de aprendizaje, guías que ayudan a los estudiantes a reflexionar sobre su realidad y a transformarla.
En este enfoque, la educación no es un acto unidireccional de depósito de información, sino un diálogo entre el educador y el educando, donde ambos participan activamente en el proceso. El docente, para Freire, debe ser consciente de su rol social y político, y debe propiciar en los estudiantes una conciencia crítica de su entorno.
Esta visión de la educación pone énfasis en que el docente también debe educarse constantemente: actualizar su conocimiento, reflexionar sobre sus prácticas pedagógicas y, sobre todo, aprender de sus estudiantes, quienes también tienen experiencias y perspectivas valiosas que enriquecerán el proceso educativo.
Freire sostiene que solo cuando los estudiantes son empoderados para cuestionar y analizar su mundo podrán tomar un rol activo en su transformación. En este sentido, la educación es un acto que permite a los individuos cuestionar las estructuras de poder y buscar alternativas que promuevan la justicia social.
Este tipo de educación exige que los docentes no solo tengan la capacidad de enseñar contenidos académicos, sino que también posean una profunda ética profesional, una vocación de servicio y un compromiso con el bienestar social.
En resumen, los docentes no solo deben estar preparados para enseñar; deben estar comprometidos con la formación integral de sus estudiantes como ciudadanos críticos y activos.
Henry Giroux amplió las ideas de Freire al situar la educación en un contexto más contemporáneo, marcando una clara crítica a las políticas neoliberales que buscan reducir la educación a un bien de consumo y a una mera preparación para el mercado laboral.
Según Giroux, la educación debe ser vista como un acto político, una forma de resistencia contra las estructuras de poder que buscan mantener el statu quo.
Los docentes, bajo esta óptica, deben estar comprometidos no solo con la transmisión de conocimiento, sino también con la formación de estudiantes capaces de cuestionar las narrativas dominantes y de luchar por una sociedad más democrática e inclusiva.
Giroux señala que los estudiantes deben ser tratados como sujetos activos en su proceso de aprendizaje, no como receptores pasivos de información. La educación debe fomentar en los estudiantes la capacidad crítica, la creatividad y el sentido de responsabilidad social.
Solo así podrán convertirse en individuos capaces de transformar su entorno, de participar activamente en la vida democrática y de contribuir al bienestar común.
La educación, entonces, se convierte en un proceso de empoderamiento: capacitar a los estudiantes para que sean capaces de identificar y cuestionar las injusticias sociales, económicas y políticas, y para que actúen en consecuencia.
Para Giroux, la universidad debe ser un espacio donde se fomente la reflexión crítica y el pensamiento independiente. En lugar de ser un lugar donde se condiciona a los estudiantes a adaptarse al sistema, la universidad debe ser un espacio de libertad intelectual, donde se cuestionen las estructuras de poder y se busquen soluciones para una sociedad más justa.
La educación, en este contexto, es tanto una herramienta de liberación como un medio para la transformación social.
La reflexión sobre la importancia de educarnos y educarlos implica un reconocimiento de la educación como un proceso dinámico y continuo, donde tanto docentes como estudiantes deben estar comprometidos en la construcción de un conocimiento crítico y transformador.
La universidad pública, como espacio de reflexión y creación de pensamiento, juega un papel esencial en este proceso, proporcionando a la sociedad los profesionales que no solo poseen los conocimientos técnicos necesarios, sino que también están formados para ser agentes de cambio social.
Al final, la educación debe ser vista no solo como un medio para acceder a una profesión, sino como un proceso de formación integral, que permita a los individuos cuestionar, reflexionar y transformar la realidad que los rodea.
En este sentido, la labor de educar no debe limitarse a transmitir saberes, sino a formar personas con una ética sólida, con compromiso social y con la capacidad de generar ideas que mejoren la vida de todos.
Como dijo el filósofo y pedagogo John Dewey: "Si estamos dispuestos a enseñar a los estudiantes de hoy lo que nos enseñaron ayer, les estamos robando su futuro".
Es así como el desafío radica en educarnos constantemente, tanto docentes como estudiantes, para poder educar a las futuras generaciones con un pensamiento crítico, abierto y transformador. Solo así podremos construir una sociedad más justa, inclusiva y democrática, donde la educación sea la clave para un futuro mejor.
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