

Para un país normal, para una sociedad con ciudadanos con sentido común, para una nación con principios jurídicos razonables, Cristina Kirchner debería estar presa desde el momento mismo en que fue condenada en segunda instancia. Y para el caso me importa poco si la prisión es domiciliaria, con tobillera o en alguna cárcel de presos comunes. Pero pareciera que Argentina no es un país normal o, según se mire, es normal si por "normal" se entiende un país en el que los poderosos (Cristina es una de las personas más poderosas del país) disfrutan de privilegios que no alcanzan al común de los mortales. La candidatura de Cristina confirma las peores hipótesis acerca de nuestra anomia jurídica. La Señora será candidata a diputada provincial aspirando a contar con la adhesión de los caciques peronistas del Conurbano y cientos de miles de votantes, para quienes vivir en las miserables y humillantes condiciones que les ha asignado el peronismo les parece el mejor de los destinos posibles porque, como dijera el memorable personaje de una novela, se acostumbraron a vivir acompañados del silbido del látigo atenuado, muy de vez en cuando, por las breves y resignadas satisfacciones que prodiga el "pan y circo". Los peronistas aseguran que las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner fueron nuestros años felices. La felicidad de ellos sí, seguramente, aunque vaya uno a saber qué atributos le otorgan los peronistas a la palabra "felicidad". Lo que yo recuerdo, en homenaje a esas gallardas imágenes, es a un caballero que en la ciudad de Chicago decía que cuando él era amo y señor de la ciudad los niños y los pobres eran felices. Este señor terminó preso por no pagar impuestos y lo conocían por un apodo que aludía a un tajo en la cara que alguna vez se había ganado en una riña callejera.
No sé si Cristina pretende con su candidatura mejorar las posiciones políticas del peronismo, que no está atravesando por su mejor momento histórico, o, sencillamente, lo que hace es luchar por su libertad. Es probable que sus preferencias estén repartidas, pero en cualquiera de los casos lo seguro es que Cristina, como el personaje del Don Pirulero, siempre se preocupó por atender su juego. Si la Corte Suprema de Justicia pronunciara su dictamen ratificando la doble condena a la Señora, inmediatamente la palabra "proscripción" rasgaría el aire del cielo y renacería de las cenizas la mitología de 1955, con su correspondiente llamado a la resistencia. ¿Cristina proscripta? Tal vez. Proscripta, como están proscriptos Carlos Robledo Puch, el "Gordo" Luis Valor, Esteban "Chuchino" Alvarado, Los Monos Cantero y todos los delincuentes condenados por la justicia por sus crímenes y fechorías. Otra proscripción no habría. No hay clima ni espacio político para proscripciones políticas en Argentina. Sin ir más lejos, el peronismo porteño llevó como candidato a legislador a un muchacho que se jactaba de haber asaltado tres bancos y calificaba su proeza como un acto justiciero destinado a sacarle plata a los ricos (faltaron las líneas del poema de Bertold Brecht para completar la puesta en escena), pero a nadie se le ocurrió proscribirlo porque la condena estaba cumplida. Considero innecesario aclarar que en septiembre del año 1955 hubo un golpe de Estado y emergió un gobierno de facto que se autodenominó "Revolución Libertadora", el que entre otras lindezas masacró a trabajadores en los basurales de León Suárez y aplicó una ley marcial trucha para fusilar a militares que intentaron alzarse en armas contra el régimen imperante. Nada de eso ocurre hoy. No hay persecuciones, ni proscripciones, ni decreto 4161 (prohibición de elementos de afirmación ideológica o de propaganda peronista), ni robo de cadáveres. Mal que bien, existe un Estado de derecho y Cristina fue condenada respetando todos los procedimientos legales; procedimientos de los que sus abogados, siguiendo la línea de conducta que aplicaron con ese otro ladrón y corrupto que fue Carlos Saúl Menem, recurrieron a todo el repertorio leguleyo, chicanero y tramposo para extender el juicio y la aplicación de la condena hasta el fin de los tiempos. Con Menem les fue bien y los kirchneristas esperan merecer la misma suerte con Cristina. Como telón de fondo, y para mantenernos en clima, los acordes de "Siga, siga el baile", con voz de Alberto Castillo.
Creo que fue Menem el que alguna vez dijo, cuando le propusieron un cargo político menor, que el que fue papa no puede después ser párroco. Cristina en estos temas se diferencia del caudillo riojano que alguna vez calificaron sus adversarios como "La Comadreja de Anillaco", tal vez para contrastarlo con "El Tigre de los Llanos", el apodo que intentó ganar en los inicios de su carrera política nacional. Perdón por la digresión, pero si no me falla la memoria el autor de ese apodo fue Pino Solanas, también peronista, conocido en sus inicios por dirigir una suerte de jingle populista conocido como "La hora de los hornos", un documental (o lo que sea), que entre otros hallazgos históricos denunciaba con imágenes dignas de "Jabón Palmolive" o "Tome Coca Cola bien helada", que la ciudad de Buenos Aires era la responsable de nuestras desgracias como nación. Una afirmación, esta última, a la que adherían jubilosos los militantes de la causa nacional y popular, sin prestar atención, por ejemplo, que el propio Solanas, entre otros, solo en la ciudad de Buenos Aires ("la ciudad en la que hay que desconfiar hasta de sus estatuas"), obtenía los votos que le permitieron ser diputado, senador y otros honras. ¿Pino Solanas era lo mismo que Menem y Cristina? Creería que no. Por lo menos no fue ladrón y creía en lo que pensaba, pero si algún reproche tengo para hacerle este no pertenece al orden político sino al cinéfilo: filmando, Pino provocó muchos más daños y perjuicios al arte del cine que profiriendo sus conocidas bravatas populistas. Amigo de las paradojas fue fiel a ellas hasta el final, porque convengamos que para un líder con pretensiones populistas de tierra adentro nacer en Olivos y morir en París, cuna maldita del colonialismo eurocéntrico, es en el más liviano de los casos una broma de mal gusto, o tal vez una lección de ironía de los dioses.
Hoy Cristina no puede darse los lujos que se dio Menem. Sabe que si no se presenta como candidata va en cana con o sin tobillera electrónica. Y va en cana sin atenuantes porque, salvo una minoría de fanáticos y cómplices, hasta los propios peronistas saben que durante las gestiones de ella y su marido se robó, y para ello se organizó un sistema de saqueo de recursos que dio lugar a que al régimen se lo calificara de cleptocracia. "Robamos, muchachos, robamos y perdónenme que lo diga así, robamos y no hay que robar en la política", dijo en 2020 una conocida ministra peronista con residencia en Rosario; acto seguido la volaron del cargo. Ahora Cristina se propone ser coherente con su trayectoria y después de sus residencias en El Calafate y en la Recoleta porteña se presenta de candidata a diputada provincial en los barrios donde se conjugan todas las calamidades, miserias, ruindades y tragedias que adornan la vida nacional. Hampa, narcotráfico, pirateria del asfalto, trata de blancas, explotación de mano de obra semiesclava. En fin, los compañeros no se privan de nada. Punteros apretadores, jueces corruptos, comisarios mafiosos y todas las variedades canallas del lumpenaje hallan en ese territorio el barro, el estiércol y los excrementos que los alimentan. ¿Importa recordar que en esa tierra desolada, en donde hasta Dios y el Diablo están ausentes, o prefieren mirar para otro lado, el peronismo gobierna desde hace varias décadas? Cristina podrá tener muchos defectos, pero hay que reconocerle perspicacia y olfato para elegir el territorio donde sus virtudes serán reconocidas, soportadas y festejadas. No sería de extrañarse que el comando electoral de la Señora esté integrado por militantes aguerridos al estilo Fernando Espinoza, Mayra Mendoza, Martín Insaurralde, Jorge Ferraresi y, por qué no, Julio "Chocolate" Rigau.
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