Por Miguel Ángel Reguera


Por Miguel Ángel Reguera
La cultura de la llanura tiene su propia biblioteca. En ella anidan refranes, leyendas, payadores, huellas, paisajes, zambas, retratos, milongas, las típicas plazas de pueblo, con sus iglesias, edificios municipales y el prócer de turno en el centro, oteando la planicie. Pero además, la Pampa da nombre al viento del sudoeste, que bien seco, o con lluvias, llega y limpia el horizonte con su helada presencia. Es allí cuando la sensibilidad del hombre de la llanura, frente a los ciclones de turno que mojan sus recuerdos mezclados con lágrimas, registra su sentir en un papel ajado y escribe cosas como esta:
Pampero viajante eterno
Alivia mi sentimiento
Haz olvidar con tu aliento
Los pesares de este infierno
Que las alas de tu invierno
Recubran mi corazón
Y destierren la emoción
Que pesa en este momento
Y que el polvo ceniciento
ciegue mi desolación
***
Pampero pesan mis ojos
Por esperarte despierto
Amanece y el desierto
Pinta horizontes de rojo
Tú que abres los cerrojos
Ven y rompe mis cadenas
Y llévate con las penas
La memoria de una flor
Que pudo ser el amor
Y al final fue mi condena
***
Pampero, fresco y sentido
Escucha mi confesión
Pues supe amar sin razón
Y con razón he perdido
El corazón que he querido
Se marchó tempranamente
Y dar pelea a la muerte
Es una justa fulera
Cuando la taba es culera
No hay quien pueda con la suerte
***
En tus brazos fiel pampero
Se anidaran con mi canto
La tristeza de mi llanto
Y este milonguear campero
Te llevarás en tu alero
El bronce de mi memoria
Y podré sentir la gloria
De una añorada esperanza
Que si la vida me alcanza
He de vivir otra historia.
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