Dificultades que se presentan al recordar (Parte II: en los discursos de la memoria, la justicia y la historia)
"La nobleza del tiempo" (1977-1982), escultura de Salvador Dalí (en Andorra la Vella), inspirada en su célebre obra "La persistencia de la memoria" (1931).
Al estar dispuesto a rememorar, tanto un testigo como una víctima cuentan -en primera persona- lo que vieron, escucharon o padecieron. Recuerdan, en el presente, lo acontecido hace años atrás. Desde otro lugar, el historiador o el juez narran -en tercera persona- el fruto de lo investigado, también en la actualidad, sobre lo sucedido pretéritamente. Más allá de las diferencias o posible equiparación entre la labor del juez y el historiador (abordadas hace tiempo por el jurista Piero Calamandrei o, más recientemente, por el historiador Carlo Ginzburg), lo esencial es que en ambos hay una construcción crítica y metodológica que los distingue de la conformación que se efectúa en una "memoria sectorial" o "discursos de la memoria", sustentada esencialmente en el relato de las víctimas de hechos trágicos.
"La nobleza del tiempo" (1977-1982), escultura de Salvador Dalí (en Andorra la Vella), inspirada en su célebre obra "La persistencia de la memoria" (1931).
La memoria de un testigo o de una víctima, hace lo que puede con lo que tiene, a diferencia del juez y el historiador que deben alcanzar un nivel crítico, un entendimiento, sin el cual su labor carece de legitimidad. En este sentido, Beatriz Sarlo, en un estudio sobre el uso del pasado, resaltó la convicción que tuvo la escritora Susan Sontag de que "es más importante entender que recordar, aunque para entender sea preciso, también, recordar" (en "Tiempo pasado", 2005). En los primeros versos de "El gaucho Martín Fierro" (1872), José Hernández para contar su historia supo lo que necesitaba: "Pido a los santos del cielo/ que ayuden mi pensamiento:/ les pido en este momento/ que voy a cantar mi historia/ me refresquen la memoria/ y aclaren mi entendimiento".
Si en el contexto de una amistad la credulidad es habitual, tampoco se aleja mucho de esa predisposición la recepción del testimonio de las víctimas en el ámbito público (sea judicial, académico o en discursos de la memoria). Es que estos testimonios generan, por razones afectivas y morales, que se evite su interpretación crítica. Cuando el dolor y el sufrimiento traumático arriban a los oídos, luego se asientan en el espíritu con todo su legítimo peso moral para ocupar un lugar especial. Quien sufrió recibe la complicidad y anuencia por lo expresado, mereciendo compasión. Tal como escribió Mario Benedetti: "Todos necesitamos alguna vez un cómplice/ alguien que nos ayude a usar el corazón/ que nos espere ufano en los viejos desvanes/ que desnude el pasado y desarme el dolor".
Esta credulidad, auténtica y moralmente aceptable dadas las circunstancias vividas, debe tener su límite cuando el testimonio arriba al escritorio de un historiador o a los estrados de la justicia. En lugar de una solidaridad incondicional con ese relato doloroso, en el caso de la justicia, debe encontrarse con una empatía crítica del juez. Una porosidad sentimental e irreflexiva, por el contrario, desvestiría a ese magistrado hasta ubicarlo en la informalidad de una charla con un amigo, en la que tampoco tiene lugar el historiador.
En este tema sensible, Beatriz Sarlo fue clara y contundente. En principio, destacó el lugar relevante que pueden tener los "discursos de la memoria", que son tanto un impulso moral de la historia como una de sus fuentes, pero advirtió que esos "dos rasgos no soportan el reclamo de una verdad más indiscutible que las verdades que es posible construir con y desde otros discursos". Descartó, entonces, que se deba "fundar una epistemología ingenua" sobre la memoria. Y con firmeza Sarlo sostuvo, luego, que "no hay equivalencia entre el derecho a recordar y la afirmación de una verdad del recuerdo; tampoco el deber de memoria obliga a aceptar esa equivalencia".
La necesidad de un andamiaje crítico, además, se justifica ni bien advertimos lo que implica la "anacronía" al abordar el pasado. El anacronismo -escribió Renán Silva Olarte- es esa "forma de pasar por encima de las dimensiones de tiempo, espacio y lenguajes específicos, que son constitutivas de una sociedad". Se busca introducir en el análisis -expresó el historiador- "objetos, procesos, actitudes y formas de percepción y representación que la historicidad misma de esa sociedad particular de la que se trata no autoriza". Resultan inviables por estar fuera del marco de sus posibilidades históricas o, agregó Silva Olarte, porque se ubican en un horizonte de expectativas superado (en "Del anacronismo…", 2009). Para Lucien Febvre, consciente de ello, era el "pecado de los pecados" del historiador.
Una lección para los historiadores, advirtió Sarlo invocando a Walter Benjamin, podría ser "mirar el pasado con los ojos de quienes lo vivieron, para poder captar allí el sufrimiento y las ruinas". Sería una mirada libre y, obviamente, de imposible anacronía. Tal como la que hallamos en los "diarios íntimos", que nos vienen escritos desde el pasado. Esos diarios son una viva voz que permiten hacer patente las dificultades que importa tanto recordar como investigar lo pretérito.
En un diario personal o íntimo, explicó el escritor Antonio Muñoz Molina, las palabras "nos llegan desde el más inaccesible de todos los lugares, el presente de otro tiempo que no hemos vivido; el presente puro y verdadero", a diferencia de un libro de memorias o de historia. En estos últimos, expresó el novelista, los acontecimientos quedan ordenados conforme la relevancia que resultaron tener tiempo después. En cambio, el "pasado puro" de un día en un diario íntimo, es una textura inaprensible y nunca sentida por el tacto actual, porque no ignora los días subsiguientes que influyen en la interpretación de aquel otro.
Es lo que hace el autor que escribe sus memorias, "construye la novela de su vida" y, al hacerlo, señaló Muñoz Molina, le da "a los hechos de otro tiempo significados que sólo iban a adquirir en razón de lo que sucedería después, es decir, de lo que entonces no existía". No se ve aquel presente tal cual lo muestra un diario personal, sino como "el pasado en el que iba a convertirse" (en "El pasado en presente", 2009).
Estas diferencias nos hacen tomar consciencia de la fragilidad que importa aprehender lo pretérito. La tentación de anacronismo está siempre al acecho. La anacronía suele ser una lente que utiliza adrede quien recuerda, investiga o juzga, para ver en el pasado lo que ideológicamente desea mostrar en el presente. Lo destacó el historiador Eric Hobsbawm, al sostener que "el mal uso que la ideología suele hacer del pasado se basa más en el anacronismo que en la mentira".
La anacronía se acentúa en el testimonio. Beatriz Sarlo enseñó sobre su "presencia inevitable" dadas las características que lo componen. Hay en el testimonio, escribió la académica, lo que el sujeto recuerda, olvida, calla, modifica, inventa, capta a través de sus instrumentos culturales, enfatiza según sus ideas actuales y en función de una acción política o moral del presente, conoce por experiencia o a través de los medios, confunde y mucho más.
Pero si bien el anacronismo resulta inevitable, para la ensayista, "ello no obliga a aceptar lo inevitable como inexistente", es decir, olvidarlo porque no se lo puede eliminar. Al contrario, Sarlo entendió que "hay que recordar la cualidad anacrónica porque es imposible eliminarla". Esta inevitabilidad, entonces, no debe importar una resignación que conlleve asignarle sin más una aceptación de verdad en lo que se narra. En definitiva, el testimonio debe ser sometido a interpretación, crítica y valoración.
En las "memorias sectoriales" esto último fue dejado de lado. Incluso el creador de la obra colectiva "Los lugares de la memoria", el francés Pierre Nora, que supo ser un historiador de la memoria, posteriormente denunció sus abusos. Explicó Nora que ellas tienen un registro radicalmente diferente a la historia, pues son emotivas, abiertas a transformaciones, vulnerables a toda manipulación y, agregó, únicamente aceptan las informaciones que les convienen. Concluyó, entonces, que no solo debemos evitar confundir la memoria con la historia sino, también, que esta última "reúne" y, en cambio, la memoria "divide" (entrevista en "La Nación", 2006).
Ante tantas complicaciones suscitadas por acudir al pasado, emergen con justificación las palabras del poeta Roberto Juarroz: "¿Cómo pisar en el tiempo/ y caminar por él/ como sobre una playa/ cuyo mar se ha secado?/ ¿Cómo saltar en el tiempo/ y hacer pie en el vacío/ y su excavada ausencia?/ ¿Cómo retroceder en el tiempo/ y empalmar el pasado/ con todo lo que huye?".
Sin lugar a dudas, resulta difícil pero imprescindible recurrir al pasado. Lo primordial, quizás sea, que cualquiera fuese el lugar desde donde se lo aborde, haya consciencia de sus dificultades y responsabilidad por cada una de las palabras que lo evoquen, con la intención sincera de alcanzar la mayor veracidad posible. Solo de esa manera será factible tener un presente y esperar un futuro colmados de sentido y justicia.
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