Los años electorales representan una oportunidad a la hora de analizar las chifladuras normalizadas, aquellas que discurren camufladas en las interacciones sociales.

Las elecciones desnudan la patologización del adversario como estrategia política, una táctica que ignora la historia y repite errores del pasado.

Los años electorales representan una oportunidad a la hora de analizar las chifladuras normalizadas, aquellas que discurren camufladas en las interacciones sociales.
No solo porque en los procesos eleccionarios se disputan espacios de poder y los ánimos se crispan más de la cuenta, sino porque las ideas, en su afán de imponerse en la opinión pública, pierden el freno inhibitorio que las contenía según un pacto de convivencia implícito en las condiciones de existencia de toda cultura.
En dicho contexto, ya en el fragor de las batallas discursivas, una candidata a diputada afirma que la opción de votar por el partido político contrario es igual a una “enfermedad mental”. De la misma manera, aunque en la vereda de enfrente, una exmandataria declara que el actual presidente abandonará la Casa Rosada con un “chaleco de fuerza”.
En pocas palabras, el loco es el que piensa diferente a uno mismo. Como siempre, ante tales afirmaciones -más una expresión de deseo mezquino antes que una opinión fundada en criterios clínicos de salud mental-, hay quienes hacen oídos sordos y quienes se indignan en idéntica proporción. Entre los segundos, surge una preocupación, sobre todo cuando se cuenta con una perspectiva histórica.
En efecto, no sería la primera vez que una idea recorre el camino que va desde la tontería entusiasta hasta la tragedia colectiva. Quienes creen en el progreso de la cultura se desentienden del asunto, “ya hemos tomado nota de los errores y excesos del pasado”, se dicen a sí mismos con aires de asunto superado. Sin embargo, no todos son tan optimistas.
Cuando un filósofo alemán reflexionaba sobre los eventos que se repiten cíclicamente en la diacronía del tiempo, forjó entonces el concepto de “eterno retorno”. Al mismo tiempo, un psicoanalista francés solía repetir que no hay progreso, que se da vueltas en círculo.
La sabiduría popular supo verbalizar este dinamismo en el dicho: “El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”. Entonces, se trata de precisar cuál es la piedra en este caso.
En julio de 1936 comenzó la guerra civil española, proceso que culminó dos años después con la instauración de la dictadura franquista hasta 1975. Si a la historia la escriben los que ganan, ello implica la ruptura del juego de oposiciones necesarias en todo debate, y en adelante las ideas extremistas se legitiman por sí solas.
Aquí entra en escena el doctor Antonio Vallejo-Nájera, quien fundó en 1938 el Gabinete de Investigaciones Psicológicas. Siempre empujado por la firme búsqueda del bien común, su misión higienista se redujo al esfuerzo de demostrar el carácter psicopatológico de la llamada “ideología marxista”.
Como suele suceder en el mundo humano, primero uno se convence de algo, y luego se busca todo aquello que funcione como correlato confirmatorio de nuestra certidumbre inicial. Así, la satisfacción de patologizar lo que odiamos termina por engañarnos, en una suerte de autocomplacencia.
En su obra titulada “Biopsiquismo del fanatismo marxista” (1938), Vallejo-Nájera propone una nosografía bastante curiosa, es decir, una clasificación de los trastornos mentales de la época. Allí se lee:
“Ahora y siempre estará formado el populacho de las grandes urbes por toda suerte de degenerados, anormales, criminales natos, irritables, explosivos, epilépticos, paranoides, homosexuales, impulsivos, alcohólicos, toxicómanos, idiotas morales, etc., por la totalidad de la fauna psicopática antisocial. A los criminoides degenerados indígenas se han sumado en nuestra guerra los marxistas internacionales para ofrecer al mundo un ejemplo de bestial criminalidad”.
El párrafo en cuestión merece algunas consideraciones. En primer lugar, es notable el carácter heterogéneo de la clasificación de los trastornos mentales. En esencia, incluir allí a los “criminales natos”, la homosexualidad misma y los “marxistas internacionales”, da cuenta de un conjunto de prejuicios morales e ideológicos disfrazados oportunamente de investigación clínica y ciencia médica.
A fin de cuentas, el denominador común que sostiene el conjunto es la construcción del “psicópata antisocial” y sus encarnaciones arbitrarias. Michel Foucault entendía que los discursos son saberes que legitiman prácticas. En este caso se trata del discurso de la psiquiatría clásica y su justificación de la práctica del encierro manicomial.
Son movimientos discursivos antes que clínicos, donde la “evidencia médica” se falsea en nombre del objetivo propuesto, a saber, depurar el conjunto social de la “fauna psicopática antisocial”. En segundo lugar, la patologización del adversario político es un exceso inherente a la condición humana en sí, para nada específico de una corriente política en particular.
Si aquí transcribimos un ejemplo de la derecha fascista, también podría traerse a consideración el movimiento de la psiquiatría represiva en la antigua Unión Soviética, donde el diagnóstico de “Esquizofrenia lentamente progresiva” justificó la persecución e internación de opositores políticos. No es un problema de ideologías, sino de las tendencias agresivas que habitan en el ser hablante como tal.
Ya en su correlato jurídico, la ley vigente de salud mental Nº 26657 especifica en su artículo tercero: “En ningún caso puede hacerse diagnóstico en el campo de la salud mental sobre la base exclusiva de: a) Status político, socio-económico, pertenencia a un grupo cultural, racial o religioso; c) Elección o identidad sexual”.
Por definición, el derecho legisla sobre el conflicto. Si aún es necesario prohibir formalmente el uso político e ideológico de los diagnósticos en salud mental, es porque las posiciones canallas no se toman vacaciones. Por supuesto, siempre hubo y habrá en el mundo ideas extremistas, el problema es cuando prosperan ante la indiferencia del conjunto social.
El autor es psicoanalista, docente y escritor.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.