Dicen los que saben que una de las funciones de la literatura es "salvadora". Salva del olvido; salva de cometer lo mismos errores que cometieron otros; salva de la soledad, ayuda a establecer valores sociales y aún hay más. Pero para que ella cumpla con su destino salvífico, debemos aproximarnos a ella: ¡Frecuentarla! Y esto viene a cuento pensando en nuestros gobernantes, más ocupados en pelearse entre ellos que en pensar lo que les hace falta a los gobernados.
Hay dos ejemplos que les darían cátedra para enmendar esos errores. Uno de ellos es un cuento -justamente- que pertenece al espléndido "Libro de la Selva" ("The Jungle Book"), también conocido en español como "El Libro de las Tierras Vírgenes", de Rudyard Kipling, el primer escritor inglés en recibir el Premio Nobel de Literatura. Kipling nació en 1865 en la India, en ese tiempo propiedad del imperio británico. Muchos han criticado su obra como la de "un escritor imperialista", pero eso no es totalmente cierto.
En principio, él no fue culpable de haber llegado al mundo en ese lugar y en ese tiempo, pero un lector atento no tarda en descubrir el amor y el respeto que siente por la India, y la cantidad de veces que critica las formas de ese imperialismo. Además, algo debe significar que por tres veces haya rechazado el título de "Sir" de Caballero de la Orden del Imperio Británico, el Premio Nacional de Poesía Poeta Laureado y la Orden de Mérito del Reino Unido.
Igualmente, a Kipling se lo asocia como escritor de cuentos infantiles, que también lo fue, pero eso es reducir demasiado la admirable pluma de este poeta, novelista y precursor de estilos de cuentos, tantas veces ponderado por Jorge Luis Borges. De todas formas, es cierto, se hizo mucho más conocido gracias al celuloide, que tomó a dos de sus personajes en películas de aventuras: Mowgli (el niño rescatado y protegido por los lobos de Seeonee) y Kim, una novela corta en la que el adolescente casi abandonado, se convierte primero en "chela" (el que cuida y sirve a un lama) y luego en un sagaz espía.
En el "Libro de las Tierras Vírgenes" aparecen personajes que se hicieron famosos porque el escultismo tomó algunos de sus nombres para los Lobatos. Así Akela, es el lobo jefe de la manada; Baloo, el oso, es el maestro; Bagheera, es la astuta pantera, y Mowgli es el nombre del protagonista en torno a quien giran la mayoría de los cuentos de este libro.
Uno de esos cuentos es "El ankus del rey". En ese relato, Mowgli ya es un muchacho que, acompañado por Kaa -la inmensa pitón-, llega hasta un inmenso tesoro oculto custodiado por Capucha Blanca una enorme cobra. Todo reluce para la tentación de cualquier ser humano, pero Mowgli es un salvaje y nada de eso lo deslumbra. Pero ve un instrumento que tiene una enorme piedra roja, tan roja como la sangre, y un mango largo al final del cual hay una punta. Como ese largo mango está cuajado de turquesas, esmeraldas y diamantes es fácil tenerlo firmemente agarrado.
Por curiosidad, Mowgli le pregunta a la cobra: ¿Qué es? Es un ankus (le dice ella), el instrumento con el que los mahouts conducen y guían a los elefantes. Entonces el joven decide llevarlo para mostrárselo a Hathi (el elefante) y a Bagheera. Desoyendo la advertencia de la cobra que le avisa que ese ankus trae la muerte ("¡Cuidado hombrecito, el ankus te matará!"), Mowgli y Kaa se van. Y comienza a cumplirse el vaticinio. El muchacho, subido a un árbol, duerme la siesta con Bagheera y deja caer el ankus. Cuando bajan del árbol, extrañados, ven que el "aguijón" ya no está. Hábiles cazadores ambos, se fijan en las huellas.
- Un hombre que marchaba solo lo tomó y salió corriendo (dijo Bagheera)
Entonces ambos siguieron a "pie solo" para ver si el ankus lo mataba. Y eso ocurre sin más. Un cazador gondo lo ha visto y reconoció el valor de esa joya. Armado con arco y flecha ya había matado al primer hombre cuando Mowgli y la pantera lo alcanzaron. Ven que el asesino sigue con el ankus, pero descubren que al poco rato, es a él al que siguen. Llegan para encontrarse con el cadáver de un aldeano muerto. Y uno tras otro, el vaticinio de la cobra se cumple.
Son seis muertos en un día. Mowgli regresó a la caverna, arrojó el ankus y le recomendó a la cobra que no permitiera que el ankus volviese a salir. ¿Tiene moraleja el cuento? Sí, implícita: a nada bueno se llega con las mutuas peleas, con los arrebatos, sin ver qué puede hacer cada uno para que la riqueza encontrada crezca en beneficio de todos.
El otro ejemplo que podría servirle a nuestros gobernantes es el de la historia de las dos tortugas que van a la guerra. Tiene una construcción semejante al cuento del ankus. Se trata de una leyenda que pertenece a la literatura folclórica de varios de los aborígenes norteamericanos. La versión sioux relata que el jefe de las tortugas, harto de la matanza innecesaria que venían haciendo los humanos (que no cazaban para comer, sino por aburrimiento), organiza a las tortugas como un ejército para marchar y dar un escarmiento a los hombres.
El Jefe Tortuga ordena que la Tortuga Mordedora asuma la jefatura del ala derecha, mientras que la Tortuga de Caja, la de la izquierda. A poco de marchar, ambas comienzan a discutir. La Tortuga de Caja, con orgullo le echa en cara que sobre ella la Tortuga Gran Madre puso el barro que sacó del fondo del mar primordial para que Wakan Tanka, el dios creador, la transformase en tierra firme. Y que las tortugas de caja tienen ese caparazón tan bello por el honor que les cupo en la creación del mundo.
La Tortuga Mordedora no soportó los desdenes de la otra y ambas olvidaron el motivo que las había movilizado, abandonaron su misión, desoyeron la necesidad de trabajar unidas para alcanzar mejoras para su pueblo y terminaron matándose entre ellas. ¿Tiene moraleja esta leyenda? Desde ya que sí. Ojalá lean más literatura los que nos gobiernan para que aprendan que con mutuas peleas todos pierden. Ellos también.
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