Por Ceferino Ballesteros
Por Ceferino Ballesteros
Roberto Favaretto Forner nació el 10 de febrero de 1939 en San Justo, provincia de Santa Fe. Con estas líneas, dedicadas también a su padre, quiero fundamentar el predicamento de quien fuera un verdadero maestro, por sus condiciones profesionales pero también por su legado, es decir la estima o la consideración conseguidas gracias al mérito de su trabajo y sus obras. Es decir, el crédito artístico y la autoridad profesional logrados merced a una reconocida y prolífica trayectoria.
La historia de Roberto está profundamente ligada con el espíritu de sacrificio transmitido por su padre, quien siendo joven fue reclutado por el ejército de su país (Italia) y debió participar en la Primera Guerra Mundial. Estuvo en el frente de batalla por varios años y al retorno es como que en su caramañola la vida le tatuó las secuelas del conflicto en el alma, en forma de profundos y rigurosos silencios. Entre sueños, al parpadear se mezclaban fuegos, gritos y lamentos.
Esa fue la gleba en la que su padre cimentó y forjó su futuro, para recuperar los nutrientes que dan vida. Y lo logró a puro esfuerzo y trabajo, como lo había aprendido desde la época de sus abuelos, quienes perdieron todo en la misma Venecia. Porque aquella maldita guerra se les apropió de la fuerza del sustento, una hilandería, pero también el alma familiar, al llevarle el hijo al frente de combate.
Pero hubo un día que la guerra terminó. Y el padre de Roberto, con el apoyo de su familia, decidió venirse a la Argentina, a sumarse como humilde inmigrante a esa "gran aventura" de "hacer la América", la increíble odisea que del otro lado del océano Atlántico clamaba por más gente y manos laboriosas, para poblar y trabajar una tierra aún desconocida.
Al llegar a Buenos Aires lo subieron a un tren con destino desconocido e incierto. La verdad, los iban "tirando" (o depositando si se quiere) a lo largo del trayecto en distintos lugares. Y el destino para él marcó San Justo, en la provincia de Santa Fe. Así llegó a estos lares, se transformó en peón de campo y ya instalado trajo a su señora. Allí, fruto de tanto amor, nació Roberto.
¡Había que proyectar un futuro, con la esencia de tantos sueños postergados! Y que sea él, el hijo, quién los desarrolle. Entonces desde San Justo decidieron tomar sus petacas y viajaron a la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz, que por aquellos años estaba despertando a la gran urbanidad, instalándose en el floreciente Barrio Piquete, muy cerca de la estación de trenes Las Flores, dónde emergían ya algunas casitas.
Roberto hizo toda la primaria en la Escuela Nº 19 Juan de Garay. De niño comenzó a sociabilizar, a compartir sus inquietudes y experiencias con los demás, pero por sobre todo, a escuchar y comprender las necesidades del otro. Al mismo tiempo, la realidad le presentaba, aunque a lo lejos, los daños y las secuelas de otra guerra, como las que guardaba en la memoria su padre. Y justamente, fue este quien al terminar su ciclo primario de aprendizaje le dijo: "¡Bueno hijo... a partir de ahora a trabajar para ayudar a la familia!" Y si sobraba tiempo, iba a poder dedicarlo a estudiar.
Así fue como ese pequeño, ya desde muy jovencito será aprendiz de obrero en una marmolería, lugar donde aprenderá a hacer lápidas para el cementerio, pero también adornos en forma de angelitos, vírgenes, cruces y crucifijos, los que es muy probable que estén en la necrópolis, quizás perdidos e ignorados. Tal cual lo contará el mismo Roberto con el paso del tiempo: era un trabajo duro y pesado, pero que lo fue forjando -quizás sin saberlo del todo- en sus inquietudes para la plástica artística y sus increíbles habilidades para el oficio.
Fiel al legado y mandato de su padre, de manera paralela a sus obligaciones laborales, Roberto estudió en forma libre. Entre doble turno y poco descanso, tallaba y leía. Aprendía y moldeaba. Retenía cada concepto y cada movimiento sin saber que estaba soñando y dándole forma a su futuro de gran escultor y consumado artista plástico ganando. Forjaba sus créditos y la autoridad que lo convertirá en un recuerdo eterno.
Ese es su predicamento. Porque aún hoy, y eternamente, los llamadores de ángeles invocarán su nombre. Y la Virgen del Tránsito le agradecerá, al bendecir a su querido barrio y a los viajeros, así como a todas las madres y abuelas que tanto le han rezado y aún le rezan.
Roberto Favaretto Forner falleció el 4 de marzo de 2024 en Santa Fe, a los 85 años. Fue profesor superior de Artes Visuales, desempeñando dicha labor a nivel municipal, provincial y nacional, en instituciones militares y en la enseñanza privada. Realizó cursos y perfeccionamientos con becas, tanto en nuestro país como en Europa, destacándose su paso por Bélgica, Francia, Italia y España, entre otros países. Se dedicó, además de la docencia en su especialidad, a la curaduría de distintos museos y salas de exposiciones. Como escultor, logró esculpir lúcidas y recordadas figuras de Charles Chaplin, Carlos Monzón y el padre Luis Victoriano Dusso (busto).
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