I

La pasión futbolera trasciende generaciones y une a los argentinos, pero también es manipulada por intereses políticos y económicos que controlan el deporte.

I
Sabemos que el fútbol es un deporte que convoca a millones de personas. También sabemos que es un deporte que produce ganancias millonarias. Y sabemos, por último, que hay un puñado de dirigentes que gracias a esa pasión de multitudes se hacen millonarios.
Julio Grondona fue un ejemplo; Claudio "Chiqui" Tapia es el otro. Desde los tiempos de los romanos es bien sabido que el “pan y circo” no sale gratis. El proceso permite incluir sus paradojas. Clubes pobres y algunos fundidos, pero dirigentes ricos. Conocemos además otros menesteres.
Barras bravas, mano de obra para campañas electorales y matonaje sindical, promoción de caciques políticos y más y más negociados millonarios nacidos en la fragua emocional de un deporte organizado alrededor de veintidós jugadores y una pelota.
Un deporte que ha llegado a simbolizar la unidad nacional, la única pasión en la que todos los argentinos estamos de acuerdo, aunque el precio a pagar por ello sea soportar a los Chiqui Tapia de turno con sus hábitos, sus mañas y sus vicios mafiosos.
II
No voy a las canchas de fútbol a ver los partidos; mucho menos los miro por televisión y no sigo las alternativas del campeonato. Digamos que soy un argentino indiferente al fútbol, un argentino cuyo único compromiso simbólico es admitir mi condición de hincha de Racing, un homenaje a mi padre y a mi abuelo que eran seguidores apasionados de la Academia.
A tal punto era así que en 1961, con apenas once años, papá me llevó de la mano a presenciar todos los partidos de ese año que consagró a Racing campeón. Juro que cito de memoria: Negri, Anido y Mesías; Blanco, Peanno y Sacchi; Corbatta, Pizutti, Mansilla, Sosa y Belén. Mi preferido desde entonces, y hasta la fecha, fue el “loco” Corbatta, pero esa es otra historia.
Lo seguro es que me mantuve hincha de Racing a pesar de que algunos amigos intentaron poner en duda mi fe porque supuestamente Juan Domingo Perón era de Racing. Resolví el dilema diciendo que en estos pagos, todos, todos sin excepción, algo tenemos de peronistas.
Yo me conformo con compartir Racing que, dicho sea de paso, cuenta entre sus hinchas mitológicos a Carlos Gardel . Hasta ahí llego en mis relaciones del fútbol con la política. Y de allí no me muevo.
No sigo las alternativas de los campeonatos de la AFA, pero mi límite son los mundiales, momento en los que me sumo sin inhibiciones o consideraciones teóricas a la pasión que une a cuarenta y siete millones de argentinos. Agrego, además, que disfruto con los goles y los considero en muchos casos verdaderas creaciones artísticas.
Los goles de Pelé, Maradona y Messi los he visto y revisto a todos. Y los seguiré viendo. Sumo a la lista a Garrincha, Cristiano, Ronaldinho, Housemann, Wellington, Bochini. Se ha dicho que el fútbol es pasión de multitudes y la consigna es verdadera.
Excede los límites de esta columna explicar los motivos psicológicos, culturales, sociales e históricos que despiertan la pasión por este deporte que nos obsequiaron los ingleses hace más de un siglo. No es la única deuda que mantenemos con la rubia Albión: el box, el turf, el tenis, el golf, el rugby, también llegaron con las naves británicas.
Después los asimilamos y los hicimos nuestros; les dimos nuestro propio tono, ritmo e incluso lenguaje. No sé si el arrebatado hincha del tablón sabe del origen inglés del fútbol. No lo sé y si ese hincha lo supiera, no sé si le importa.
III
La pasión que despierta el fútbol es instintiva, es genuina y es manipulable. Imposible explicarla desde un exclusivo lugar o simplificarla en un exclusivo relato. Se ha dicho que esas pasiones suelen incluir lo mejor y lo peor de cada persona. Puede ser.
En todos los casos lo que queda claro es que estas pasiones acompañan a una nación, ayudan a constituirla, al punto que hoy, como muy bien se sabe, la exclusiva pasión en la que coincidimos todos los argentinos desde La Quiaca a Tierra del Fuego, desde una villa miseria a un country de lujo, es la selección argentina.
Reducir a una nación a la pasión futbolera es empobrecerla o banalizarla. Puede ser. Puede ser, pero más de un sociólogo ha dicho que en los tiempos que corren el orgullo nacional no se expresa como en el siglo XIX y mediados del siglo XX a través de la guerra con sus secuelas de masacres, luto y sangre, sino a través de las competencias deportivas, pacíficas y por lo general alegres.
Si esto fuera así, queda claro que la humanidad ha ganado en civilización y humanismo, por más que esas dos palabras a un hincha de pelo en pecho del tablón le suenen extravagantes.
IV
También sabemos que en el mundo que nos toca vivir toda pasión popular incluye su costado oscuro, sombrío. Con las pasiones populares también se hacen negocios y negocios multimillonarios. El hampa se mueve en ese territorio como pez en el agua. Está documentado históricamente y hay películas y novelas que lo relatan.
Hablo del fútbol y algún lector dirá que he caído en la charca populista. No lo creo, aunque podría decir en jerga popular que en esta vida todos tenemos un gen populista que no podemos manejar. Humor al margen, añado como contrapartida que uno de los rasgos de estas pasiones populares es que sus jefes mafiosos por lo general vienen de abajo.
Así sucede con todo negocio mafioso. Al Capone y Lucky Luciano no eran hijos de ricos; tampoco el Chapo Guzmán o Pablo Escobar; mucho menos Los Monos. En nuestro país los jefes de las barras bravas son millonarios y el actual presidente de la AFA no proviene de Palermo, Olivos o San Isidro. Los muchachos no son educados, sus modales no son delicados, pero en lo suyo son muy eficaces.
Sus liderazgos los obtienen con las reglas del hampa y los bajos fondos: pasión, traición y violencia. Se reparte y se intimida; se promete el cielo y se anticipa el infierno. La receta es la de todo caudillo y la de todo jefe del hampa popular. Chiqui Tapia es el paradigma perfecto.
No sé cómo se manifestaron los detalles de este incidente que concluyó con un título de campeón de la Liga para Rosario Central y una sanción a Estudiantes de la Plata. Conversando con colegas dedicados al fútbol, me dijeron que la decisión de otorgar un campeonato de liga a Rosario Central se resolvió a puertas cerradas.
Lo de la sanción a Estudiantes es más grave políticamente hablando. Los jugadores, técnicos y directivos, han sido castigados porque al capanga de Tapia así se le ocurrió. Para que aprendan a portarse bien y para que sepan a qué atenerse al que se le ocurra imitarlos. Estudiantes de la Plata fue sancionado avasallando el principio de libertad de expresión.
No golpearon, no lastimaron, no insultaron a nadie. Simplemente dieron la espalda. A Tapia no le entran balas. Es más, como para probar que políticamente viene de donde sabemos que viene, declaró que se va a quedar en el sillón de la AFA hasta que se le dé la gana. Genio y figura. Tapia pertenece al clan de los que siempre están decididos a “ir por todo”.