Escribe Francisco (43 años, Santa Fe): "Luciano, leo siempre tus columnas, me súper sirvieron para reflexionar sobre temas familiares, pero esta vez me animo a hacerte yo la consulta por algo que no supero: me separé de mi pareja hace ya dos años y a veces siento que el tiempo no pasa. No sé si el duelo me cuesta, imaginate que todavía tengo que pasar a buscar mis cosas por su casa… Tal vez esto no ayuda mucho, pero ¿cómo se hace para salir adelante en una situación así? Nos juntamos a hablar mil veces, pero nunca nos ponemos de acuerdo. No hubo un engaño ni nada, pero a mí me hace mal que ella sospeche de mí o me diga cosas que me hacen sentir culpable. ¿Existe la amistad después de una relación?"
Querido Francisco, ¡cuántas preguntas tiene escondidas tu consulta! Me alegra que en otras ocasiones, la lectura de esta columna te haya servido para pensar. ¿Viste que existe el famoso refrán "Mal de muchos, consuelo de tontos"? Bueno, yo creo que en esta sección se trata de lo contrario, porque no tomo las vivencias que me cuentan para justificar que cada quien se conforme con la idea de que lo mismo le pasa a otros; al contrario, justamente la cuestión es comentar una experiencia -es decir, un trozo de vida- que de fuerzas para tomar decisiones, a partir de darnos cuenta de que quizá incluso lo que parece oscuro y de difícil resolución tiene un resquicio por dónde podemos pasar. Hay una hermosa frase del poeta y cantante Leonard Cohen que bien tiene el espíritu que busco para estas líneas. Dice: "Hay una grieta en todo; solo así entra la luz".
Entonces, Francisco, tratemos de buscar la arista que permita iluminar tu situación, con la idea de que también responda la inquietud de otros lectores. Por ejemplo, primero quiero llamar la atención sobre el tiempo que llevás separado. Dos años. En otras oportunidades en esta columna hemos dicho que un duelo no se mide por cantidad de tiempo. Ahora bien, la pregunta que me importa hacer es la siguiente, para retomar la palabra que deslicé al pasar: "¿Hace dos años que estás separado o hace dos años que te estás separando?". Lo que me contás me hace pensar que todavía tu duelo no comenzó y ¿sabés por qué lo digo? Por lo que comentás después: no me refiero a que cosas tuyas sigan en su casa -en realidad, es más bien interesante que digas "mis cosas" y "su casa", como un modo de distinción que comienza a ir hacia una separación posible-, sino a que luego mencionás las veces que se juntaron a hablar y no se pusieron de acuerdo.
Antes de detenerme en este punto, quisiera destacar mejor por qué presto atención a lo que mencionás. Como suele ocurrir en psicoanálisis, lo importante viene después de que alguien quiere matizar lo que dice. Para vos el énfasis -lo que complicaba las cosas- es que tus cosas estuvieran en su casa; entonces la conciencia le da valor a este elemento y permite el ingreso posterior de lo reprimido: las "mil" veces que no lograron ponerse de acuerdo. Es claro que ese número es retórico y cumple una función figurativa, así es que se plantea el conflicto que, solo por haber aparecido de este modo (de un modo que en psicoanálisis se llama "formación del inconsciente"), es verdaderamente crucial.
Ahora bien, si yo te preguntara en qué no se ponen de acuerdo, perderíamos el hilo, ya que vos podrías contarme circunstancias, darme tu punto de vista, el de ella y yo quedaría en el medio de ustedes y lo peor que podría hacer es tratar de elegir entre uno y otro. Yo no estoy para que veamos quién tiene razón. A propósito de otra frase célebre, ¿viste que se dice que "el cliente siempre tiene la razón"? Bueno, en psicoanálisis no. Porque quien habla no es un cliente -ni siquiera un paciente lo es-, porque a los clientes se los busca conformar y que no se quejen, mientras que en psicoanálisis se trata de que quien se queja pueda hacer otra cosa con su queja y no solo padecerla. Por lo tanto, si lo que me comentaste -según pude reconocer- viene con la huella del inconsciente, entonces no vamos a meternos en el barro de por qué no se ponen de acuerdo, sino que te voy a preguntar: "¿Por qué quieren ponerse de acuerdo?".
En este punto, querido Francisco, quisiera decirte que una separación comienza cuando nos toca aceptar que la imagen que el otro tendrá de nosotros quizá no nos guste. Tal vez es la imagen de uno que el otro tiene que hacerse para poder dejarnos. Aceptar esta pérdida es también un modo de liberar el amor del otro. Ahora bien, por tu mensaje intuyo que tal vez la separación la planteaste vos y, sospecho, te sentís culpable, pero ¡ojo!, porque ahora puede ser la culpa -antes que el amor- lo que te una con el otro o, mejor dicho, ¿qué tipo de amor es el que une a través de la culpa? Porque esta clase de amor es muy conocido en la vida de un varón, es el amor que tiene como base la relación con la madre, cuyo lugar puede ocupar cualquier persona a quien sentimos que traicionamos si dejamos de amar -sobre todo si se da por sentado que el otro no (nos) deja de amar. ¿Quién si no una madre concede un amor incondicional? Por suerte incluso hoy en día está en cuestión y se revisa esta idea del amor sin condiciones, incluso para las madres, porque genera más trampas que otra cosa.
Quizá sea inmiscuirme demasiado si dejo planteada la pregunta de si a lo mejor algo de este tipo de amor no fue lo que llevó a la separación. Vos me lo responderás por privado, tal como hacen muchos de los lectores luego de leer mi respuesta a su carta. En lo que sigue, sí voy a decir algo que noté en los últimos años, al escuchar a diferentes personas (sobre todo varones) que recurrieron al análisis por un duelo prolongado -no patológico- por un amor de juventud.
No digo que sea tu caso, Francisco, pero sí es una coordenada que quizá sea útil para pensar lo que viven otras personas. Me refiero a casos de relaciones largas, que cumplieron el rol de sostén para el crecimiento. A primera vista podría parecer que se trata de casos del "primer amor" adolescente, pero no. El "primer amor" es una relación que actualiza la dependencia infantil, pero para poder dejarla atrás. En estos casos a los que me refiero se trata más bien de una continuación del vínculo infantil, pero en la juventud.
Por eso se trata de relaciones muy difíciles de dejar. Porque el amor no concluye -sí la capacidad de crecer con el otro- dado que el modelo de este amor es la relación parental. A los padres no se los deja por falta de amor. Otro elemento importante es que el duelo por esos vínculos implica una culpa inmensa y esto confirma lo anterior, porque la culpa es por dejar de amar a alguien que te va a amar siempre (los padres).
O al menos eso es lo que se supone. Cuando se empieza a interrogar esa suposición de amor, es que comienza -para usar tu palabra- la superación; parece una relación de pareja, pero es una dependencia de la posición de hijo prolongada en la juventud.
Para concluir, una observación: decís que "no hubo un engaño", qué expresión curiosa. No digo que si aclarás, entonces oscurece. Sí creo que la culpa en el vínculo puede ser que despierte deseos de engaño como una única salida (falsa, porque el culpable que busca castigos de este tipo siempre se manda al frente después). Interesante que luego decís "ni nada", ¿qué otra cosa podría haber? Si estuviéramos cara a cara, seguramente aquí podría surgir un pensamiento que nos permitiría relanzar la conversación. Sin embargo, en esta columna nos tenemos que quedar con lo dicho y, entonces, te diría lo siguiente: no importa cuántas veces te juntes a hablar, a lo que tenés que prestar atención es al momento en que dejás de hablar de la separación para hablar como separado. Ahí es que comenzó el duelo. Quizá entonces ya sea menos determinante si pasás a buscar las cosas o no, pero de todos modos, querido amigo, pasá a buscar tus cosas de una, por favor y, acerca de si existe la amistad después de una relación, te digo: sí, la amistad existe, pero solo cuando dos que se amaron no necesitan retenerse ni temen traicionarse.
Una separación comienza cuando nos toca aceptar que la imagen que el otro tendrá de nosotros quizá no nos guste. Tal vez es la imagen de uno que el otro tiene que hacerse para poder dejarnos. Aceptar esta pérdida es un modo de liberar el amor del otro.
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