Camino hasta la parada del 15, hace frío, el viento sur hace que los mocos no aguanten en la nariz, con el dorso de la mano los limpio. El colectivo asoma la trompa, el chofer hace una seña para que pase sin pagar.
Relatos Breves.
Camino hasta la parada del 15, hace frío, el viento sur hace que los mocos no aguanten en la nariz, con el dorso de la mano los limpio. El colectivo asoma la trompa, el chofer hace una seña para que pase sin pagar.
Desde los cinco años vendo medias y curitas en la peatonal. Al principio iba con mamá, hace poco cumplí ocho y ya voy sola. Contra el parabrisas, dejo una caja de curitas, por el favor.
― Gracias, Anita. Dice el colectivero, convidándome con una galleta.
Llegamos al centro, bajo en la plaza y camino una cuadra hasta calle San Martín. La dueña del pago fácil asoma la cabeza.
― Anita, vení tengo algo para vos.
La Ceci, además del pago fácil, tiene kiosco y fotocopiadora. A veces me regala un alfajor, otras veces caramelos.
― Vení Anita, sentate, quiero que te pruebes algo. Me contaron que fue tu cumpleaños.
― Hace una semana. Digo curiosa, estirando el cogote para ver. Cecilia vuelve con una caja.
― Espero que te gusten. Abro la caja, adentro hay unas zapatillas de color rosado.
― Dale, probatelás. Dice.
― Están buenísimas Ceci, gracias. Digo, dándole un abrazo.
― Entonces, las zapatillas viejas van a la basura.
― ¡Noooo!!! Las voy a guardar para los días de lluvia, en la villa las calles son de tierra. No quiero arruinar las nuevas.
Cecilia pone las zapatillas gastadas en una bolsa y las guarda en la mochila. La peatonal está llena de gente, el domingo es el Día de la Niñez, padres, tíos, abuelos compran regalos. "Diosito ayudame a vender mucho", pienso.
― Señora… ¿algún par de medias, curitas? Los vendo barato, por favor una ayuda.
La mujer, con la mano, me indica que no quiere.
― Señor… ¿una caja de curitas? ¿Un par de medias?
― A estos chicos que andan mangueando, tendrían que llevarlos a un reformatorio o a un hogar para sacarlos de la calle. Dice, mirando a la mujer que lo acompaña.
― Señor, señora… ¿curitas? ¿Medias?
El reloj de la cortada Falucho marca las doce, a esa hora una doña nos espera en las escalinatas de la iglesia del Carmen con un sánguche de milanesa y una botella de agua. La Susi, el Chueco y yo vamos para allá.
La Susi se la rebusca mangueando. Como tiene seis y carita de enferma algún peso consigue. El Chueco es el más grande, tiene nueve, vende bolsas pa' la basura.
Cuando terminamos, vamos corriendo a la plaza. Cerca hay una escuela privada, vemos pasar a los chicos con los uniformes.
― Chueco, la gente nos mira como con asco… ¿vos sabes por qué?¿Por pobres?
― Por la mugre, Anita, mirá la facha que tenemos.
La Susi se tira por el tobogán.
― Al principio eso dolía, ahora me acostumbré. Digo, pasando las manos por las zapatillas nuevas.
― ¿Y esas llantas, de a dónde las sacaste?
― Es un regalo de la Ceci, están re lindas.
― ¿Estará bueno ir a la escuela? Dice el Chueco.
― No sé, nunca fui. Respondo.
Es de noche, camino por la calle hasta la vía y cruzo el terraplén.
― ¡Llegué! Digo, golpeando una chapa que tapa la entrada del corte de rancho.
― Pasá rápido, que nos cagamos de frío… y dame la plata.
Saco primero de la mochila la bolsa con las zapatillas viejas, la plata está guardada bien al fondo, la dejo sobre la mesa.
― ¿Y eso? Dice, señalando la bolsa con las zapatillas.
― ¡Ahh!!! Mirá mamá, la Ceci, la dueña del pago fácil me regaló estas zapatillas por el cumple. Digo, mostrando las zapatillas rosadas.
La Jacky, el Nano y la Michi se acercan a verlas.
― Para ustedes tengo caramelos. Están en la mochila.
― Anita, sacate las zapatillas y ponete estas.
Ella ordena, yo obedezco.
― ¿Esto vendiste? No alcanza para una mierda. Dame las zapatillas nuevas que mañana las voy a vender en el trueque.
― Mamá, por favor no las vendas. Digo apretándolas fuerte contra el pecho.
― Acá se hace lo que digo o a la calle.
― ¡No!!! Son mías, no te las voy a dar.
Mis hermanos se alejan cuando ven que mamá agarra la varilla que está en el techo del aparador. Los golpes llegan, dejan marcas en las manos que se niegan a entregar las zapatillas nuevas. La varilla sube y baja por la espalda y las piernas.
― Vos no sos mi mamá, sos mi desgracia. Digo, dejando caer las zapatillas.
― Boluda, qué ganás con que te cague a palos. Dice, mientras las guarda en el changuito.
El piso de tierra está frío, por la entrepierna siento un líquido caliente, otra vez voy a tener que dormir meada. "El Chueco tiene razón, la gente nos tiene asco por la mugre", pienso.
Es domingo, estoy con mis hermanos en Rivadavia y Suipacha, justo en la esquina del Automóvil Club Argentino, mangueamos en el semáforo. Hoy es el Día de la Niñez, nos va bien. En el semáforo para un auto, el asiento de atrás está lleno de globos. Golpeo la ventanilla.
― Señor, me regala unos globos para mis hermanitos.
― Apurate y sacá todos los que puedas. Dice abriendo la puerta.
Me lleno las manos de globos, estoy feliz, es la primera vez que sonrío después de perder las zapatillas.
― Voy a cerrar la puerta, piba. Dice el hombre.
― ¡Anita, dame un globo! Pide el Nano desde la vereda de enfrente.
Cruzo la calle, escucho gritos, una frenada, los globos vuelan, el semáforo está en verde. Otra vez siento la entrepierna húmeda… que bronca no puedo estar meándome a cada rato.
En la esquina, un hombre vestido de blanco tiene en las manos unas zapatillas rosadas igualitas a las mías… me llama. Antes de irme, lo último que veo es el asfalto cubierto de globos de colores.
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