Por Graciela Ribles


Por Graciela Ribles
- ¡Agustín, es tarde! Grita mamá. En su voz percibo impaciencia.
- Ya me levanto. Respondo entre dormido.
El olor a café entra al dormitorio, giro en la cama y estiro los brazos. La penumbra aumenta la pereza, levanto el jean del piso, las medias no huelen tan bien pero aguantan otra postura. En el baño, el pis se hace eterno, cepillo los dientes, humedezco el remolino que está más rebelde que nunca y frente al espejo, la tragedia, un grano con pus en el centro de la nariz.

- Mamá, hoy no voy a la escuela. Digo, mientras entro a la cocina. Ella mira por el rabillo del ojo, los labios en curva sostenidos por los nervios.
- Hoy es la prueba de inglés y por dos semanas pagué profesor particular, así que vas igual.

Una catarata de excusas y ruegos explota frente al café con leche, pero este clásico de las ligas mayores ya tiene un ganador. Manoteo la mochila… al salir azoto la puerta. Este sentimiento de ira se está volviendo familiar. Para llegar a la escuela, tengo que pasar el terraplén y cruzar un descampado. Es un trayecto que hacemos todos los pibes que vivimos en el pueblo.
Apenas paso las vías encuentro una construcción nueva, un ranchito con paredes de adobe y techo de paja. "Almacén de Palabras" dice un letrero en el frente. "Hoy Palabras Gratis". "Que extraño" pienso y, como la curiosidad mató al gato, decido entrar.
Al atravesar la puerta, no doy crédito a lo que veo, elevo las cejas por encima de los ojos, quedo con la boca abierta y la quijada ligeramente caída. En el interior, estanterías de madera lustrada, repletas de libros. Arcos abovedados a lo largo del pasillo separan las diferentes secciones, figuras de bronce se mueven entre lo real y lo divino, conformando un ambiente irreal de un encanto irresistible.

- Buenos días jovencito, felicitaciones, usted es mi primer cliente. Dice un anciano (la expresión de sus ojos transmite vitalidad y confianza).
- Señor… ¿Es cierto que en este lugar se venden palabras?
- Por supuesto, tenemos todo para satisfacer a nuestros clientes. Palabras largas, cortas, fáciles, difíciles, agudas, esdrújulas y graves. En la sección restringida están las que hieren, insultan, blasfeman y entristecen. ¿Cuál estás buscando?
- Yo, señor, ninguna… entré por curiosidad, estoy yendo a la escuela.
- Imposible, este negocio solo se revela ante quien lo necesita.
El hombre saca del bolsillo del saco una batuta y comienza a moverla como si estuviera dirigiendo una orquesta. Los libros, impulsados por una melodía afónica, salen de los estantes liberando miles de palabras.
Frente a mí queda suspendida una: "VATICANO".
- Es tuya, ella te eligió. Dijo el librero.
Dicho esto, guardó la batuta en el bolsillo interno del saco y caminó hasta desaparecer en la sección restringida. Sin lograr procesar lo sucedido, salgo. Llego al recodo que da al fondo de la escuela, los veo, están recostados contra la pared… son los matoncitos del pueblo.
Intento dar la vuelta pero el Gringo me agarra de la mochila haciéndome caer de rodillas. El Guille se acerca caminando a paso lento, es la estrategia que usa para meter miedo.
- Y… ¿Conseguiste la guita?
- Mañana cobra el viejo y te la traigo. Digo, sin levantar la vista del suelo.
- ¿Vos me viste cara de boludo? Hace una semana que me tenés a las vueltas. Si te gusta el porro hay que pagar. Gringo… dale para que tenga.
El Gringo es grandote… y practica boxeo. Con la primera trompada me parte la mandíbula. Los golpes de puño son certeros… una piña al hígado me deja sin aire.
- Por favor,… basta, te voy a pagar.
El Guille termina el pucho y le hace un gesto al Gringo para que pare.
- Mirá pibe, piedad rogale al santo en la iglesia.
Cierro los ojos, la botella se quiebra en mi cabeza. Pienso en Jesús y la corona de espinas. No sé si alucino, pero veo flotando en el charco de sangre la palabra "VATICANO".
Las letras se desprenden, oigo murmullos fragmentados, hasta que con independencia feroz toman otro sentido.
Antes de desmayarme alcanzo a leer: "TAN VACÍO".
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