En el marco de una presentación efectuada el pasado 4 de noviembre de 2025 en una Diplomatura en Adicciones que se dicta en la Universidad Católica Argentina (Sede Rosario), planteábamos la necesidad de identificar a la "prevención" como una nueva generación de derechos humanos.
Titulaba una nota periodística del 7 de julio de 2018: "La seguridad tiene cinco dominios: aire, tierra, mar, espacio y ciberespacio". Allí se indicaba que Ami Shafran, especialista israelí y ex jefe del Departamento de Investigación y Desarrollo del Ministerio de Defensa de su país, advertía que el próximo 11 de Septiembre puede ser un ataque digital devastador (1).
A esos llamados cinco dominios deberíamos sumarle en primer lugar a la información que ha resultado vital desde el fondo de los tiempos en materia de seguridad y el cerebro humano que en definitiva resulta ser el hacedor de toda actividad y que puede ser optimizado para brindar seguridad, tanto individual como colectivamente hablando (2).
Dicho sea de paso, en los términos que refería el militar israelí, del cerebro es desde donde partiría el eventual ataque del que habla y desde donde debe partir la defensa:
"El cerebro humano es una maquina altamente eficiente que forma parte de cada sistema organizacional. Bien optimizado puede ser un catalizador para la creación de una cultura de clase mundial. Hoy en día estamos ante un masivo cambio en el pensamiento sobre el impacto que tiene el cerebro en el lugar de trabajo y en las estrategia que las organizaciones pueden aplicar para aprovechar su poder" (3).
Ahora bien, el cerebro humano es una máquina perfecta que funciona a tiempo completo y que elabora pensamientos que llevan a una emoción, generando un sentimiento. Trilogía esta última (pensamiento, emoción, sentimiento) que se repite en secuencia, aunque no está preparado este órgano vital para distinguir entre pensamientos buenos y malos, positivos o negativos, constructivos o destructivos.
Es la persona humana quien gobierna el cerebro y puede elegir en qué tipo de pensamiento desea quedarse, profundizar, reelaborar, etc.
Sería interesante advertir acerca de la influencia que tiene la sobreinformación -muchas veces mal intencionada y/o de mala calidad- que recibe nuestro cerebro y la influencia que ella tiene en la toma de decisiones que creemos voluntaria, pero deja cuanto menos algunos espacios de duda sobre la dosis de autonomía que tiene esa presunta voluntad individual.
Las generaciones de derechos humanos
El mundo de los estudiosos de las leyes ha elaborado a modo de capas geológicas o estratos a lo que denomina "generaciones" de derechos humanos. Es así como se habla de la primera generación marcada por los "Derechos Civiles y Políticos", reconocidos tras la revolución francesa (1789); aunque hay quienes sostienen que el "Derecho a la Vida" es la "primera generación".
Entonces, aquellos quedarían desplazado al segundo lugar, corriéndose a partir de ahí las demás "generaciones". La segunda generación aparecería durante del siglo XIX con los derechos sociales y las conquistas del movimiento obrero (condiciones de trabajo digno, horario laboral, descanso dominical, vacaciones, etc.); siendo aquí donde aparece por primera vez el derecho a la salud.
La tercera generación surgiría luego de las guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945), consistente en el "Derecho a la Paz", a la autodeterminación, a un medio natural sano, etc. Es aquí donde se desarrolla el contenido del derecho a la salud.
La cuarta generación de reciente elaboración, entre fines del siglo XX y principios del XXI, protege "el acceso a las nuevas tecnologías de la ciudadanía" y continúa desarrollándose "en su sustancia" el "Derecho a la Salud" sumado a cuestiones educativas entre otras.
La quinta generación pretendería corregir las nuevas formas de desigualdad social y consisten en la alfabetización digital y el desarrollo de pensamiento crítico; por ejemplo, la navegación responsable por el ciberespacio y la protección ante información falsa (fake news).
Entendemos que estamos frente a una nueva generación que consiste en el derecho a la prevención como una prerrogativa ex novo y trasversal a todo el amplio espectro científico. Consiste básicamente en el derecho a que se nos advierta anticipadamente de aquello que está por venir.
Muchas veces son sucesos nuevos e imprevisibles como la pandemia 2019 que nos tomó por sorpresa; pero la mayoría de las veces, los distintos saberes profesionales ya conocen de antemano los riesgos y conflictos que vamos a atravesar durante el desarrollo de las distintas etapas de nuestra vida y no estaríamos advertidos de estos inconvenientes, desafíos, amenazas, riesgos, conflictos, etc.
La vulnerabilidad como presupuesto
La vulnerabilidad antropológica implica fragilidad, una situación de amenaza o posibilidad de sufrir daño; según Lydia Feito de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid (4). Ello implica ser susceptible de recibir o padecer algo malo o doloroso, como una enfermedad, y también tener la posibilidad de ser herido física o emocionalmente.
Continúa explicando que la vulnerabilidad también puede entenderse como poder ser persuadido o tentado, poder ser receptor, ser traspasable, no ser invencible, no tener absoluto control de la situación, no estar en una posición de poder, o al menos tener la posibilidad de que dicho poder se vea debilitado.
Es vulnerable, según el Diccionario de la Real Academia Española, quien puede ser herido o puede recibir una lesión, ya sea física o moralmente. Desde este punto de vista, la vulnerabilidad sería la regla en nuestras vidas. No obstante ello, podríamos precisar más aún, algunos aspectos de mayor fragilidad.
De hecho, el ser humano es uno de los mamíferos que mayor tiempo tarda en independizarse y por la longevidad que está próxima a los 78 años como promedio en Argentina, pero en muchos casos supera los 80 años, nos coloca en una amplitud de debilidad de considerable extensión y a si a ello sumamos periodos de enfermedad física o psíquica, prácticamente estamos hablando de la mitad de nuestra existencia.
Si a ello sumamos el aspecto psicológico y sobre todo a las políticas de mercado que lejos de ver a la persona humana como un sujeto de derecho la conciben como "consumidor" o "cliente" y junto a esto un objeto de apropiación, pareciera que la vulnerabilidad es la constante en nuestra vida.