Es una iglesia fuera de lo común. Tanto, que la llaman la Capilla Sixtina del barroco andino. Tiene el tamaño de un gran templo urbano, pero se erige en un pequeño pueblo rural en el valle Sur de Cusco. Puede tomarse como un objeto complejo, un contenedor de maravillosas piezas visuales. Está dedicada a San Pedro Apóstol, y fue erigida en los primeros años del siglo XVII en el poblado entonces denominado Antahuaylla la Chica, que luego derivó a un diminutivo compacto: Andahuaylillas.
La fecha formal de creación del originario pueblo de indios, asentado en una planta de diseño castellano, se remonta a 1571 (dos años antes de la fundación de Santa Fe), de acuerdo con la normativa establecida por el virrey Francisco Álvarez de Toledo. Pero diversos hallazgos arqueológicos desandan el proceso de ocupación de esas tierras hasta el período Formativo Andino Medio, caracterizado por el surgimiento de la cultura Chavín (1500 a.C. – 700 a.C.).
La iglesia doctrinera de Andahuaylillas, con cimientos de piedra y gruesos muros de adobe, es la más importante de cuantas flanquean el camino que vincula Cusco con Puno y el lago Titicaca. Su descomunal carga icónica incluye tanto el cuerpo exterior como el gran espacio de su única nave, concepción derivada de la Compañía de Jesús a partir de su irradiante matriz, desarrollada por Jacopo Vignola y, luego, Giacomo della Porta, para su barroco templo central en Roma.
En el plan evangelizador de la orden fundada por San Ignacio, la nave única concentraba a la grey en dirección al altar mayor y la prédica de los sacerdotes. Y esas palabras eran potenciadas por el exuberante repertorio de imágenes pictóricas y escultóricas sobre los testamentos antiguo y nuevo, y los ejemplos misionales de los hijos de Loyola. En consonancia con las conclusiones tridentinas, el poder didáctico de las imágenes facilitaba la comprensión del mensaje evangelizador.
Estos recursos, llevados a extremos expresivos, cubren cada centímetro cuadrado del interior del templo de Andahuaylillas, pero a diferencia de las iglesias europeas de la orden ignaciana, ésta se expande al exterior, agraciando el frente de su robusta arquitectura de inspiración renacentista mediante una versión de explícito mestizaje con la cultura andina.
Ocurre que, en las religiones prehispánicas, los pueblos indígenas de la región participaban de las ceremonias en espacios abiertos, ya que los ámbitos cultuales cerrados estaban reservados a los sacerdotes. Por ese motivo, la parte frontal de las iglesias católicas andinas reproducen, aunque de manera más sencilla, sus retablos interiores. Pequeños nichos con pinturas iconográficas alrededor del portal de ingreso, una imagen mayor y horizontal sobre el arco superior y un gran balcón-terraza muy ornamentado desde el que los sacerdotes rezaban misa o le hablaban a la grey, se abren en este caso hacia la explanada en la que los nuevos prosélitos se congregaban. Más aún, los alcances de la liturgia solían derramarse sobre un espacio más grande, porque del otro lado de la calle se encuentra la plaza del poblado, antes contorneada por sus principales instituciones, y, también por capillas-posas ante las que las procesiones de detenían para rezar.
Por añadidura, en este pueblo, el edificio eclesial también dialoga -frente a frente- con el cerro Qoriorco, Apu sagrado de la comunidad agrícola, que depende de las aguas de sus manantiales para el éxito de las cosechas de maíz. Y con árboles Pisonay, también sagrados para los quechuas, que, con la fronda de sus copas y sus flores, tiñen de verde y rojo la plaza mayor. Ese colorido se multiplica, adentro y afuera del templo, en imágenes acentuadas por el generoso uso del pan de oro.
El gran promotor de la iglesia e ideólogo del plan teológico que se activa a través del catecismo gráfico de las pinturas murales, fue el presbítero español Juan Pérez de Bocanegra, docente de latín en la Universidad de San Marcos de Lima, con dominio de varias lenguas nativas. Bocanegra, llegado a Cusco a comienzos del siglo XVII, mantuvo importantes discusiones con los jesuitas -que lo sucederán en la administración de la parroquia- respecto de la mejor manera de trasladar la terminología cristiana a los nativos.
De su etapa, incomparable, queda en pie lo sustancial, apoyado en los pinceles de Luis de Riaño, pintor limeño, discípulo del artista italiano Angelino Medoro, quien arribó a Perú cuando expiraba el siglo XVI. Riaño fue un gran acierto de Bocanegra.
Según expresa Roberto Samanez Argumedo, integrante del equipo que afrontó la restauración integral del templo bajo la coordinación general del "World Monuments Fund", el pintor limeño ornó de pies a cabeza los muros del templo, incluida una cenefa o franja alargada sobre el zócalo con decoración de grutescos a la italiana, que se mixturan con aves, flores y frutos americanos. El extenso trabajo icónico incluye medallones que evocan a los primeros mártires cristianos. Otro tanto hizo en la parte superior de las paredes, obras que en gran medida han quedado ocultas por el agregado de telas referidas a la vida de San Pedro, pintadas al óleo y ceñidas por grandes marcos labrados y dorados a la hoja (último tercio del siglo XVII). Pero, además, realizó excepcionales pinturas sobre lienzo y madera en los dos órganos del coro alto. Allí, en la cara interior de la pared frontal resalta la pintura de la Anunciación a María en torno a un óculo por el que entra la luz del sol, con expresa mención de Adonai, el dios hebreo que puede asociarse con el Ra egipcio y el Zeus griego, pero también con el Inti de los incas. Así, con este recurso polisémico, la luz reemplaza a la paloma que simboliza al Espíritu Santo. Este empeño sincrético, propio de Bocanegra y los jesuitas, intentaba alinear las creencias indígenas con la compleja teología católica.
Con la misma intención, pintada por Riaño del lado del Evangelio, la célebre puerta pentalingüe da acceso al baptisterio. En la guarda icónica que la enmarca aparece escrita en latín, castellano, quechua, aymara y puquina la oración bautismal "Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".
Y antes de concluir estas líneas, porque se termina el espacio, vaya una referencia al impactante artesonado mudéjar del techo, con decoración polícroma de figuras geométricas romboidales, ópticamente deformadas por la estructura de madera, armada según la técnica tradicional de par y nudillo.
Ingresar al templo es sumergirse en un mar de imágenes que cortan la respiración, lugar apropiado para bucear inimaginadas interacciones que alimentan las búsquedas de la antropología cultural.