"El cadáver del capitán apareció flotando (...). El cuerpo tenía como raras mordeduras, marcas muy profundas en las partes blandas y le faltaba una pierna que había sido arrancada más que cortada".
Era el año 1943 estoy casi seguro, no recuerdo el mes, pero sí que hacía calor. Mucho calor. Por aquel entonces yo era Jefe de la Policía Federal de Santa Fe. Según se me informó, aquella fue la primera vez que los prefectos pedían ayuda a otra fuerza. Prefectura siempre fue celosa a la hora de pedir auxilio en su jurisdicción. Y el río, y el puerto eran su jurisdicción.
El informe que me llegó, decía que el carguero Silang IX, de bandera filipina, había reportado un enfermo grave del corazón al momento de su ingreso al Canal de Acceso. Lo curioso era que el mismo enfermo había sido quien realizó el pedido de auxilio, y se trataba del mismísimo capitán, un tal Nathan Saluaga.
El mensaje había llegado por radio a las 7 de la mañana y en un inglés trivial, apenas entendible. Lo extraño no terminaba ahí ya que, al llegar al puerto fue abordado por el personal de sanidad y el capitán enfermo no se encontraba a bordo. Así comenzó todo, con un informe enigmático me involucré en el caso más sugestivo y macabro que en treinta años de servicio me tocó investigar.
A la mañana siguiente ingresé al Puerto de Santa Fe con la orden del juez, tres patrulleros y diez uniformados exageradamente pertrechados. ¡Gran revuelo! Abordamos el barco. Todos nos observaban con desconfianza; los sesenta y tres marineros del Silang IX, casi niños, mal entrazados y esqueléticos; los hombres de Prefectura e incluso el prefecto principal a cargo. Intentamos obtener informe sobre lo sucedido pero ninguno de los marineros hablaba inglés, menos castellano.
Y en cuanto a los de Prefectura, solo ofrecieron el mensaje del capitán pidiendo asistencia con voz temblorosa. Alguno de ellos, los aparentes líderes (el contramaestre, el cocinero y un semidesnudo maquinista), intentaron comunicarse con gestos. Señalaban el agua del río, el corazón como resaltando el ataque que sufriera el capitán e insistían, con ademanes propios, que tenían hambre.
¡Desconcertados, nosotros desembarcamos y volvimos a la comisaría para planificar como seguir! Anotamos en la pizarra lo que teníamos: un capitán ausente, único hombre que podía ser comprendido, sesenta y tres marineritos famélicos que solo hablaban un dialecto propio de los navegantes filipinos llamado tagalo (según nos habían informado), y los de Prefectura que procuraban, por todos los medios, evitar que el caso llegara a la prensa y desde Buenos Aires se les ocurriera intervenir el Puerto de Santa Fe.
Luego de deliberar por varias horas, decidimos que lo más inteligente sería buscar un traductor. Nadie hablaba tagalo en nuestra zona, entonces se nos ocurrió comunicarnos con la embajada que se comprometió a mandar al traductor en un par de días. Pero los hechos se anticiparon. El cadáver del capitán apareció flotando en el riacho Santa Fe, a la altura del Varadero Sarsotti.
Prefectura trajo el cadáver hasta el muelle y nos permitieron hacer una rápida inspección. El cuerpo tenía como raras mordeduras, marcas muy profundas en las partes blandas y le faltaba una pierna que había sido arrancada más que cortada. Éramos policías federales, con poca experiencia en cadáveres extraídos del agua. Supusimos que las extrañas heridas y la falta del miembro se deberían al ataque de los peces de verano. El caso estaba casi cerrado. El capitán Nathan Saluaga sufrió un ataque al corazón, cayó al río y la tripulación no llegó a rescatarlo, los peces hicieron el resto.
De esta forma se justificaban los gestos de los marinos. Pero nos equivocábamos, nos equivocábamos feo. El informe de los médicos forenses nos sorprendió. Ni las mordeduras en el cuerpo, ni la amputación fueron hechas por peces, sino con elementos punzantes. Pese a ello confirmaron que la muerte se debió a un ataque cardíaco. El mismo día del informe llegó el traductor de la embajada. Fue autorizado por el juez a tomar declaraciones a los tripulantes y luego informar a las autoridades.
Al atardecer nos juntó a todos en cubierta y comentó lo recabado. Cuando el capitán Saluaga sufrió el ataque cardíaco, los marineros intentaron ayudarlo pero los esfuerzos fueron en vano. Falleció en el Canal de Acceso. La tripulación fue quien extirpó de su cuerpo varios trozos de carne con la única intención de usarlos de carnada para la pesca. Esto, según dijo era una costumbre ancestral y muy arraigada en Filipinas. Y en este caso estaba más que justificada; eran hombres hambrientos desde hace días.
En relación a la pierna izquierda, los tripulantes decidieron que no podían llegar a un puerto argentino con un cadáver con tantas heridas y acordaron tirarlo al río atado a un alambre de acero que, por algún motivo, le terminó amputando la pierna y consiguiendo que salga a flote. Al parecer el argumento convenció a todos y el juez dispuso el cierre del caso. Autorizó al contramaestre a cargar el buque y volver por donde habían llegado. Yo y uno de mis hombres no nos quedamos conformes con la explicación y, bajo pretexto de terminar el informe para nuestros superiores, abordamos nuevamente ese maldito barco filipino.
Fuimos directamente a la cocina. Golpeamos y maniatamos al cocinero y a su ayudante que pretendieron resistirse. Revisamos el depósito. Y en el depósito estaba la clave. La clave macabra. Encontramos despojos de la pierna izquierda del capitán Saluaga en descomposición. No solo eso, decenas de restos óseos humanos que, evidentemente, habían sido descuartizados. Ante los gritos de los cocineros, los marinos se presentaron y nos rodearon en actitud amenazante. A los empujones logramos escapar y saltar al río. Fuimos a hablar con los nuestros, con el prefecto y luego con el juez para que ordene allanar el barco.
Cuando volvimos con las autoridades y algunos periodistas bien informados, los marineros ya habían limpiado todo vestigio de resto humano. En las calles de la ciudad de Santa Fe se habló de "federales sugestionados, con afán de protagonismo" e incluso se mencionó insistentemente la palabra racismo. Tres meses después los diarios hablaron de un misterioso barco filipino varado en una isla desierta del Caribe, con restos humanos, y un grupo de errantes marinos con prácticas caníbales. Pero no estoy del todo seguro… es posible que lo haya soñado.
(*) Relatos literarios basados en hechos reales. La primera parte de este capítulo fue publicada el 22 de junio de 2025.
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