"La penúltima palabra" o cómo apelar a la ciencia antes de que venzan los microbios
Un libro que recorre desde aquel "juguito de hongos" descubierto en forma accidental que salvó miles de vidas, a una advertencia hecha en 1945 aùn vigente. Vacunas, antivacunas y una política de Estado que desde hace décadas es orgullo argentino. Relatos con nombre y apellido y una pregunta que tiene más de un sujeto en la respuesta.
"Muchas veces se habla de soberanía sanitaria, pero para enfrentar epidemias, virus e infecciones las fronteras de los países son ridículas: los virus no entienden de geopolítica", advierte el Dr. Juan Carlos Beltramino. Foto: Flavio Raina.
Juan Carlos Beltramino es referencia de medicina pediátrica en Santa Fe y fuera de las fronteras de la provincia y el país. Tiene más de 50 años en la profesión, es convocado para dar charlas y sigue asistiendo a las salas de pediatría de los hospitales públicos "para aprender".
Acaba de publicar "La penúltima palabra", un libro en el que combina acción, aventura, rivalidades, guerras y chismes. Es más, como bajada del título apunta: "Las apasionantes investigaciones para combatir enfermedades infecciosas. Proezas y canalladas". Pero en ningún momento es ficción: todos los datos están documentados al final de texto que editó Tinta Libre y se consigue en algunas librerías céntricas de la ciudad de Santa Fe.
La charla con El Litoral va de temas que están en el libro y otros que son necesarios de consultar a un médico con más de medio siglo de experiencia y con una prédica vigente en el campo de la salud.
- ¿Cuál fue el punto de partida del libro? ¿Por qué el interés por escribirlo?
- Lo escribí después de jubilarme, en pandemia, cuando tenía todo el tiempo para hacerlo. En realidad, si bien lo empecé a escribir en 2020, es un resumen de muchas cosas escritas antes, incluidos informes médicos que iban destinados a funcionarios. Pero intenté escribir algo que pueda leer cualquier persona interesada en estos temas, no solo médicos (N. de la R: lo logra).
En los últimos años de mi actividad vi cómo la resistencia a los antibióticos iba en aumento y que en los últimos 40 años como médico no habían aparecido antibióticos innovadores. Hay razones por las cuales esto sucedió, pero se daba esta doble combinación de tener antibióticos menos eficaces y, a la vez, cuadros infecciosos que se complicaban.
El del libro "no es un título bajón sino esperanzador: es demostrar cómo la ciencia en los últimos cien años usó penúltimas palabras para demorar lo más posible la última", señala Juan Carlos Beltramino. Foto: Flavio Raina.
Otro hecho fue la disminución de la confianza en las vacunas y la caída de la inmunización, un fenómeno que ocurre en todo el mundo. Eso podía hacer que resurjan epidemias que a comienzos del siglo XXI estaban prácticamente erradicadas gracias a las vacunas.
Para alertar y enfrentar estos problemas fue que empecé desde el principio, de cómo surgieron los antibióticos. Y no fue hace mucho tiempo: una persona que hoy tiene 80 años nació en una época en la que no existían antibióticos y casi no había vacunas.
Estos dos factores junto con el agua potable hicieron que la expectativa de vida aumentara en forma impresionante en la última mitad del siglo XX.
- Los dos temas, resistencia a los antibióticos y a las vacunas, ¿están relacionados o van en paralelo?
- En realidad los antivacunas surgieron con la primera vacuna, no es una novedad del siglo XXI. Siempre que hubo vacunas, hubo antivacunas. Cuando Louis Pasteur inventó la vacuna contra la rabia, una enfermedad que era cien por ciento mortal, desde la prensa lo acusaron de tener un interés económico y de que con la vacuna iba a producir más enfermedad que beneficio. Cuando fue la epidemia de poliomielitis en el año '55 y '56 en la Argentina, la Dra. Eugenia Sacerdote de Lustig trajo la vacuna Salk y la primera reacción fue de temor; inyectar un virus atenuado a un chico sano generó desconfianza entre padres y médicos. La médica había trabajado con Salk durante tres meses y la epidemia era incontrolable: esta mujer llamó a los periodistas y vacunó a sus hijos y sobrinos delante de todos. El impacto fue tan grande que la vacunación, primero con Salk y después con Sabin oral, permitió introducir nuevas vacunas.
La otra RAM
En cuanto a la resistencia a los antibióticos, "en los hospitales había salas de sépticos, donde estaban las personas con enfermedades infecciosas intratables. Cuando apareció la penicilina fue tan maravilloso el éxito que la comunidad médica se entusiasmó y pensó que había encontrado la 'bala mágica' y que con los antibióticos podrían curar todo".
Cuando "a Alexander Fleming, junto con Howard Florey y Ernst Chain le entregan el Nobel de Medicina en 1945 por descubrir la penicilina, en el discurso advierte que hay que usar la dosis adecuada porque, si no, las bacterias se pueden volver resistentes".
Alexander Fleming, Nobel de Medicina en 1945 por su descubrimiento de la penicilina, ya advertía sobre la resistencia bacteriana. Foto: Archivo / DPA.
De todos modos, "a medida que aparecieron resistencias surgían nuevos antibióticos. Ese descubrimiento accidental de Fleming llevó a que en Cerdeña, en aguas residuales encontraran un hongo y a partir de él se produjo la cefalosporina que sirvió para tratar las bacterias que empezaban a ser resistentes a la penicilina. Pero la efectividad de un antibiótico suele descender a medida que se lo emplea mucho. Actualmente, en Santa Fe, el 70 % de las infecciones por la bacteria Estafilococco dorado, son resistentes a las viejas cefalosporinas", advierte Beltramino.
- ¿Se dejaron de producir antibióticos innovadores?
- Los ingleses, que en salud son muy respetables, encomendaron al economista Jim O´Neill que investigara el problema de la resistencia microbiana. Lo que analizó fue cómo hacer para producir un antibiótico innovador que lleva mucha inversión, al menos diez años de investigación y que, en caso de que resulte efectivo, hay que decirles a las sociedades científicas que no lo usen para cualquier cosa porque si se indica de más va a aumentar la resistencia. Uno de los errores es creer que la comercialización de los antibióticos está relacionada con el número de recetas médicas. Es un sistema exitoso para otros productos pero no para este caso.
- En algunos casos, cuando se tienen hijos pequeños y se recurre a la atención pediátrica, casi se exige un diagnóstico y la indicación de un antibiótico para que el alivio sea rápido.
- El problema que se le presenta al médico es doble: ante una enfermedad infecciosa, potencialmente grave, si doy un antibiótico a tiempo puedo evitar complicaciones. A la vez, si doy un antibiótico para una infección viral, ese paciente va a tener un gasto por tomar un medicamento que no se justifica, en tanto está demostrado que favorece la aparición de resistencia.
En el primer caso, lo más probable es que el médico sea demandado. ¿Cómo se soluciona ese dilema? A través de métodos diagnósticos rápidos y eficaces: siempre se dijo que la clínica es soberana, una buena frase que hoy en día no es tan cierta. Ante el desafío el Covid, cuya clínica es similar a otras infecciones, fue muy útil contar con un test que permitiera comprobar rápido el diagnóstico. Eso ya se puede hacer para que el médico que tiene ese dilema pueda indicar el antibiótico con precisión: hay nuevos métodos eficaces y disponibles en los hospitales pero todavía son muy costosos aunque en pocos años van a ser más accesibles. Entonces, ante una faringitis, en diez minutos un médico puede saber en el consultorio si es viral o bacteriana y eso es beneficioso para el paciente y para la comunidad.
Lo que propuso Jim O'Neill a la OMS es que los países aporten fondos para investigación de antibióticos innovadores y que las industrias farmacéuticas reciban esos fondos cuando los haya desarrollado.
- El suyo no es un libro de historia de la Medicina ni de consejos para madres y padres.
- Si yo contaba todo esto que te estoy contando al final, no se enganchaba nadie. Decidí empezar por el principio. Hay cosas que parecen de un libro de aventura, de novela; hay conflictos porque existen guerras, política, chismes. Me gustó ver cómo los pioneros desarrollaron antibióticos en estado de guerra, bombardeados, en medio de conflictos entre miembros que hacían las investigaciones. Pero no es ciencia ficción; al final del libro todo está documentado.
- ¿La penúltima palabra es de la vacuna?
- Pasteur fue el gran desarrollador de la microbiología moderna. Ya se sabía 200 años antes que existían los microbios cuando un tendero holandés empezó a pulir vidrios para ver la trama de una tela y con ese instrumento terminó observando el agua y otras sustancias, e inventó el microscopio. A fines del siglo XIX ya se sabía que existían los microbios pero, por entonces, Luis Pasteur, junto con Robert Koch, fue el primero en pensar que podían producir enfermedades graves y matar.
La comunidad científica reaccionó, primero, riéndose, después se enojaron y lo cuestionaron porque ¿cómo algo invisible a simple vista podía producir un daño importante en un ser humano? Ahí Pasteur dice: "Señores, son los microbios los que tendrán la última palabra", una frase que salía como epígrafe de los primeros trabajos sobre Covid.
La penúltima palabra no es un título bajón sino esperanzador: es demostrar cómo la ciencia en los últimos cien años usó "penúltimas palabras" para demorar lo más posible la última.
- Yo la adjudicaba a la vacuna, directamente.
- Sin dudas la vacuna es una y los antibióticos fueron otra. Un amigo que tiene desconfianza en la Medicina decía: "¿No es cierto que antes la gente tenía sarampión y se la aguantaba, igual la neumonía y no había antibióticos? Y es cierto, podemos volver a un mundo así y posiblemente no se van a morir todos, pero tenemos que estar dispuestos a que la expectativa de vida, que ahora es de 75 años, vuelva a bajar a menos de 50.
- Las vacunas, los antibióticos y el agua potable son tres pilares de esa penúltima palabra. Y el inodoro, cuyo uso generalizado no es tan antiguo, pero poca gente mide la importancia que tiene.
- Hay un capítulo sobre el inodoro. En campaña, todos los políticos promueven la atención primaria en salud, agua potable y cloacas. Sin dudas, ambos son importantes pero el problema es que para algunos países es algo que nunca llega.
- En la ciudad de Santa Fe hay lugares donde no llegaron las cloacas.
- En el año 2009, Bill Gates hizo un desafío para inventar un inodoro que no necesite de una red de cloacas. En algunos lugares de África están usando estos módulos que reciclan y esterilizan los residuos para transformarlos en fertilizantes.
Nuevos desafíos y salud sin banderas
- ¿Cuántos años hace que es médico?
- Me recibí a los 23 y tengo 75. Me jubilé, pero sigo relacionado con la docencia. Además de este libro, publiqué otro para médicos que se llama "Niños con parásitos". Me invitan a dar charlas y una vez por semana voy a Pediatría del Hospital Iturraspe y al Hospital de Niños para seguir aprendiendo.
- ¿Qué lo sigue preocupando o que nueva preocupación surgió en estos años de experiencia en salud pediátrica?
- Al volver a recorrer las salas de internación, me conmovió comprobar los estragos que provocan las adicciones en madres y padres jóvenes. Sus bebés crecerán con desventajas que no se curan con vacunas ni con tratamientos médicos. Aunque logremos sanar sus enfermedades y protegerlos de infecciones, esos niños enfrentan un futuro sombrío: con menos posibilidades de formarse, y con una adolescencia que probablemente los encuentre sin herramientas para acceder, siquiera, a trabajos poco calificados.
Para todos los niños, pero especialmente para los que viven en situaciones de riesgo, sería transformador contar con escuelas públicas de jornada completa. Instituciones donde, de 8 a 16 horas, puedan aprender a leer, escribir, hacer cálculos matemáticos, pintar, tocar música y practicar deportes.
- ¿Aprendimos algo de la pandemia?
- En el libro digo que las banderas de los países tienen que existir para que los países defiendan las economías regionales, los idiomas; no se podría organizar un campeonato mundial de fútbol si no hubiera camisetas diferentes, Ahora, para enfrentar los problemas de salud, los nacionalismos no son efectivos. Si hay algo que deberíamos aprender de la pandemia es que estos temas son globales, que nos interesan a los argentinos y a todos los seres humanos.
Todo lo malo de la pandemia ya lo sabemos, pero hubo hechos positivos: en China se conoció que moría gente por una neumonía y no se sabía por qué; la alerta se dio en diciembre de 2019; en enero de 2020 ya se había identificado la secuencia del virus y se sabía que era el SARs-Cov 2. Cuando apareció el HIV, yo estaba en un congreso en el año 1984 y unos médicos norteamericanos contaban que se morían homosexuales en California y nos contaron cómo era la clínica pero llevó mucho tiempo conocer qué era realmente el HIV.
Con la pandemia llevó muy poco tiempo. En diciembre de 2020 había una vacuna disponible y en 2021 se empezó a vacunar en todo el mundo. Esperaba que la gente estuviera feliz con esto y, sin embargo, cuando se le habla de vacuna y de vacuna de Covid, adoptan una actitud defensiva y dicen que todo fue una exageración. Pero no lo fue porque murieron 7 millones de personas, de los cuales 130 mil fueron en Argentina.
De verdad pensaba que después de la pandemia por Covid la gente iba a revalorizar la eficacia de las inmunizaciones.
- Y sin embargo…
- Sin embargo en todo el mundo hay una caída y una pérdida de confianza. Si el libro sirviera, por lo menos, para plantear que las vacunas son útiles y valorar las cosas que tenemos ya sería importante. Los argentinos nos clavamos cuchillos para decir que no tenemos políticas de Estado y resulta que una que sí tenemos y de la que podemos estar orgullosos es el calendario nacional de vacunación. Son vacunas efectivas, útiles y gratuitas para todos. Eso debe seguir existiendo.
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