El barrendero y su perro: Pablo y Manolo volvieron a encontrarse en las calles de Santa Fe
Transcurrieron más de 3 meses para volver a verse. El barrendero había sufrido un accidente y debió hacer reposo. Mientras tanto, su hijo -que también es barrendero- lo reemplazó y cuidó a su amigo de cuatro patas. “Se me quiebra la voz”, dijo Pablo al verlo. Un reencuentro lleno de ternura.
La foto más esperada, la del barrendero Pablo que volvió al trabajo y su amigo Manolo. Fernando Nicola.
Pablo volvió a trabajar y Manolo volvió a su lado. Tres meses y medio después de un accidente que lo obligó a dejar su trabajo y su rutina, el barrendero Pablo Alarcón volvió a barrer las calles del barrio María Selva. Pero lo que más esperaba no era retomar el trabajo, sino reencontrarse con su compañero inseparable: Manolo, el perro callejero que lo acompañó durante años en cada jornada.
“Se me quiebra la voz”, dijo entre lágrimas el barrendero, al reencontrarse con su perro. “No puedo hablar”, agregó.
El reencuentro se produjo este martes por la mañana, en la zona de avenida Aristóbulo del Valle, entre el Puente Negro y Galicia. Apenas vio a Pablo, Manolo corrió hacia él moviendo la cola, entre ladridos y saltos.
El trabajador, que todavía se recupera de las lesiones de un accidente, se agachó como pudo y lo abrazó. Fue un momento breve, pero lleno de emoción, que los vecinos de la cuadra presenciaron entre sonrisas.
Una amistad nacida en la calle
Pablo, de 50 años, es un querido vecino de del barrio costero La Vuelta del Paraguayo. Trabaja hace casi una década en la empresa Urbafé. Hace cinco conoció a Manolo, un perro que había quedado solo tras la muerte de su humano. Desde entonces, el animal comenzó a esperarlo cada mañana y a seguirlo mientras barría.
“Siempre me esperó. A veces llegaba antes que yo”, contó Pablo en una entrevista anterior con El Litoral.
Siempre a su lado, el amigo fiel. Fernando Nicola.
Con el tiempo, la dupla se volvió parte del paisaje urbano. Los vecinos ya no los mencionaban por separado: “ahí vienen Pablo y Manolo”.
El accidente y la larga espera
En abril, un accidente de moto en la esquina de bulevar Gálvez y Vélez Sársfield interrumpió esa rutina. Pablo sufrió fracturas de costillas, una lesión en la columna y el hombro dislocado. Los médicos le ordenaron reposo absoluto por varios meses.
Él barre, su amigo acompaña. Fernando Nicola.
Durante su ausencia, Manolo siguió apareciendo en su esquina habitual. Lo esperaba, sin entender la falta. Fue entonces cuando la empresa Urbafé decidió mover a César, el hijo de Pablo, también barrendero, para cubrir la zona y acompañar al perro. Así, el vínculo no se perdió del todo: Manolo siguió recibiendo cuidados, hasta que su amigo humano pudiera volver.
El reencuentro de este martes condensó algo más que el regreso a la rutina. En un barrio acostumbrado al paso constante de autos y colectivos, la imagen de un trabajador y su perro abrazados recordó lo que a veces se olvida: la ternura puede aparecer en los lugares más simples.
“Llegué a las 6 de la mañana a barrer como lo hago siempre y ahí estaba él esperándome”, contó Pablo. “No había nadie más en las calles, sólo él y yo, así que pudimos llorar juntos, comió su pebete y salimos a trabajar como lo hicimos siempre, juntos”.
El contacto físico entre ambos les hace bien. Fernando Nicola.
En tiempos de crisis, las historias cotidianas y humanas revelan la empatía, la resiliencia y la dignidad, ofreciendo esperanza y sosteniendo el tejido social frente al miedo y la desesperanza.
Es que el vínculo entre un perro y su humano va más allá de la convivencia, convirtiéndose en una relación emocional profunda que aporta beneficios comprobados. La interacción libera oxitocina en ambos, reforzando un apego similar al materno, y favorece el bienestar psicológico y físico del humano, reduciendo estrés y ansiedad, promoviendo actividad y fortaleciendo la salud.
Así, el perro muchas veces deja de ser una mascota para convertirse en un miembro valioso de la comunidad, con un rol afectivo, terapéutico y social irreemplazable.
“Todos lo queremos a Manolo”, dicen los vecinos. “Es parte del barrio”.
Para Pablo, volver fue más que reincorporarse al trabajo. Fue recuperar una compañía, una motivación y un símbolo de lo cotidiano: esa fidelidad silenciosa que no se interrumpe ni con el tiempo ni con la distancia.
Manolo, el perro que vive en las calles de María Selva. Fernando Nicola.
“Ya estoy más tranquilo, porque estaba medio ansioso, como ofuscado, porque no lo podía ver”, confesó Pablo. “Porque de andar siempre solo en la calle, a andar con Manolo, me cambió la vida. Yo no hago más que acariciarlo y él me sigue”, dice, intentando explicar un vínculo inexplicable. “Su presencia me llena, me regocija, y me llevan a seguir adelante, por más mal que esté”.
Manolo, en cambio, no dijo nada.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.