En una triste noche del 7 de septiembre del 2005, fallecía Nicolino Locche, el ídolo, vencido finalmente por una enfermedad cardiopulmonar al que lo llevó su peor enemigo, el único que tuvo en la vida, y al que no pudo esquivar: el cigarrillo.

Falleció el 7 de septiembre de 2005. Fue campeón del mundo luego de derrotar en Tokio a Paul Fujii en un memorable combate, en diciembre de 1968.

En una triste noche del 7 de septiembre del 2005, fallecía Nicolino Locche, el ídolo, vencido finalmente por una enfermedad cardiopulmonar al que lo llevó su peor enemigo, el único que tuvo en la vida, y al que no pudo esquivar: el cigarrillo.
Ese día, de hace 20 años, el boxeo argentino se entristecía por la desaparición física de uno de sus más grandes exponentes, en una época en la que brillaban grandes boxeadores como Carlos Monzón y Ringo Bonavena, entre otros.
El 12 de diciembre de 1968, Nicolino lograba una épica victoria en Japón ante Paul Fujii, quien no salió a combatir en el décimo round, vencido por una actuación épica del hombre al que se lo apodó “El intocable” por esa destreza para evitar que los golpes del rival lleguen a destino.

El enorme Ernesto Cherquis Bialo escribió en Infobae dos anécdotas de aquella pelea que él cubrió para la revista El Gráfico, en Tokio:
“… Fue en tales circunstancias que Jorge "Cacho" Fontana, el locutor comercial –un número uno- de la transmisión radial desplegó su pequeña carpeta con los textos publicitarios. Pero fuera del anillado sobresalían dos hojas con visibles títulos manuscritos en letra de imprenta grande. Uno decía "En caso de ganar"; el otro, lo contrario: " En caso de perder…". Su contenido refería al saludo de los sponsors ( Bodegas "Peñaflor" y la sastrería que nos había dado la ropa "Thompson y Williams") para una y otra alternativa una vez finalizado el combate.
La lectura no fue ajena a la vista de Locche tan pronto llegó a la mesa.
– Cacho – dijo Nicolino dirigiéndose a Fontana– usted sabe que lo respeto, usted es un ídolo para mí y para todos los argentinos, pero perdóneme Don Cacho, esto no va, no corre. Ante la azorada mirada de todos nosotros Nicolino tomó la fina cartulina titulada "En caso de perder…" y la rompió al medio en dos pedazos que luego estrujó buscando un cesto.
Fue un momento de alto estímulo para todos. El actor nos transmitía una confianza ilimitada para lograr su éxito. Un mundo al revés en la intimidad de las concentraciones pues por lo general son los acompañantes quienes se esfuerzan por generar fe en el o los protagonistas”, fue una de ellas.

La otra se dio en el estadio, cuando arribaron al mismo unas tres horas antes de la pelea y tuvieron que sacarse los calzados para ingresar: “...Primero fuimos al vestuario de Fujii, que descargaba golpes y gritaba sobre los guantines de su entrenador… Girando en medias y ante la imposibilidad de dialogar con aquel ser vigoroso, inexpugnable, impiadoso, un verdadero "samurai", fuimos en procura del otro camarín, el de Nicolino Locche. Golpeamos la puerta con austeridad. Nos abrió Tito Lectoure quien llevó presuroso su dedo índice de la mano derecha a la boca de manera vertical hasta atravesar sus labios. Parecía la foto de la enfermera pidiendo silencio en los hospitales.
– ¿ Qué pasa Tito ?, pregunté con una mínima cuota de curiosidad.
– Entren despacio, sin hacer ruido, Locche se quedó dormido en la camilla.
Resultó asombrosamente cierto. A una hora de la pelea Paul Fujii descargaba su tensión pegando con inusitada fuerza sobre los guantines del entrenador al tiempo que se dejaba aturdir por el rock pesado para no pensar.
A veinte metros en el otro vestuario, el profundo sueño de Nicolino quien se tiro en la camilla para relajarse con las manos entrecruzadas sobre el pecho y se quedó dormido”.
Tres meses después de la muerte de Locche, desaparecía físicamente Ulises Barrera, uno de los más grandes periodistas que dio el boxeo argentino. Ulises contaba lo siguiente: “En diferentes oportunidades yo llevé hasta el gimnasio del Luna Park a dos neurólogos y realicé una prueba desconocida para muchos. Puse a un neurólogo al lado mío, mientras su entrenador Bermúdez daba la orden al sparring con firmeza de ‘tirarle con todos los golpes posibles a este vago’. Me puse yo en una esquina del ring y mientras entrenaban le dije a Nicolino: ‘¿Qué tal campeón, anda bien?’. Y él hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Me pidió que yo siguiera hablando. Nadie podía creer lo que estábamos viendo y menos el neurólogo, que con los ojos dilatados me afirmaba: ‘Este hombre tiene una capacidad de percepción superior a la media común. Es asombroso’. Ocho días después invité a un colega del anterior y se repitió la escena. Mientras Locche paraba todos los golpes tenía la cabeza dada vuelta mirándome a mí”.
Nicolino Locche fue un grande de verdad. Mendocino, tuvo un gran entrenador que fue Paco Bermúdez y una manera de hacer, del boxeo, un verdadero arte. Como él, con su estilo, no hubo otro igual.
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