Nicolás Artusi es periodista y sommelier de café. Tiene en su haber los libros "Café",“ "Cuatro comidas", "Manual del café" y "Diccionario del café". Y ahora publicó "Atlas del café".
El periodista y sommelier propone un texto que combina narrativa de viaje, historia de la bebida y datos insólitos. El café como excusa para entender el mundo.
Nicolás Artusi es periodista y sommelier de café. Tiene en su haber los libros "Café",“ "Cuatro comidas", "Manual del café" y "Diccionario del café". Y ahora publicó "Atlas del café".
La clave de esta flamante publicación de Planeta hay que buscarla en el subtítulo, que contiene ecos de Julio Verne: "La vuelta al mundo en 80 países cafeteros".
Es que se trata, básicamente, de un viaje que el lector puede emprender sin salir del living de su casa. Y que, según el propio autor, debería completarse tomando una taza de café de cada uno de esos destinos.
En una entrevista concedida a El Litoral, Artusi habló sobre los amores y odios que concitó el café en su historia, la importancia que tiene para los argentinos y la necesidad de pensarlo como algo más significativo que una mera bebida.
-En un país como la Argentina, donde el café forma parte del ritual cotidiano pero no de la producción agrícola a gran escala, ¿cómo dialoga nuestra cultura cafetera con los relatos y territorios que incluís en este Atlas global?
Creo que es interesante ese diálogo. La Argentina no es un país productor de café, a pesar de que hay muchos intentos o proyectos en Tucumán, Salta, Catamarca, Jujuy y Misiones.
Pero sí es un país que tiene una cultura del café muy arraigada, eh sobre todo a través de las cafeterías y no tanto del consumo.
Recordemos que la Argentina es un país que tiene un consumo bajo de café, apenas 1 kilo por habitante por año, lo cual no es gran cosa si se lo compara con Brasil, por ejemplo, que tiene 5 o 6 kilos por habitante por año.
Y no es prácticamente nada en comparación con los países nórdicos, entre ellos Finlandia, que tienen el récord de consumo anual por habitante, cerca de 15 kilos por persona.
Creo que nuestra cultura cafetera dialoga a través de las cafeterías y de los relatos en torno a los viajes del café. Porque una de las cosas lindas que descubrí escribiendo este atlas es que el café es una sustancia viajera.
A diferencia del petróleo, por ejemplo. Y cito al petróleo porque el café es el segundo commodity del mundo después del petróleo. Uno no puede mover ni desplazar los pozos de petróleo, el petróleo solamente viaja cuando ya está refinado.
El café sí, porque el café es una planta y entonces a poco de su nacimiento en África cruzó el Mar Rojo y llegó a Yemen y desde Yemen se extendió por todo el mundo árabe y de ahí empezó a venderse a Europa.
De Europa llegó a América para hacer que las colonias europeas fueran provechosas y fructíferas económicamente y de un contrabando salido del puerto de Moca en Yemen, el café llegó al sudeste asiático.
Tiene mucho relato mítico, de historia fundacional, de novela de viaje. Todo ese tono discursivo, cercano a lo literario, creo que emparenta con el café como sustancia, con el café como cultura.
Es muy lindo en el idioma castellano que la misma palabra se usa para definir la sustancia y el lugar. Café como sinónimo de infusión, pero también como sinónimo de cafetería.
En definitiva, creo que lo que reúne a los argentinos o a buena parte de los argentinos que cultivan la cultura de la cafetería, es la adoración por una buena historia. Y el café tiene miles.
-En tu recorrido por esos 80 países cafeteros, ¿hubo alguna historia o territorio que te haya hecho replantear tu propia manera de tomar café o, tal vez, tu percepción sobre lo que esta bebida significa culturalmente? ¿Cuál fue el más complejo de abordar?
-En este recorrido por los 80 países cafeteros pude confirmar algo que yo ya había encontrado en mi primer libro. La importancia fundamental que tiene el café como bebida más amada y más odiada del mundo.
Porque fue un instrumento de control, esclavismo y dominación. Las historias que más me interesaron fueron las de África porque es el lugar donde nació el café.
De ahí se fue y después volvió, pero volvió tamizado por la experiencia europea y por la brutalidad de los conquistadores para hacer de esos países lugares provechosos.
Las historias de la crueldad del rey Leopoldo II de Bélgica en lo que antes era el Congo belga o la brutalidad de la costa de los esclavos cerca del Golfo de Guinea y las plantaciones subhumanas del África subsahariana.
Al principio fue muy complejo abordar todos estos destinos por la falta de información. Era trillado y fácil encontrar material de Colombia, de Brasil o de Etiopía, lugar donde nació el café.
Pero de destinos más remotos para nuestra concepción del mundo como Togo, Benín, Sierra Leona, República Centroafricana, Papúa Nueva Guinea o Vanuatu, era prácticamente imposible.
Yo creía que eso se iba a volver muy pesaroso por engorroso, pero al final fue todo lo contrario. Porque me supuso un desafío grande encontrar información sobre esos países, pero a la vez estimulante desde el punto de vista periodístico o intelectual.
Así que lo disfruté casi como si fuera un viaje sin moverse del escritorio. Ojalá algo de esa idea del viaje estático pueda transmitirse también a los lectores.
-El café estuvo siempre vinculado al trabajo intelectual, la revolución, los cafés literarios. ¿Cómo ves ese cruce entre cafeína y pensamiento crítico al día de hoy?
-Es cierto que el café siempre estuvo vinculado al trabajo intelectual y el cruce entre cafeína y pensamiento crítico, creo, es fundamental.
No me gustaría pensar, porque haría que quisiera menos a la bebida, que la cafeína es únicamente una bebida o mejor dicho que las bebidas con cafeína son únicamente bebidas funcionalistas que cumplen con la misión de volver más productivo al ser humano.
Que vienen como una rueda de auxilio en el momento del día en el que uno cabecea y necesita más energía para seguir rindiendo.
De hecho, el mismo concepto del rendimiento me parece monstruoso. En todo caso, la cafeína en su misión utilitarista debería despertarnos y mantenernos alertas para tener nuevas ideas, para desarrollar pensamientos originales, para estimular el intercambio intelectual entre personas.
En mi caso es una herramienta fundamental y un combustible intelectual. No puedo escribir sin cafeína y no puedo pensar sin escribir. O, mejor dicho, si no escribo no pienso.
Y como no escribo sin tomar café, por una regla de tres simple, directamente la ingesta de cafeína para mí está vinculada con el pensar, que inevitablemente conecta o vincula con con una visión crítica.
-Después de tres libros técnicos, históricos y hasta lexicográficos, ¿qué te impulsó a convertir este último volumen en una suerte de "diario de viaje"?
-Me gusta mucho explorar los géneros. En algunos casos para ser muy escolástico y en otros casos para pulverizarlos y romperlos.
Como en mi primer libro, que era de historia, pero tamizado por todo aquello que no debería tener un libro de historia: retazos de memoria personal, autoficción, crítica cultural, registro de costumbres y demás.
Y en este atlas, si bien respeté la organización canónica de lo que debe ser un atlas, con datos duros y mapas, quise completar con reflexiones en torno a la experiencia del viaje.
De ahí las primeras palabras y las últimas, pero sobre todo la dedicatoria a los oyentes de un programa de radio que estaba muy tamizado por el concepto del viaje y la noción de las culturas del mundo.
Pero sobre todo, quería poner el viaje en el centro de la experiencia. Más que nada por lo que decíamos antes: el café es una sustancia viajera. Cuando hice los primeros cálculos y descubrí que los países productores de café en el mundo son 80, el subtítulo estaba cantado
A partir de las experiencias de Julio Verne y otros grandes escritores viajeros pensé que más allá de la concepción en sí de un atlas como género muy específico, me gustaría que este incorpore, además, nociones sobre la experiencia del viaje.
Un viaje que a nosotros, por ubicación geográfica y situación económica nos resulta siempre ajeno, difícil o poco accesible, pero que en lo literario ofrece múltiples posibilidades.
Para mí el combo perfecto sería si pudiera lograrse leer cada capítulo, algunos son muy breves, otros son más largos, tomando un café de cada uno de esos destinos. Entonces la experiencia, creo, que sería completa.
Muy probablemente nunca vayamos a viajar a Sierra Leona o a Belice, pero podemos completar parte de la experiencia tomando cafés de esos orígenes.
-¿Qué tipo de lector tuviste en mente al escribir este Atlas? ¿Qué esperás que ese lector descubra o redescubra al recorrer estos 80 países?
-Imagino lectores múltiples. Por un lado, muy cafeteros. Me pasó con libros anteriores de toparme con la feliz circunstancia de ir a una cafetería y comprobar que los libros están en la barra o en la mesada, al lado de la cafetera, siempre sucios, manchados con café. Ese, para mí, es el mejor destino.
O muchos lectores que, felizmente también, visitan una cafetería y encuentran que están mis libros no solo expuestos, sino como material de trabajo. Y cumplen la función de corresponsales, de enviarme fotos para que yo esté al tanto de los destinos a los cuales ha llegado el texto.
Pero a la vez, más allá de los estrictamente cafeteros, imagino lectores eh curiosos por naturaleza. Que están interesados en conocer algún aspecto, alguna faceta del mundo, que no le temen a la exploración.
Muchos de esos lectores se superponen a mi imaginación con los oyentes de la radio, de los programas que yo hice.
Entonces, esa masa de personas agrupadas bajo el rótulo de lectores u oyentes, creo que está compuesta por personas que tienen la curiosidad y el ánimo del descubrimiento. Ojalá todos puedan viajar a través de estas páginas.
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